Plaza del Descubrimiento, derroche de vulgaridad
La polémica abierta con respecto a la nueva plaza del Descubrimiento, cuenta hoy con la opinión de Antonio Bonet Correa, catedrático de Historia del Arte, como continuación a la encuesta publicada por EL PAIS el pasado domingo, día de inauguración de la plaza, en estas mismas páginas de Madrid.
Ya desde los años veinte el espacio ocupado por la desaparecida Casa de la Moneda había sido objeto de proyectos monumentales más o menos «futuristas», entre otros una estación central de autogiros. Pero hubo que esperar a los años finales del franquismo, en el momento del dominio de los tecnócratas, para que la destrucción de la Casa de la Moneda y la transformación de la plaza de Colón se llevase a cabo. Todo comenzó con el derribo del hermoso Palacio de Medinaceli, en cuyo solar se levantó el pretencioso y vulgar edificio Centro Colón, coronado con el letrero, luminoso por las noches, de Rumasa. El atentado continuó con la construcción de las desproporcionadas torres de Colón y culmina ahora, tras haberse echado abajo los bellos y armoniosos edificios de la Casa de la Moneda, obra de Francisco Jareño, con la creación de la inefable, absurda y «surrealista» área ajardinada de la muy bien calificada por José María Ballester, Disneylandia Hispana.
Aparte del error urbanístico que ha supuesto acentuar el eje de circulación -estrangulado desde el «relleno» de la plaza de la Moncloa y de nuevo constreñido por la erección del Corte Inglés de Princesa-, las reformas han sido nefastas. Además de crear corrientes de aire insoportables en la esquina de Génova y Marqués de la Ensenada, haber dejado aceras estrechísimas por momentos entre las escaleras de la cafetería Riofrío y los sótanos del edificio Colón, no saber resolver el paso de peatones de la calle Génova y menos aún los de toda la plaza y otros mil problemas que se agravarán el día que funcionen las feísimas torres de Colón, el colmo lo representa el derroche de vulgaridad y mediocre fantasía vertida sobre el amplio espacio de lo que fue Casa de la Moneda. Hizo falta que directores generales de Bellas Artes carentes de conocimientos arquitectónicos y alcaldes sin cultura y sensibilidad estética y respeto al arte diesen su beneplácito para que tal desmán se perpetrase. Y lo peor es que con los falsos y desmesurados monumentos -en cartón piedra-, las horrendas pseudo esculturas -de fácil y pésimo simbolismo- y la cursi y afectada jardinería la pomposa plaza del Descubrimiento resultará un conjunto insoportable. Aguantar tal fealdad para el ciudadano consciente y con buen gusto va a ser un tormento insufrible, un constante recordar la degradación urbana.
Las sociedades aspiran a perpetuarse tal como son. Bajo este concepto la plaza de Colón es paradigmática. De la Vía Sacra del desfile de la Victoria en la Castellana se ha pasado a la glorificación escenográfica de la Hispanidad, entendida éste como mitad banca y mitad «raza» y gesta televisiva. La idea que el Ayuntamiento tiene de lo que fue el Imperio español es digna de ediles pueblerinos. Una corporación incapaz de mantener abierto el Museo Municipal -cerrado desde hace muchos años- de crear bibliotecas públicas, alentar verdaderas manifestaciones y actos culturales, de fomentar el espíritu cívico de la ciudad, sí en cambio tiene arrestos para amasar y cocer un enorme y costoso pastel, capaz de saciar copiosamente a los cuatro paniaguados siempre beneficiarlos de tales «reformas». Lo que no cuenta en esta historia es la ciudad como tal. Para nuestros primeros dignatarios, como ya se sabe, lo importante es la reproducción y la perpetuación de su especie. El caso es bien visible en la actual plaza de Colón.
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