Rezar hasta el desmayo
La noticia, publicada ayer por este periódico, de catorce niñas que se desmayaron al ser obligadas por las religiosas de su colegio a rezar durante varias horas por las elecciones, es, seguramente, el más triste suceso ocurrido en la actual campaña electoral.La denuncia del padre de una de las niñas, a la que hubo que dar tres puntos en la barbilla, a causa de las lesiones producidas al caerse desmayada, ha motivado, por toda explicación, que una de las religiosas señalase la debilidad de la niña -«su padre es una persona muy mayor y la niña es especial»- como causante del hecho.
El enfoque de unas elecciones como si se tratase de una grave enfermedad, epidemia o catástrofe que requiere súplicas especiales al Todopoderoso «por la paz y el futuro de España», amenazados por lo que pueda salir de las urnas, manifiesta uña concepción de la vida enteramente alejada *de los hábitos democráticos y racionales. Rezar «para que salgan bien las votaciones», como se rezaba para iniciar un arriesgado viaje o se hacía la señal de la cruz para ahuyentar el demonio ante un hecho pecaminoso, significa desconfianza hacia la voluntad popular, además de mostrar hasta qué punto continúa vigente la España preconciliar fanática y milagrera de la que proceden los «salvadores» que nos quieren hacer regresar a ella.
Al margen de las creencias de cada cual -que son respetables si no pretenden imponerse por la fuerza y respetan bienes supremos como la vida, la salud, la libertad, el medievalismo de unos rezos forzosos, en edades infantiles, nos retrotrae a recuerdos de cilicios, penitencias y sufrimientos sobrenaturales que, en el mundo de hoy, merecen su adecuado tratamiento en siquiatría.
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