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URSS: una Constitución al margen de la realidad

Desde el sábado pasado, conocemos al fin «el proyecto de la nueva Constitución de la URSS». El Pravda y todos los demás periódicos soviéticos han publicado este texto de 9.000 palabras, dividido en nueve partes y en veintiún capítulos. El comité central del PCUS ya lo aprobó durante la reciente sesión plenaria, pero antes de ser ratificado por el Soviet Supremo, tiene que ser sometido a discusión por los trabajadores.Solamente después de este «debate de base», que será probablemente en el mes de noviembre, alcanzará fuerza de ley, en tanto que la cuarta Constitución de la historia de la URSS (después de las de 1918, 1924 y 1936). Sin embargo, sabiendo lo que son los «debates» en los países del Este, se puede apostar que el texto aparecido en Pravda no tendrá modificaciones importantes. Contrariamente a lo que ocurrió en Polonia, por ejemplo, a finales de 1975, la nueva Constitución soviética, fundada sobre los mismos principios que la polaca, no parece que alimenta mucho las pasiones de Moscú. Es evidente que los soviéticos, a causa de su experiencia tan particular, no llegan a apasionarse por temas como este. Y para comprenderlos, basta con acordarse como fue aplicada su Constitución de diciembre de 1936, y preparada la de ahora.

Stalin recogió esta Constitución en diciembre de 1936 afirmando que era «la más democrática del mundo». ¿Quién podía contradecirle? El texto boujariano garantizaba todas las libertades formales llamadas «burguesas» y añadía además el derecho a los ciudadanos al trabajo, a la asistencia, y a la enseñanza gratuita, que no existía en los países capitalistas.

La época del Goulag

A partir de 1937 la URSS conoció una ola de terror indiscriminado que, según las manifestaciones del XX Congreso de 1956, literalmente fueron eliminando los cuadros del PC sin contar con los trabajadores comunes de las ciudades y del campo. No era muy útil entonces acudir al Soviet Supremo o a los tribunales evocando las garantías constitucionales; ese paso hubiese bastado para precipitar la detención del protestatario y de su traslado al Goulag.

Luego, a finales de los años 50, Nikita Kruschev, después de haber denunciado «los errores y los abusos durante el período de culto a la personalidad de Stalin», se puso a elaborar un nuevo programa para su partido. Lo expuso en 1961 en el XXII Congreso del PCUS, prometiendo una expansión económica y social de la URSS permitiendo a esta sociedad entrar en 1980 ya en una fase comunista. Impulsado por este optimismo, Kruschev, formó al año siguiente una comisión constitucional, bajo su propia presidencia, encargada de definir las leyes de una colaboración idílica de todos los ciudadanos en el seno del «Estado del pueblo entero». Pero dos años más tarde, Kruschev caía, y sus promesas comunistas, ya muy quebrantadas por las dificultades, económicas fueron enterradas definitivamente. Sin embargo su sucesor. Leónidas Brejnev, asumió a su vez la presidencia de la comisión constitucional, y hoy, quince años más tarde firma personalmente el texto sobre «el Esta do del pueblo entero».

Incoherencia

La primera cosa que destaca en esta obra brejneviana, es su falta de coherencia desde el punto de vista de las exigencias constitucionales democráticas o marxistas. Brejnev proclama, por un lado que la sociedad soviética es ya muy homogénea, que no conoce más diferencias sociales importantes, y por otra parte que el Partido Comunista continuará «orientándola» y «dirigiéndola» «ad eternam». Tal cláusula, aunque se trate del mejor partido posible, representa por sí sola tina violación evidente de la soberanía popular. Significa ni más ni menos, que los ciudadanos de este país no tendrán derecho de escoger libremente a sus dirigentes. Además, desde el punto de vista marxista, el partido no es más que un instrumento en las manos de los trabajadores que, lógicamente, puede que ya no les haga falta (si no hay más luchas de clases) y por tanto deberán ser libres de abolir o de sustituir con otras formas de asociación adaptadas a sus necesidades.

Segunda incoherencia es el haber metido en la Constitución soviética la cláusula sobre la política extranjera. La dinámica interna de otros países se pierde, en efecto, por definición, para los ciudadanos de la URSS. De qué sirve jurar la fidelidad a los principios de coexistencia pacífica con los países de regímenes sociales distintos, mientras que mañana estos países pueden cambiar sus regímenes y convertirse en socialistas también.

Moscú, no parece creer estos cambios, ni desearlos, pero es bastante sorprendente ver esta visión de status quo internacional erigida en ley suprema de la República. Sé podrían hacer muchas otras observaciones a propósito de esta Constitución que garantiza los derechos de expresión, de manifestación y hasta poder hacer comitivas, pero que no dice ni una sola palabra sobre las posibilidades de formar asociaciones y sobre el derecho a la huelga. Pero para qué de tenerse en mirar los detalles, cuan do las premisas de este texto son falsas de una manera evidente. Lejos de ser muy homogéneas, la sociedad soviética expone cada día más evidentemente sus estraficaciones sociales escandalosas, que están destinadas a empeorar mientras el sistema de promoción actual siga favoreciendo a aquellos que ya son privilegiados.

Una sociedad de privilegios

«Es el sistema de los privilegia dos sociales» escribe Alexandre Zinoviev, en un bello libro, editado en Francia, que constituye la base y el eje principal del reparto de nuestra sociedad.» En cuanto a Leónidas Pliuch, disidente exiliado en Francia, no para de demostrar que los privilegiados en la URSS saben devolver sus ventajas hereditarias garantizando a sus hijos los triunfos necesarios para su futura inserción en la cumbre.

En un jardín de infancia -cuenta él- el nieto de Grorniko se abre camino entre los maestros y sus compañeros lanzando estas graciosas palabras: «Mi abuelo te meterá en la cárcel», sencilla anécdota pero en la Unión Soviética no les hizo gracia: parece reflejar mejor ,la realidad de este país que las 9.000 palabras de la Constitución. ¿Es necesario pensar que toda esta tormenta «constitucional» no tiene por objeto permitir a Brejnev, gracias a una cláusula sobre el Soviet Supremo, la acumulación de las funciones en la jefatura del Estado y del PC? La próxima sesión de este Parlamento soviético proporcionará sin duda la respuesta a este enigma. Por el momento, y a juzgar por los comentarios reservados de L'Unita de Roma y de L'Humanite de París, se puede constatar que esta vez contrariamente a 1936, los comunistas en Occidente no están preparados para disertar sobre la superioridad de la Constitución y de la democracia en la URSS.

Santiago Carrillo, por su parte, encontrará sin duda enel texto de Pravda una ilustración «a medida» sobre su tesis acerca de la existencia en la URSS de un partido Estado que no se conforma a los principios de la democracia ni a los del socialismo (que son inseparables).

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