Orensanz
Galería Ynguanzo. Antonio Maura, 12.
Se cita en la ficha el nombre concreto de una galería, por haberse dado en ella el foco inicial e irradiador del desmadre a campo abierto que el infatigable Orensanz ha ocasionado en el centro y afueras de Madrid: centenares de objetos policromos, en madera, en hierro en latón..., estratégica y agobiantemente diseminados por el paseo del Prado y Ciudad Universitaria.
Una norma bicípite parece regir las ampulosas leyendas coyunturales con que el multíparo Orensanz bautiza el censo inagotable de sus variopintas criaturas: si la exposición, a lo que se ve, se acomoda al interior, la llama concierto (Concierto diluvio, en este caso), y si tiene lugar puertas afuera, recurre a incisivas titulaciones (Gritos de primavera en La Moncloa, Laberinto de primavera en el Prado...) sobre el dato fehaciente de la estación en curso.
Con una no oculta resonancia de aquello de Primavera en el Corte Inglés, el prolífico Orensanz aprovecha lo bonancible del tiempo y lo abierto del lugar, para dejar el suelo plagadito de cacharros, cuya abigarrada concurrencia (mejor que environmental sculpture, como alguien, tocado de optimismo, ha querido mencionarlos) hace del todo verosímil, aquello otro de que los árboles impiden ver el bosque.
Todo un bosque de latas circuncisas, tubos boquiabiertos, bidones horadados, más el contrapunto de unos mástiles de madera labrada y pintarrajeada (¿totem circense? ¿emblema de reservación de película de indios?), constituye el Concierto de diluvio y los gritosy laberintos de la primavera (ora en La Moncloa, ora en el Prado), hasta liquidar el muestrario completo de Titan-lux y agregar, quizá, un insospechado aliciente a las fiestas isidriles.
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