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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El taller de José Caballero (1931-1977)

Demasiados abogados defensores le están saliendo a José Caballero en tomo a una causa improcedente e infundada. Tantos, tan súbitos e intempestivos, que me llevan a recordar una aguda sentencia de Gracián, disipadora de dudas en casos como el que ahora nos cumple: «Nunca dar satisfacción a quien no la pide, y aunque se pida, es especie de delito si es sobrada.» Posible parece, a su tenor, que incurran en delitos quienes, sin ser requeridos, se empeñan en exculpar sobradamente a nuestro hombre, de uno que él jamás cometió.Buenas intenciones al margen, me creo que se está desvirtuando el alcance de la exposición, que por estos días presenta José Caballero en Madrid. Ni él ha pedido satisfacciones a nadie, ni nadie debe abundar en ellas; que para desmentir ajenas invectivas le basta a nuestro artista con la entereza de su proceder, probado y bien probado a lo largo de esos, 46 años de incesante y limpia actividad creadora que hoy ofrece a los ojos del común.

José Caballero

Galería Multitud. Claudio Coello, 17, duplicado.

«Fue por esta razón -explican certeramente sus presentadores -por la que decidimos sacrificar la proyectada exposición antológica de José Caballero a esta otra, más despojada, pero también más desconcertante, de su taller, donde hemos reunido cuanto pudiera poner en evidencia las inflexiones de su evolución artística ( ... ): materiales inéditos, en su mayor parte, que desarticulan procesos, sugieren intentos abandonados, descubren técnicas, trazan, en suma, el círculo vicioso, las estaciones infernales del un único delirio creador».

El hecho de que el pintor regale a la contemplación general los secretos de su taller, en modo alguno quiere decir que venga a descubrimos algo tan inconfesable como el haber ilustrado (allá, por el año 38) la portada de la revista Vértice. Si hasta ahora no lo hizo, atribúyase a que hasta ahora no halló ni le dieron ocasión de hacerlo: no ya de acudir a alguna de esas bienales en que muchos de los puros lograron fama, ni siquiera de exponer retrospectivamente la cantidad y cualidad de su tarea.

Se trata lisa y llanamente de eso, de una exposición retrospectiva, en cuyas márgenes la cantidad es colmado elogio de una actividad sin freno, y se contenta la cualidad con mostrar los entresijos del taller, la encadenada sucesión, por más de nueve lustros, de unos dibujos y bocetos (lápiz, tinta, aguatinta, témpera, acuarela ... ) que certifican, sin más, la ejemplaridad de un curriculum, y en su minimidad, paciente y cotidiana, constituyen condición necesaria a la hora de justificar empresas de más altos vuelos.

«Fue por esta razón -explican certeramente sus presentadores- por la que decidimos sacrificar la proyectada exposición antológica de José Caballero a esta otra más despojada, pero también más desconcertante, de su taller.»

El fundamento de la obra

Sí, la exposición es esencialmente eso, el sacrificio de la obra mayor, en beneficio de la menor: bocetos, apuntes, dibujos de variada técnica, grabados, litografías, monotipos, ilustraciones (las de Vértice incluidas y bien incluidas), figurines, estudios de decorados..., todo aquello, en fin, que en las cuatro paredes del taller viene a probar, desdeñando ajenas satisfacciones, el sólido fundamento de una obra propia y la propia entereza de un proceder.Más que al evangélico tire la primera piedra quien se vea libre de pecado, la exposición de José Caballero quiere aludir desde sí, y sin la mediación de procuradores voluntarios u ocasionales hombres buenos, a los términos escuetos de esta otra proposición un tanto más desenfadada: que alce el dedo, inquisidor o simplemente jactancioso, quien, tras sus palabras o sus obras, pueda dar prueba de un obstinado empleo como el que aquí queda su ficienteni ente probado.

Que lo alce también quien se precie de tener la buena mano de nuestro hombre, o quien, teniéndola, sea capaz, como él, de rehuir por sistema lo anteriormente conseguido. Desde 1931 hasta el año en curso, este taller de José Caballero, resume, en efecto, la tenaz desarticulación del proceso creador o la renuncia decidida al recuerdo, por feliz que fuere, de experiencias ya consumadas. Si uno es su delirio de creación, diversas, y aun antagónicas, resultan las estaciones infernales de ese trayecto sin plazo, de ese perpetuo círculo vicioso, matizado siempre por la diferencia.

El mero cotejo comparativo entre su ilustración del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (tal como obró en la primera luz del poema lorquiano, de 1935) y las que dio en concebir y plasmar para la edición de 1964, ahorra comentarios o ejemplifica, a las claras, todo un proceso de desarticulación sobre la univocidad de la, idea. La repetición temática corre feliz pareja con la diferencia expresiva, hasta el extremo de dificultar la segura atribución, de no ser por esa peculiar buena mano que logran hacer faráiliares el antes y el después.

Lo más significativo, sin embargo, y lo más esclarecedor de lo aquí y ahora congregado (¡46 años de oficio o de taller!) es el tránsito, paulatino e inevitable desde un incipiente surrealismo, digamos, de escuela, hasta sus consecuencias últimas en la práctica de un abstraccionismo expresionista, decididamente antiacadémico, heistil a la alegoría y a la metáfora, tan refractario a la sugerenciafigurativa como afin a la idea de automatismo, de no meditación entre las demandas del deseo y el acto de la manifestación.

En los primeros tanteos surrealistas de José Caballero nos es dado ya apreciar una nota distintiva y enteramente discordante, si no con el dogma, sí con la práctica habitual de la escuela: su tendencia a llenar, a abigarrar, por un frenesí barroco a la andaluza, la totalidad de cada una de las superficies, frente a la costumbre común de sus correligionarios, empeñados en la sistemática demarcación de unos paisajes vacíos, asépticos, enrarecidos, gelatinosos..., surcados por pulcras líneas de perspectiva y aquilatadas sombras transversales.

Del surrealismo a la abstracción

Tras un paréntesis, a lo largo de los años cuarenta, de simplificación y mayor acercamiento a la escuela surrealista viene, con la década siguiente, una serie de dibujos de tinta a la línea, llenos de resonancias picassianas y claramente premonitores del desenfreno expresionista, que desde la segunda mitad de 1960, habrá de favorecer la paulatina invasión de un abstraccionismo desatado, a merced de las ideas de automatismo o no-mediación entre el impulso del deseo y las formas expresivas.¿Y no es ésta la trayectoria más fructífera del surrealismo antiacadémico, la que, a partir de un Max Ernst (a quien José Caballero no duda en dedicar sus predilecciones) y la intercesión de un Gorky, había que dejar sus más consecuentes resultados en el abstraccionismo libertario, al modo, por ejemplo, de un Jackson Pollock? Tal y no otro parece el panorama que el recorrido de esta exposición retrospectiva (no la conveniencia de mi comentario) dejará en la mirada del atento visitante.

Estampa por estampa, este inesperado taller de José Caballero termina por asemejarse a una suerte de crescendo inexorable en el que el tránsito gradual del surrealismo a la abstracción queda singularmente reflejada en su obra, con aquella misma ejemplaridad que los más agudos tratadistas, vienen asignando a la recta evolución del arte de nuestro tiempo. Si de ello hay que dar excusas, pedir disculpas, u ofrecer satisfacciones soy el primero en obligarme.

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