Max Ernst
Bien valdría empezar esta crónica con aquellos versos que antaño le dedicara el poeta Eluard: «Devorado por las plumas y sometido al mar/ ha cedido el paso a su sombra en el vuelo/ de los pájaros de la libertad.» Pues lo que aquí se nos muestra es doblemente su sombra. Por una parte, tenemos esos frotages y collages, en los que el mismo Ernst buscaba eclipsarse en cuanto que sujeto activo de la creación, las esculturas múltiples y la obra gráfica que alejan aún más la presencia del artista por su condición de reproducciones. Por otra su carácter de trabajos de última época. nos presentan al artista timado por una vejez que, implacablemente, lo va acercando a esa som bra que la reciente muerte perfeccionaría. Mas no nos llamemos a engaño acerca de decrepitudes. Si algunas obras -en especial entre las litografías- no poseen el brillo de etapas anteriores. los collages presentados o los magníficos grabados de La batalla d'un soldal, de Ribemont-Dessaignes, nos regalan todavía a ese Ernst hábil explorador de felices armonías en relaciones aleatorias que cautivara a Breton. Sólo que la edad caduca quiere de cosas simples. Así, ni las imágenes preexistentes elegidas, ni la composición azarosa, a que luego ha de someterlas. guardan ya nada de la abigarrada imagjnería realista de La femme 100 tetes y de Une semaine de bonté. Más se acercarían, si se quiere. a algunos de los collages de los tres poemas visibles. que forman la jornada deL viernes en la segunda obra citada. Los grabadores escogidos como materia prima de su trabajo se decantan por una mayor sencillez en el dibujo, por una iconografía frecuentemente íngenuista, pero la sagaz intuición poética subsiste en la composición.
Max Ernst
Galería Sen. Núñez de Balboa, 3 7.
Babelia
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