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CANNES 77

Las dos claves del cine

Al cabo de casi una semana transcurrida desde su inauguración puede hacerse un análisis temprano, quizá no demasiado aventurado de lo que este nuevo festival supone. En realidad -categoría aparte- todos, más o menos, acaban por parecerse. Todos comienzan con un filme de nombre, por lo general fuera de concurso. A él siguen, a lo largo de los primeros días otros títulos con los que no se cuenta para el palmarés, al menos en teoría, y la última semana se dedica a los títulos fuertes que casi siempre suelen pertenecer a cinematografías tradicionales y, en especial a EEUU.Cumpliendo tales normas, el cine americano debía inaugurar esta versión número treinta, más por diversas causas vino a ser sustituido por su competidor mas inmediato: Italia, representada para tal ocasión por un filme de Risi a medias entre la comedia y el drama y a todas luces poco apropiado para tal empeño.

Cumpliendo tales normas también estos primeros días nos han traído de nuevo a Cacoyanis con la tercera parte de su trilogía, filme de empaque político y cultural a medio camino entre el teatro y la pantalla, lento, ampuloso y trágico que será preciso contrastar con el de su paisano Anghelopolus, revelación en este mismo festival hace dos años.

El cine franco-canadiense, asiduo asistente ya a los festivales europeos, ha llegado en esta ocasión con Jean Boudin, concluido también en esta semana previa de rodaje, con su filme entre simbólico y trashumante, a ratos ingenuo y a veces amable casi tanto como el de su pariente de este lado del océano, René Feret, actor que pasado al otro lado de la cámara cuenta la vida de una generación entera minuciosamente y sin grandes pretensiones.

La Unión Soviética nos habla de la guerra y los niños, lo cual no supone en sí tampoco ninguna novedad aparte de su realización excelente que en este festival no llama la atención, como puede suponerse. Con Monicelli y los hermanos Taviani, feliz pareja autora hace unos años de San Miguel tenía un gallo, donde el recuerdo y la fantasía campaban a lo largo de la vida de un anarquista decimonónico, se diría que el certamen alcanza su puesta a punto definitiva, camino de la recta final que acabará con la entrega de los premios. Ettore Scola, premiado ya aquí anteriormente, arrastrará consigo en imagen y persona a Marcello Mastroianni y Sofía Loren en su Giornata particolare; Saura, su Elisa, vida mía; Altman, sus Tres mujeres; Michael Schultz, su Car wash, y Roy Hill con Paul Newman pondrá broche final con el filme peor hablado de toda la quincena y, por tanto, esperado con la curiosidad que es fácil suponer.

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