_
_
_
_
Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Paz a los muertos

El asesinato político no es ninguna novedad en España. Por no remontarnos más atrás, los últimos dos siglos dan un muestrario para todos los gustos. Con las guerras civiles, la especie fructifica hasta lo asombroso. La última que padecimos fue ejemplar. El recuento definitivo aún no ha podido hacerse, después de cuarenta años. Pero quienes vivieron la guerra, o recibieron la transmisión oral de aquéllos, tienen conciencia, más o menos adormecida, del horror colectivo que se vivió en la retaguardia. Todas las estadísticas y los libros (que son miles), por mucho que describan, quedan borrosos ante el recuerdo personal o el conocimiento ^transmitido de palabra, con detalles nunca publicados, con nombres que rara vez se pronuncian, pero que no se olvidan, con la huella de lo vivido o aprendido de los protagonistas. La información, en cuanto a las circunstancias, puede ser inexacta, porque, en general, nunca ha sido contrastada. Pero condiciona los sentimientos y las conductas más que una verdad clara como la luz del día.Son muchas, muchísimas, las familias donde se guardan fotografías de los desaparecidos objetos que fueron de su uso personal, cartas, o libros, o títulos, y tantas cosas más. A veces, con el paso de los años y las generaciones, medio arrinconados, o arrinconados del todo; pero hasta ahora, sin el distanciamiento que da la total ausencia de simplificación personal. Han pasado muchos años, pero no es historia pasada; es historia vivida, experiencia personal, realidad operante.

No sería honesto pedir, para nuestros muertos trágicos, el olvido. Quienes murieron por tener o atribuírseles ideas, creencias, actitudes, merecen, como mínimo, el recuerdo. Pero el recuerdo sereno, o serenado por el tiempo. Todos los españoles tenemos el derecho, y diría que la obligación, de ese recuerdo. En especial, muchos que están más directamente afectados. Todos deberíamos hacer un esfuerzo de serenidad y de apaciguamiento interior. Nadie tiene derecho a la venganza. La venganza se encadenaría sin fin, en una sucesión de violencias. Y, de modo muy particular, nadie debe intentar sacarle rentabilidad política a la vida ajena; mejor, a la muerte ajena. Es una cuestión de ética, individual y social. Es, al menos, una cuestión de sensibilidad.

Con la vuelta de las elecciones, ya se ha abierto la veda para la caza y captura de los votos, deporte que tenemos poco o nada practicado. La tentación para utilizar armas que destruyan al contrario puede ser grande. ¿Y qué mayor argumento que calificarlo de asesino, o insinuarlo, o asociarlo con los asesinos de otra hora, aunque ese contrario no hubiera nacido entonces?

Quizá sea, en ocasiones, una buena táctica electoral. Creo que es, en cualquier casó, un mal servicio a España, donde tan dispares somos los que en ella tenemos que convivir. Y no se trata de ignorar la realidad, engañándonos a nosotros mismos. El reconocimiento de verdades como puños, es una necesidad. El manejo de esas verdades al servicio de un triunfo político es una actividad peligrosa. Puede avivar fuegos quizá nunca apagados. La tensión violenta puede acrecentarse y estallar. Y, sobre todo, cuando esas verdades se manejan partidariamente, acaban siendo mentiras. Porque una parte de la verdad, aun con los mayores requisitos probatorios, puede inducir a error; la verdad es completa, o no lo es.

En esa cuestión de las víctimas injustas de la situación de la guerra civil, ¿quién puede tirar la primera piedra? Ya sé que muchos, por razón de edad, no participaron. Y que otros muchos, que estaban en la edad, quedaron al margen de toda responsabilidad. Pero, ¿quién puede estar seguro de que entre sus-correligionarios o simpatizantes no se encuentra alguno de los verdugos?

El general Franco, nada más terminar la guerra, dio una amnistía para los vencedores. Para los vencidos no hubo amnistía; pero ahora parece que hay prescripción, al menos. Unos se beneficiaron de una medida concreta. Otros, del transcurso de los años. Entre medio quedaron tantos y tantos que pagaron. Prescindiendo de los aspectos j urídicos, ¿pueden 1 nvocarse las fechorías de un lado, cuando las del otro fueron totalmente amnistiadas?

La violencia, que se ceba en la supresión de personas indefensas, me produce indignación y asco. Pero ni me parece que pueda condenar a toda una generación, ni a todo un bando, ni siquiera a muchas personas en concreto. Porque sería aprovecharme cómodamente de un hecho meramente biológico e involuntario: el haber nacido a destiempo de participar en la matanza. ¿Quién puede saber cuál hubiera sidosu actitud en aquella memorable ocasión? Los futuri bles si rven, aq u í, para poco. Y muchas de las personas concretas nunca fueron juzgadas. La responsabilidad personal sólo es exigible socialmente como secuela de unjuiciojusto. ¿Vamos a sustituir unosjuicios que la ley o el tiempo hicieron imposibles por un enjuiciamiento sin garantías, alimentado en la pasión de parte?

Lo que nada tiene que ver con el juicio político e histórico, del que nadie es portador o protagonista podrá sustraerse.

Hay más. Yo he visto cómo algunas personas, directamente vinculadas a los que murieron, han reaccionado ante el rec erdo reavivado inclinándose por una orientación política muy concreta; han decidido su voto. Hay que decirles que quizá han sido, víctimas de un manejo sucio. Y han sido víctimas también porque les han estimulado su dolor, lo que no es tan grave, y su resentimiento, lo que es mucho peun Ciertamente, no son modos.

Los muertos, que no debían haberlo sido, no acabaron con la guerra, por desgracia. Bien recientemente hemos tenido pruebas dolorosas. Es imposible que una muerte política no beneficie, políticamente, a alguien; quizá a los promotores; quizá a quienes resultan identificados con las víctimas. Pero es intolerable que alguien pretenda beneficiarse. Como esos salvadores que, fuera del poder, tienen la receta secreta para la paz y el orden. Aunque cuando estuvieron en el poder tampoco pudieron evitar otras víctimas.

Es d'fícil señalar la línea divi soria entre ¡ajusta indignación

el aprovechamiento indigno, pe ro resulta sospechoso cualquie intento de capitalización parti dista de la muerte y del dolor aje nos, e incluso del propio dolor Que nadie, por favor, haga almo neda de la muerte. Y menos, al moneda electoral.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_