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Jan Patocka, el filósofo de la resistencia

El profesor Jan Patocka, uno de los tres portavoces de la Carta 77, ha sido enterrado el jueves. Querría añadir algunos rasgos al retrato que Manuel Lucbert ha hecho del filósofo checo bajo el título de La fuerza del carácter (1). Querría decir qué es lo que ha podido conducir a un discípulo de Husserl, el fundador de la filosofía fenomenológica, a la cabeza de un movimiento exclusivamente consagrado a la defensa de los derechos cívicos y políticos y lo que el manifiesto mismo de la Carta 77 debe al pensamiento al que Patocka apelaba.Jan Patocka (2) había escrito en 1936 una obra titulada El mundo natural como problema filosófico (obra reeditada en Praga en 1971 y publicada en francés en La Haya en 1976). Su tema parece a primera vista exento de todo alcance político. El autor hablaba en ella, en términos próximos a los de Husserl en La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología transcendental, del arraigo de todos los saberes teóricos en un mundo de la vida, cuya percepción y la preocupación por el cual determinan el nivel de aquéllos. ¿Qué hay de menos político en apariencia que esta investigación sobre los fundamentos del saber? Y, sin embargo, en su maestro Husserl la misma investigación -reclamando un despertar del sujeto perdido en sus objetos y en las construcciones de las que se ha olvidado que es autor- desembocaba, si no ciertamente en un manifiesto político, al menos en la urgente exhortación dirigida a los hombres de la cultura de que volvieran a encontrar, en un retorno a la razón crítica, el principio de su responsabilidad personal.

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El potencial creador

Ahora bien, no carece de importancia el recordar que las conferencias de Husserl habían sido pronunciadas en 1935 precisamente en Praga -así como en Viena-, y que habían sido parcialmente publicadas en Belgrado inmediatamente antes de la segunda guerra mundial. Su intención estaba dirigida contra el totalitarismo de entonces, nacido de las abdicaciones de la razón -las del cientificismo, el romanticismo o el nihilismo-, que sirvieron de fianza a la tiranía. Yo no dudo en interpretar esta llamada de Husserl, como uno de los hitos a través de los cuales la presente reivindicación de las libertades y de los derechos humanos se relaciona con el gran nacionalismo europeo de la época clásica, allende los socialismos del siglo XIX (por las razones que luego diré).

Pero, si el tono de la Carta no puede engañar, lo puede aún menos la interpretación que Jan Patocka daba de ella en un texto difundido por el Comité Internacional para el apoyo de los principios de la Carta 77 (Le Monde, del 10 de febrero de 1977): Ninguna sociedad, por bien pertrechada que esté desde el punto de vista técnico, podría funcionar sin apoyo moral, sin una convicción que no nazca de la oportunidad, las circunstancias y las ventajas esperadas. Más la moral no está ahí para hacer funcionar a la sociedad, sino simplemente para que el hombre sea hombre. No es el hombre quien la define según la arbitrariedad de sus necesidades, aspiraciones, tendencias y deseos. Al contrario, es la moral quien define al hombre... La noción de un pacto internacional en pro de los derechos del hombre no significa sino esto: que los Estados y la sociedad entera se colocan bajo la soberanía del sentimiento moral. Reconocen que algo incondicional les domina y está por encima de ellos.

Es difícil para los intelectuales occidentales, muy ocupados aún en desprenderse del moralismo y en «desconstruir» la razón, comprender este recurso de los intelectuales checos a la moral en el campo mismo de la reivindicación política. De esto y no de otra cosa es de lo que habla Vaclav Havel en su Carta abierta a Gustavo Husak (Politique aujourd'hui, septiembre-octubre de 1975). El régimen, dice Havel, contiene a los ciudadanos a través de uno u otro de los miedos que difunde la red de la policía: miedo a perder el trabajo, el alojamiento o cualquier otra ventaja; miedo a ver a los hijos privados del derecho a la instrucción; miedo a no poder publicar, etcétera. Así todo ciudadano está obligado a ser hipócrita. Frente a un régimen que organiza sistemáticamente la huida fuera de la esfera pública hacia el confort privado de estilo pequeño burgués, la primera tarea política es hacer un diagnóstico acertado de la desmoralización institucionalizada: El orden, continúa diciendo Havel, ha sido restablecido a cambio de la servidumbre de la mente, de la insensibilización del corazón y del vacío de la existencia. Por su apariencia, es la consolidación a cambio de una crisis espiritual y moral de la sociedad. El estado lamentable de las artes, del teatro, de la literatura, es el testigo más aplastante de esta sutil corrupción. La estética de la trivialidad que el poder impone procede de la misma voluntad de mantener al ciudadano a ras de tierra y de que, en toda actividad capaz de llegar a ser crítica o creadora, reine ese orden sin vida, que no es sino la paz de los cementerios. ¿Se empieza a comprender por qué, para despertar al ciudadano y volverle a llevar a la esfera pública, hay que hacerle salir primero de su refugio en la vida privada y apelar a su responsabilidad moral como ciudadano? Cuando la perversión del espíritu de un pueblo se ha llevado tan lejos, ¿cómo podría la historia -parada, ahogada, agotada- volver a pedir y volver a tomar un día la palabra, como lo demanda Havel en términos patéticos, si no fuese al individuo a quien se llamase a su responsabilidad de ciudadano?

Mas los intelectuales occidentales han de tener presente un segundo factor: el único recurso contra un sistema de normalización tan perfeccionado es invocar los textos referentes a las libertades y a los derechos cívicos a los que el Estado se ha vinculado por sí mismo. Esta circunstancia explica que la Carta hable desde el principio el lenguaje del hombre ciudadano y no el del productor socialista. Con el final de la «Primavera de Praga» la reivindicación en pro del socialismo de rostro humano se ha quedado sin objeto. Es necesario pues, remontarse más arriba en el pasado y apoyarse en la experiencia política de Occidente desde el fin de la Edad Media, y, seguros de este recurso, recuperar la esfera política de que el poder ha expulsado a los ciudadanos. Por eso el manifíesto de la Carta 77 se abre con el recuerdo de estos actos solemnes: El 23 de octubre de 1976 era publicado en el repertorio de las leyes de la República Socialista de Checoslovaquia (con el número 120) el "pacto internacional sobre los derechos cívicos y políticos" y el "pacto internacional sobre los derechos económicos, sociales y culturales", textos firmados en nombre de nuestra República en 1968, ratificados en Helsinki, en 1975, y entrados en vigor entre nosotros el 23 de marzo de 1976. A partir de esta fecha, también nuestros ciudadanos tienen el derecho, y el Estado el deber, de atenerse a ellos. Los dos pactos aludidos aquí habían sido recomendados por la ONU para la ratificación de los Estados. No fueron propiamente ratificados en Helsinki, pero el acta fmal de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa (del 1 de agosto de 1975) hace referencia a ellos en el punto séptimo de la primera parte, que comienza así: Los Estados participantes respetan los derechos del hombre y las libertades fundamentales, comprendidas la libertad de pensamiento, de conciencia, de religión o de convicción para todos, sin distinción de raza, sexo, lengua o religión. La Carta 77 no tiene inconveniente en hacer suya la ideología subyacente a la afirmación de que esos derechos «provienen todos de la dignidad inherente a la persona humana y.... son esenciales para su desarrollo libre e integral». Pero, mientras que para ciertos Gobiernos esas fórmulas no representan más que el precio que hay que pagar para obtener de Occidente el reconocimiento del statu quo político en Europa, los disidentes -o, mejor, los de la resistencia- las aceptan, no por táctica, sino por convicción. Para ellos la filosofía meramente alegada por el acta final de Helsinki ha de convertirse en la filosofía profesada por los Estados. Y, entre tanto, ha de ser la de los firmantes de la Carta 77. Esta se expresa, en su segundo párrafo, en los siguientes términos: Las libertades y los derechos humanos garantizados por estos dos pactos representan los importantes valores civilizadores hacia los que tendió, en el curso de la historia, el esfuerzo de numerosas fuerzas del progreso, y su promulgación puede ayudar de una manera significativa al desarrollo humanista de nuestra sociedad.

Con esto los de la resistencia dicen tres cosas. A los hombres del poder les dicen esto: «Las libertades que alegáis -libertad de expresión, derecho a la instrucción sin discriminación política, derecho a la información, derecho a la asociación, libertad de confesión religiosa, inviolabilidad de la vida privada, del domicilio y de la correspondencia-, esas libertades, no existen entre nosotros.» (3). A sus conciudadanos les dicen: «Vuestro, deber moral es exigir del Estado que él mismo se someta a los principios a los que se ha comprometido solemnemente.» Y, finalmente, dice al extranjero: «Sabed que nosotros, los de la resistencia de Praga y de otros sitios, hemos roto efectivamente con el sistema del miedo. Incluso cuando intervengáis en favor nuestro, no temáis que tengamos miedo. Pues en adelante no cederemos más.»

En cuanto a nosotros, así interpelados, hemos de saber que los de la resistencia no esperan de Occidente ninguna liberación por la fuerza. Si alguna vez ha podido alimentarse semejante Ilusión en el Oeste o entre ciertos disidentes del Este, todo el mundo sabe hoy que la guerra fría, se ha acabado ya, y que ahora la tarea es llevar adelante la distensión militar, la cooperación económica y la reivindicación de los derechos cívicos, sin ceder nunca al chantaje, según el cual la lucha por las libertades habría de dañar la distensión. Es de saber que el único socorro que Occidente puede aportar a los de la resistencia es el incesante recuerdo de los compromisos públicos aceptados por los Estados, la denuncia pública de las violaciones allá donde se produzcan y el apoyo público a las personalidades amenazadas, apoyo, como sabemos, que es su mejor protección física.

Este género de socorro, tan limitado, no debe al menos faltarles. Y la mejor manera de no dejar el monopolio de él a la Administración Carter es que, por una parte, los Gobiernos de Europa occidental asuman la responsabilidad de él (como ha comenzado a mostrarlo la visita del ministro holandés de Asuntos Exteriores a Jan Patocka), y, por otra, que los movimientos de izquierda tomen una posición clara e intransigente.

Estamos obligados a ello desde el momento en que la proclamación de los derechos cívicos y de las libertades fue objeto de un pacto público entre los Estados. Las libertades y los derechos han sido colocados por este acto bajo el control de la opinión pública internacional y bajo la salvaguardia de todos los Estados conjuntamente.

Fue porque no tuvo miedo por lo que Jan Patocka, el filósofo fenomenólogo, fue agobiado por la policía, sometido a interrogatorios extenuantes, perseguido por la policía hasta su lecho del hospital y literalmente llevado a la muerte por el poder. El encarnizamiento ejercido contra él prueba que el alegato filosófico en pro de la subjetividad se convierte, en los casos de extremo rebajamiento de un pueblo, en el único recurso del ciudadano contra el tirano.

(1) Le Monde, del 15 de marzo.

(2) Jan Patocka era, con el profesor Kossik, uno de los dos filósofos checos miembros del Instituto Internacional de Filosofía.

(3) En el orden de la libertad de enseñar y de publicar, estímese la «directriz a la atención de los que hacen los informes de las tesis», firmada por el profesor Ceska, vicerrector de la Universidad Carlos de Praga: Toda valoración de los trabajos de un candidato

debe preguntarse si «el trabajo se halla escrito en el espíritu marxista-leninista, o bien con otro espíritu, con una metodología extraña al marxismo (por ejemplo, el neopositivismo, el cientificismo, el neokantismo, la fenomenología, el estructuralismo, el freudismo, etcétera). El que hace el informe debe poner de manifiesto muy expresamente cualquier caso de este género en los trabajos de los candidatos, incluso aquellos que se encuentran solamente en el anejo bibliográfico o en el aparato crítico. El que hace el informe será responsable y garantizará que ninguna obra de este género será sometida a la aprobación de la comisión de examen. » (Citado por Politique aujord'hou, julio-agosto de 1975.)

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