Matías Quetglás
Para dar de está exposición una noticia objetiva e imparcial es menester desambientarla y descontextualizarla. Extraerla, por un lado, del marco en que se exhibe, y despojarla, por otro, de la envoltura culturalista con que se adorna de prólogo a epílogo: desde la nota preambular, rebosante de agudeza, hasta la esotérica conversación que, entre fotograma y fotograma, sirve de colofón a las no ocultas pretensiones del catálogo.Bien pudiera la galería de postín en que Matías Quetglás cuelga sus pinturas, grabados y dibujos, conferirles un aire de modernidad, más propio de la costumbre de aquélla que de la supuesta novedad de éstos. Habituados como estamos a dar por moderno (sin más, y sin razón suficiente) lo que en dicha sala se ofrece a la contemplación, corremos el riesgo de identificar los objetos con el aura. ¿Merecerían la misma consideración estos bodegones, paisajes y retratos... de verse expuestos en una galería de las llamadas de género?
Matías Quetglás
Galería Juana MordóCastelló, 7 Madrid
Y tras la desambientación, la descontextualización. Excelente, como en él es norma de escritura, el prólogo de Fernando Savater. Excelente y del todo desmesurado en relación con los productos a que se destina. Ni su aguda interpretación del éxtasis municipal, ni el recurso a la alucinación provocada como vía de acercamiento a las cosas y a la. radical extrañeza de su aparecer.... hallan adecuada respuesta en las criaturas de Quetglás, artificiosamente elaboradas, engañosas, exentas de toda inmediatez fenoménica.
«Atender al lugar común -de acuerdo con Novalis- y otorgar a lo cotidiano la dignidad de lo desconocido» significa detenerse ante las cosas y elevar a esencial diferencia su propia repetición, como algo inexorablemente dado, encadenado, indescifrable. Significa también la destrucción de las categorías conceptuales, implica la negación de toda simbología y exige plantarse ante el objeto (lo que está enfrente) sin la lente empañada por el saber convencional.
Matías Quetglás no ve las cosas, o las mira con la normativa de ese saber convencional. Es como si renunciase al incentivo de lo que le rodea, y viniera a suplirlo por una calculada y aséptica actividad de laboratorio. Pierden, así, sus objetos el aliciente de la apariencia diaria para adquirir el tinte o tornasol de lo artificioso, amañado, de lo debido a técnica o confiado al símbolo, en vez de rescatado y transmitido en el acto del puro contemplar.
En lugar de las cosas prevalecen los símbolos y las pistas para iniciados o sabedores de qué va el asunto. El argumento, por ejemplo, de uno de sus cuadros lo constituyen unas gatas submarinas y un montón de libros. ¿Simples objetos? No. Si el contemplador agudiza la mirada, descubrirá que en el canto de éstos se lee: «Carta a una vidente» y «Frases». Oculto en el uno el nombre de Artaud, y explícito en el otro el de Ullán, no tarda el iniciado en percatarse de las intenciones y empieza a descubrir claves en vez de ver cosas.
Pistas indirectas y perifrásticos símbolos suplen, en última instancia, la pretensión de los objetos. Las cosas no son aquí de la pertenencia de las cosas, y sí de tina simbología (¿gafas submarinas para escrutar lo insondable?), de un saber antecedente, de un universo absolutamente convencional y mejor o peor pintado (cuyo juicio y calificación académica corresponde, más que al crítico, a un profesor de Bellas Artes).
Babelia
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