La tele, Azaña y yo
Esto érase un cóctel literario que hubo ayer tarde, más o menos, como los que hay todas las tardes, que ya advertía d'Ors que a las ocho y media das la conferencia o te la dan, sólo que ahora encima es con copazo, gracias a Marx, y no como entonces, que era la posguerra, el segundo año triunfal, y sólo había para gasógeno.En esto que habla Eduardo Sotillos, que es un gran profesional de la tele, y presenta una colección política. Sotillos me ha dicho que tiene entrevistado a Carrillo y que ha resultado el más moderado de la serie. Sotillos habló al personal de la imparcialidad electoral de Televisión Española, mientras los focos de sus compañeros de reivindicaciones le deslumbraban las lentillas. Luego va y habla Félix Grande.
Félix Grande, niño lírico y difícil de La Mancha, poeta. siempre, premio de la Casa de las Américas (o sea Cuba,y Fidel), me ha contado que está preparando una Memoria del flamenco que puede ser una cosa importante -esto lo digo yo-, porque va a tener muchas páginas, porque lo escribe Félix y porque él, que es guitarrista de lo fino, está escribiendo su ensayo no sobre la niesa, sino sobre una guitarra. Félix presentó a Rosa Chacel, esa Virginia Woolf española que ha vuelto del exilio con abriguito de piel, como si viniera de hacer una visita, después de cuarenta años, y también Félix tuvo mucho foco, como lo había tenido el apuesto presidente de la editorial en sus palabras previas. Pero salgo yo, al fin, y nada.
Ya me había fijado que desenchufaban cuando me iba a tocar a mí, que presentaba yo un libro de don Manuel Azaña, El jardin de los frailes, que es quizá su más lírico y hermoso libro:
-¿Y a mí porqué no me echan la tele? -dije a gritos.
No es que me importe, que a uno ya le conocen demasiado por la calle e incluso mi vida privada la tengo que hacer en público y los reporteros canallescos me han frustrado la carrera de latinmacarra. No es que me importe por mí, pero me importa por don Manuel Azaña, que en sus tiempos no se conocía el invento y no pudo disfrutarlo el hombre. Claro que el incidente ya se ha repetido otras veces, vaya yo del brazo de Azaña, de Sara Montiel, del conde de Lavem, de Nadiuska o de Pitita. La cosa es que, ante Televisión Española, me siento una mujer marcada por el odio, como la Cantúa en sus películas.
Si sale Carrillo, si la tele está de rojos que parece un pub, ¿por qué no salgo yo ni dan el A fondo que me tienen enlatado, como si yo fuese tomate concentrado, desde hace casi dos años? Está claro que no es un problema político, sino un problema personal, y esto es lo que quiero denunciar en Televisión Española: los personalismos. No ya contra mí, sino contra otras muchas personas, aunque creo que Rafel Ansón pone cara de carta de ajuste cuando se lo dicen.
A tan poco tiempo de las elecciones, nuestra imparcial televisión sigue practicando la discriminación política y la disgregación personal, y como hoy es el arma más fuerte con que cuenta un Gobierno o un partido para ganar unas elecciones, esto es una vergüenza, un bochorno y un corte. A mí me parece que las elecciones no va a ganarlas la derecha, ni la izquierda, ni la Oposición, ni el centro ni el apuesto López Bravo, que es como un Michael Wilding sin lanzadera. Las elecciones va a ganarlas. lsabel Tenaille, que con su canta y su cosa vivaracha es un arma electoral adorable, arma secreta que seguramente utilizará el Gobierno.
La tele en general ha venido a subrayar el personalismo natural de este pueblo, ya de por sí tan personalista, porque, como todos sabemos y dijo Sotillos, no se van a votar ideas, sino hombres. Pero el caso es que yo no me presento por Válladolid ni por la Costa Fleming. ¿Por qué, entonces, no me echan a mí la tele?
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