Giscard avanza
El presidente francés, Valery Giscard d'Estaing, regresará a París dentro de dos días considerablemente rejuvenecido. La conferencia francófana de Dakar ha servido para acreditar su figura internacional, gracias, precisamente, a un asunto que le había valido en Francia y en Europa las críticas más acervas y las descalificaciones más tajantes. La intervención francesa en la guerra de Zaire se ha convertido, sin embargo, en la piedra de toque para lo que podría ser una nueva política exterior francesa. Y aunque es casi imposible que cristalice la creación de una «fuerza de intervención francófana», la participación técnica de Francia en el conflicto zairense ha sido aprobada por los dieciocho países que intervinieron en la reunión de Dakar. Lo que es más: la participación francesa en el conflicto provocó más protestas en Occidente que en la propia Africa. Regímenes «progresitas como los de Etiopía, Somalia o Zambia han preferido guardar silencio. Cubanos y angoleños se han encontrado en Shaba clamorosamente solos».Al tiempo que el presidente francés cosechaba en Dakar este modesto éxito y reagrupaba por razones económicas y políticas en su torno al deteriorado núcleo francófona africano, el primer ministro, Raymond Barre, salía a la pista para explicar en su lenguaje frío y tajante porqué el « Programa Común» sería desastroso para Francia y por qué también la victoria de la izquierda unida traería consigo inevitablemente un deterioro económico progresivo. Estas palabras en boca de una personalidad que hasta ahora parecía haberse situado fuera de las luchas intestinas de la mayoría, y que se encontraba en la reserva política tecnocrática, son significativas.
El presidente francés quiere resolver con una política exterior audaz y arriesgada algunos de los problemas interiores que le preocupan; semejante táctica no es nueva. Lo que parece nuevo es la estrategia todos azimuts también en el interior, a través de persona interpuesta.
No confía demasiado el presidente francés en sus príncipes ni en sus barones, enfrentados desde las elecciones municipales en largas querellas intestinas. Sabe muy bien que la opinión pública conservadora y liberal (al menos la mitad del país, seguramente más...) está asombrada y tiene miedo de que las discusiones bizantinas de la derecha gubernamental abran la puerta a Mitterrand y a Marcháis.
Recobrado el prestigio exterior en Dakar y apuntalado en el interior gracias al profesor Barre, a Giscard las cosas parece que le van mejor. Considerablemente mejor, al menos, que hace un mes, tras la «debacle» de las municipales.
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