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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Vida pública como legitimidad

Escribo a media tarde del 16 de junio de 1977, antes de que se sepa el resultado final de las elecciones de ayer. Lo que se sabe es: primero, que las ha habido; segundo, el sentido general de la respuesta española a la pregunta de las urnas.Ayer se celebraron elecciones democráticas, libres, pacíficas, por primera vez en 41 años; como recuerdo muy bien las anteriores, aunque mi edad me impidió participar en ellas, puedo decir que no fueron tan pacíficas. Si puede hablarse de «felicidad» hablando de la vida colectiva, diría que ayer fue un día feliz para el pueblo español: se encontró a sí mismo, empezó a moverse libremente, ejerció con alegría un derecho tanto tiempo negado sin razón ni justicia.

La legitimidad del Poder público se empañó en España cuando yo era niño; se recuperó cuando entré en mi adolescencia, con la República -y no sin eclipses y atenuaciones-, se destruyó a los pocos días de terminar mis estudios universitarios, de decir adiós -había de resultar que para siempre- a la Universidad. Durante casi toda mi vida ha faltado la plena justificación para gobernar, no han sido claros -o han faltado enteramente- los títulos para regir el país. Esta situación acaba de terminar. El Rey, que había recibido de su padre, el Conde de Barcelona, la plenitud de sus derechos dinásticos, ha podido tener el refrendo del consenso democrático. Unas Cortes han sido votadas por elección popular, abierta y libre. De ahora en adelante, la contaminación de la vida pública española se ha disipado: los españoles podremos respirar con libertad, y esto quiere decir políticamente con dignidad, ese privilegio de que gozan tan pocos países: haga la cuenta el lector.

Esto es lo más importante: que se han celebrado unas elecciones europeas, civilizadas, actuales. Pero han sido las nuestras, las de un pueblo que busca de nuevo, por sí mismo, su camino. El sentIdo general de la votación es inequívoco:, los españoles no quieren ni arrastrar viejas dictaduras, ni ensayar otras frescas y de repuesto. Quieren convivir democráticamente, contar con todos, convivir sin exclusiones, articular la unidad nacional en un amplio sistema de autonomías vivaces. La voluntad de liberalismo es evidente. La preocupación social, igualmente clara. Dije hace muchos años que el liberalismo es la organización social de la libertad. Quizá España no esté muy lejos de pensar algo parecido.

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