Los socialistas
Los socialistas andan -desde antiguo- buscando su identidad ideológica, y sus objetivos de gobierno, por las democracias liberales. Y, al mismo tiempo, es de justicia reconocer que, sin ellos, las cosas hubieran sido distintas. Al menos, en los países de Europa occidental.Y aquí ya conviene que hagamos una aclaración previa. Con la misma denominación en muchos casos, operan en nuestro continente los socialistas democráticos y los socialistas marxistas. En Estados Unidos de América, en Australia y Canadá la izquierda no es socialista al modo europeo. Los socialistas democráticos o socialdemócratas aspiran a gobernar -y lo hacen- con los esquemas tradicionales de las democracias liberales. Para entendernos: respeto y defensa de las libertades individuales y colectivas, sufragio universal, democracia parlamentaria y economía de mercado. Los socialistas marxistas-aspiraban a la conquista del Poder -hasta la fecha sin conseguirlo- para instaurar la democracia popular o lo que los burgueses llamamos la dictadura del proletariado. Su objetivo no era, pues, otro que cambiar las instituciones del Estado demoliberal y sustituir la economía de mercado por la estatificación de todos los medios de producción.
La polémica sobre el eurocomunismo nace porque para muchos conservadores, liberales, demócrata-cristi nos y social-demócratas, del mundo occidental los objetivos marxistas siguen siendo los que fueron desde su génesis. Que lo que ha cambiado es la táctica -el rostro humano-, pero la finalidad última del comunismo sigue siendo la misma.
Desde esta brevísima síntesis resultan situaciones complejas y distintas en España y el resto de Europa. Los socialdemócratas europeos -con las importantes excepciones de Francia e Italia, por circunstancias, a su vez, diferentes- incluyen a los socialistas marxistas entre sus adversarios electorales más peligrosos.
Los socialdemócratas en Europa aspiran a realizarse en el marco de las democracias liberales y si se distinguen de los otros grupos ideológicos de la misma raigambre democrática es porque ellos ponen mayor énfasis en la intervención y participación del Estado en la economía. Ellos han sido, en cierta medida, los abanderados de las reformas fiscales, del creciente poderío de los sindicatos y de la igualación de las rentas.
En España, por el contrario, los programas de los partidos socialistas son más «avanzados» que los del propio Partido Comunista. Y más que sus programas -que no suele leer casi nadie, ni aquí, ni en Europa-, sus hombres más destacados se expresan -por decirlo de alguna manera- en términos más marxistas que los propios comunistas. En otras palabras, los socialistas de rostro más humano son todavía hoy la carta de la ortodoxia marxista con mucho más rigor que los propios comunistas. Y de ahí que también los partidos socialistas españoles le estén pasando por la izquierda al propio Partido Comunista.
El Partido Comunista, por otra parte, tenía que jugar la carta de la moderación hasta su legalización, pero es de suponer que también a partir de ahora seguirá ofreciendo esa imagen rosada que es la que corresponde al eurocomunismo. Y en esa carta se le irán -ya se le han ido- otros partidos comunistas por la izquierda.
Y es que el Partido Comunista ha sido el árbitro del juego en la España predemocrática como paradójica consecuencia de haber sido el más marginado y perseguido durante el Régimen del 18 de julio. De cara a las elecciones cambia el decorado y los socialistas tienen que recuperar sus banderas, recobrar su propia identidad y olvidarse del Partido Comunista. Porque si los partidos socialistas quieren enarbolar la bandera de Marx en sus campañas electorales de los próximos años tendrán serias dificultades para hacerlo mejor que los propios comunistas. Por si nos faltase confusión, basta comprobar que aquí tenemos partidos socialdemócratas, partidos socialistas y partidos comunistas.
Y no es que el campo liberal o el democristiano estén menos revueltos. Es, simplemente, que en España no habrá democracia de verdad sin que juegue la izquierda de verdad. Es decir, sin que exista un partido socialista-democrático con raíces profunda en el electorado del país. Porque de la unidad socialista depende, en gran medida, que se consolide para siempre, la democracia como forma de gobierno.
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