En la hora de la reflexión
MAÑANA SE celebran elecciones generales en España. Más de las tres cuartas partes del censo no han participado nunca en acto semejante, pues sólo los españoles que cuentan por encima de los 62 años han tenido oportunidad real en su vida de ejercer el derecho al sufragio. Pretender por lo mismo que estos comicios no se presenten envueltos en la confusión y amenaza dos por la manipulación de los poderosos sería una ingenuidad. En numerosas ocasiones hemos expuesto las deficiencias e impurezas del proceso electoral en curso. Pero también hemos señalado que con todo estas elecciones reúnen sobradamente los requisitos mínimos exigibles a cualquier consulta democrática. Los llamamientos a la abstención son, por lo mismo escasos y reposan sobre bases muy endebles. Ya parece que nada puede suceder a estas alturas que evite la celebración de los comicios o que haga rechazables o denunciables sus resultados. Los españoles deben comprender así que es una obligación moral e histónca acudir mañana a las urnas. Una actitud inhibicionista o escéptica sería inadmisible.En situaciones semejantes es costumbre de la prensa liberal recomendar a sus lectores una opción concreta de voto. Este periódico no va a hacerlo hoy. Y no, porque piense que atentaría con ello a los principios de su independencia -lo cual no sería cierto-, sino porque ante un período constituyente no son las alternativas de poder, sino la credibilidad y funcionalidad del proceso lo que debe ser apoyado. Toda opción debe tener asiento en las Cortes si cuenta con suficiente representación de los ciudadanos.
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En la hora de la reflexión
(Viene de la página primera)Pero eso no significa que EL PAIS haya pretendido ni pretenda mantener una posición de neutralidad. Desde su nacimiento este diario ha sido beligerante a favor de la construcción de una sociedad democrática y por la creación de un modelo de convivencia moderna y libre, radicalmente diferente del que hemos padecido los españoles en las últimas décadas. Ahora que el arbitraje histórico de la Monarquía ha hecho posible la celebración de unas elecciones generales, pensamos que es nuestro deber ofrecer a los lectores algunas bases de reflexión; no para tratar de suplantar las decisiones de su conciencia individual, sino para ayudarles; si es posible, a ejercer el sufragio.
Consolidar la democracia
Un objetivo básico debe, a nuestro juicio, guiarla mano de los electores: consolidar la democracia. Y ello sólo será posible si el resultado de las urnas facilita, de un lado, la redacción de una Constitución nueva que permita a los españoles cambiar el actual sistema de gobierno por otro. más humano, eficaz y progresivo; y, del otro, la existencia de un ejecutivo que aun durante el período constituyente sea capaz de enfrentarse con acierto a los problemas económicos y sociales que los gobernantes de este país han abandonado desde hace más de cinco años.
Por eso, no importa decir que la consolidación de un régimen democrático impide dar el voto a aquellas opciones que se identifican claramente con los intereses de la dictadura, por más que ahora se apoderen sus líderes de los términos y las ideas de los demócratas. El espectro electoral que abarca desde Fuerza Nueva a Alianza Popular no puede recibir el apoyo de un verdadero demócrata, por cuanto que lo que significa es, precisamente, la representación de un régimen que además de privar a los españoles de su libertad personal y de su dignidad como pueblo, provocó el retraso de un anténtico desarrollo económico del país, arruinó su cultura y mantuvo inalterable el reparto del poder entre unos pocos. Un voto a Alianza Popular es, simplemente, un voto contra la libertad. El regreso al poder de los líderes que encabezan este partido acabaría con toda esperanza de un cambio pacífico en la política española, radicalizaría las posiciones y abocaría al país a una situación de ruptura generacional y política absoluta: a una verdadera crisis de Estado.
Contra la dispersión
A un lado pues la alternativa citada, restan decenas de opciones sobre el tablero que reclaman confusamente la clientela electoral. Casi todas -o al menos las más importantes- se presentan con programas y, actitudes similares, coincidentes además en la moderación general de sus propuestas. Esta multitud de opciones, sobre el papel, se reducen sólo a cinco o seis, que pueden verse ampliadas -o sustituidas en el País Vasco y Cataluña por las alternativas nacionalistas que allí existen. Con estas dos excepciones citadas, puede decirse que entre la Unión de Centro y la Federación Demócrata Cristiana, por la derecha -sumados sus votos a los que vayan a Alianza Popular- y los partidos socialistas (PSOE y PSP) y el comunista, por la izquierda, se agotan las posibilidades reales de representación en las Cortes. Convendría recapacitar sobre ello, pues las listas electorales son tan amplias y tal el número de pequeños partidos que se presentan, que una dispersión del voto hacia éstos no conseguiría probablemente resultados trasladables a escaños para sus líderes, pero sí complicaría la distribución de puestos en el Congreso. En efecto, el sistema D'Hondt supone de hecho una prima de escaños a los partidos grandes y a los que obtengan más alta votación en los distritos pequeños. Ello hace prever que las formaciones que a nivel nacional tengan por encima del 20 % de votos tendrán aún mayor porcentaje de escaños, mientras que los que no lleguen al 10 % de los sufragios verán invertido el resultado, obteniendo un porcentaje de puestos en la Cámara todavía menor. Una concentración de voto en las grandes opcio nes señaladas -al margen los fenómenos catalán y vasco- facilitará la creación de bloques en las Cortes y evitará la atomización de éstas hasta extremos que las haría ingobernables.
El avance de la izquierda
Los más recientes sondeos señalan que la izquierda de este país puede reunir sin dificultades el 40 % de los sufragios y que el peso de los diputados socialistas en las Cortes será, sin duda, notable. Este fenómeno, que a nadie debe extrañar en una nación industrializada y moderna, es más que satisfactorio ante un período como el que se avecina. Unas Cortes Constituyentes que no contaran con una representación nutrida de la izquierda provocarían, sin duda, la radicalización de ésta, y serían a medio plazo un experimento político inútil. Por eso, parece claro que parte de los votos que vayan a la izquierda -especialmente a las dos formaciones socialistas- no serán ni siquiera de personas de este signo, sino de sectores burgueses, que entienden que el sano ejercicio de la democracia precisa de un equilibrio de fuerzas suficiente.
Una Cámara con una izquierda fuertemente representada y que ha acudido a las urnas con opciones de moderación facilitaría el planteamiento inmediato de los problemas económicos que aquejan al país y que no es viable abordar sin algún tipo de acuerdo con las centrales sindicales y los partidos de este signo. La izquierda ha de obtener en estas elecciones un horizonte suficiente de poder.
Una palabra sobre el PCE: su programa es casi indistinguible del resto de las opciones, y su viraje hacia la moderación y la prudencia resulta evidente. Pero la imagen de sus máximos dirigentes continúa asociada a la guerra civil, y en algunos casos a una obediencia soviética, hasta 1968, difícil de olvidar. La opción comunista es una opción que existe en todos los países democráticos de Occidente y su voto es un voto de este género. Pero la perspectiva de un Partido Comunista con fuerte representación en la Cámara nos encaminaría, sin duda, hacia un modelo tan lleno de riesgos como el italiano.
El Centro es la derecha
La derecha no autoritaria reclama el voto desde parte de la Unión de Centro y la Democracia Cristiana. No existen muchas esperanzas de que esta última obtenga representaciones que la permitan constituirse en un bloque parlamentario, pero hay que decir que llega a las elecciones con una actitud de dignidad política necesaria de ser elogiada si se tienen en cuenta los planteamientos electoreros de la Unión de Centro, que a la postre no ha resultado ser otra cosa que el partido de Suárez. La UCD va a recibir, sin duda, el mayor porcentaje del voto conservador español, al que ha de sumarse una gran parte de los indecisos -todavía muchos hasta ayer mismo-, que tienen una teridencia lógica a sumar sus opiniones a las del Poder. Nadie duda de que la UCD será la primera minoría del Congreso, pero no parece que pueda obtener representaciones suficientes para gobernar en solitario, como prometía hace sólo unos días el número dos de la lista por Madrid. La Unión de Centro se presenta a los electores con su propia cara deformada por la invasión de sus listas electorales que el Poder ha llevado a cabo, y que hará, casi con toda seguridad, que la mitad de los diputa dos elegidos por UCD pertenezcan al espectro tecnocrático o polítco que colaboró con el franquismo. Su afincamiento en las tácticas del antiguo régimen dificultará así su entendimiento de la manera de gobernar en una democracia. Por lo demás, si no obtiene la mayoría tendrá necesidad de pactar con otros grupos (a su derecha o a la izquierda) que le den el apoyo suficiente para seguir gobernando. Los electores acudiremos mañana a las urnas en la incertidumbre de con quién está dispuesto el señor Suárez a aliarse si es preciso, pues nada ha dicho al respecto.
Sin miedo al cambio
Las elecciones van a suponer un cambio real en el sistema de gobernar este país. Los ciudadanos no deben temer ese cambio. El modelo económico y de desarrollo tecnocrático del autoritarismo franquista se agotó hace más de un lustro. Es imposible salir de la crisis si hombres, ideas y programas nuevos no acuden a hacerse cargo del poder. Ello comportará problemas y tensiones, pero evitará el drama de una ruptura histórica. El pueblo español ha demostrado su serenidad ante las dificultades y todas las instituciones sociales visibles, desde las Fuerzas Armadas a la Iglesia, han amparado ejemplarmente el proceso democrático. No se debe, pues, acudir a votar con miedo; tampoco con superficialidad. Es preciso agotar previamente todas las posibilidades de información al respecto. Es preciso igualmente no estirar demasiado la cuerda de las esperanzas. La democracia es un régimen de diálogo y, por lo mismo, de conflictos; no es ni el remedio de todos los males ni el fin de todas nuestras preocupaciones. Pero es también el único régimen que procura la solución de esos conflictos sin necesidad de acudir a la violencia. Porque la democracia es un régimen que ante pone la dignidad y libertad personal del hombre al éxito pragmático de la gobernación, es por lo que merece la pena ser defendido.. Y porque es un régimen que precisa de la solidaridad de los ciudadanos, el derecho a votar es mañana para los españoles que desean el cambio la obligación de hacerlo.
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