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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La crisis de identidad del PSOE

LOS SONDEOS de opinión coinciden en predecir un considerable porcentaje de votos para los candidatos del PSOE en los comicios del próximo día 15.Esta indicación confirma las previsiones de los observadores, que han vaticinado durante los últimos meses que el socialismo va a ocupar un destacado lugar en las preferencias de los electores, y que el partido de Felipe González será el más evidente -aunque no el único beneficiario del voto de este signo.

Si se confirman las previsiones, el PSOE se verá, pues, ante la grave responsabilidad de administrar un resultado electoral que no es seguro sea capaz de digerir. Pues hoy está todavía enfrentado con las consecuencias de su ruptura interna de 1972 entre la dirección del exilio y la nueva generación de líderes surgida en el interior del país, que la sustituyó en sus tareas. Si bien este corte hace que los jóvenes dirigentes estén menos marcados,como es lógico por el pasado, ha obligado a improvisar aceleradamente los cuadros del partido, con todas las consecuencias negativas del hecho.

En efecto, la militancia socialista, tan activa a lo largo de la historia, y hasta en la primera etapa del franquismo, se paralizó en gran medida en los últimos años. Y el PSOE padece hoy una verdadera crisis de identidad motivada fundamentalmente por dos factores: su combatividad disminuida en la última etapa de la dictadura, y la pérdida de su primogenitura como principal partido de la clase obrera industrial. No es de extrañar, por tanto, la obsesión de parte de los militantes socialistas por disputar a los comunistas su campo de influencia, y hasta por desbordarlos por la izquierda. El conflicto se hace más confuso todavía a causa del «corrimiento» del PCE hacia posiciones tradicionalmente socialistas, tras su distanciamiento de la U RSS y el abandono parcial de ciertas tesis del leninismo.

El espectáculo es insólito: los socialistas tratan de invadir el terreno de los comunistas, se definen ocasionalmente como partido marxista, de clase y revolucionario, adoptan en la práctica fórmulas organizativas de la mejor estirpe del «centralismo democrático» y subrayan con frecuencia la parte maximalista de su programa sobre la forma del Estado y su organización económica y social.

Mientras tanto, los comunistas acentúan su programa mínimo, aceptan la Monarquía y la bandera bicolor, predican la prudencia y la moderación y se proclaman a sí mismos como una variante del socialismo.

Este radicalismo verbal de amplios sectores del partido de Felipe González se halla en contradicción con importantes aspectos de su práctica. El PSOE no sólo ha excluido de su estrategia electoral los pactos unitarios con la izquierda, sino que, en las candidaturas conjuntas para el Senado, ha sacrificado la presencia de los comunistas para no perder la alianza con los demócratas cristianos, que así se lo exigían. Por otra parte, la retórica obrerista no se compagina muy bien con el importante peso de sectores burgueses en la composición. tanto de su militancia como de su electorado.

¿Y qué decir de las conexiones internacionales del socialismo español? La ayuda económica de partidos extranjeros a sus homólogos españoles parece haberse convertido en materia reservada y secreto oficial, tal vez por la prohibición incluida en la ley Fraga de Asociaciones, que, como la Ley Seca, todo el mundo acata formalmente, pero nadie cumple. Dígase lo que se diga, existe una ayuda material y moral de otros partidos de la Internacional Socialista al PSOE, como también existe entre los liberales, los demócratas cristianos y los partidos de la derecha autoritaria. No nos parecen criticables estas ayudas. Y sobre todo no creemos que nadie esté en situación de lanzar la piedra. Pero el problema es otro: el problema radica en los peajes futuros que un partido socialista en el Gobierno tendría que pagar a Gobiernos extranjeros que le hubieran financiado su victoria.

Es, finalmente, el hecho de que los socialistas acudan divididos a las elecciones el que más críticas y más razonablemente expuestas levanta y el que justifica los últimos motivos de esa crisis de identidad del partido. El PSOE lleva una parte no pequeña de responsabilidad en todo ello. Es indudable que España necesita un socialismo unificado, y que este socialismo tiene que pasar necesariamente por el PSOE, que es el partido socialista más fuerte, mientras las urnas no demuestren lo contrario, cosa que no parece probable. Pero no tiene por que pasar necesariamente por las horcas caudinas del PSOE, que en esta ocasión parece haber pecado de arrogancia y exclusivismo. No es cuestión de discutir si se ha hecho o no todo lo preciso para llegar a un pacto. Los resultados son, en cualquier caso, lamentables.

En última instancia, sin embargo, este problema está ligado con la propia estructura de la organización. El miedo a la fusión con otras organizaciones socialistas es paralelo al que provoca, al parecer, en la dirección del partido, el permitir o no la existencia en su seno de tendencias organizadas, como existen en la mayoría de los grandes partidos socialistas occidentales. Si las tendencias dentro de un partido que ha crecido tanto y tan rápidamente como el PSOE no son claramente reconocibles, si se priva de libertad de expresión hacia afuera a sus portavoces, el resultado será un confuso revoltijo del que los espectadores sólo percibirán momentos aislados y contradictorios. Y, en ese mare magnum, siempre resultarán más visibles los gestos radicales e izquierdistas. A menos que el PSOE ordene las tensiones en su seno de manera comprensible, seguirá siendo un carrusel de verbalismo revolucionario y de hechos moderados, de imágenes caballeristas y comportamientos prietistas, de banderas republicanas y visitas a La Zarzuela, de marxismo teórico y socialdemocracia práctica. Por lo demás, en una perspectiva amplia, el socialismo debería renunciar -al igual que el PCE- a los proyectos de abarcar todo, o casi todo, el espacio electoral de la izquierda. De otra forma el resultado será la lucha sin cuartel de ambas organizaciones y la perpetuación de la confusión en el seno de cada partido, desgarrado entre su vocación hegemónica y el pluralismo electoral que pretende cubrir.

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