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Reportaje:

Anticatalanismo en las Fallas

«¿Politizar las Fallas?; ya lo están. Son de derechas». Es casi la primera y única frase que te dice la izquierda valenciana sobre las fiestas de este año. No anda muy descaminada. Sin ir más lejos, durante los últimos quince o veinte años la falla de la plaza del Caudillo -única sufragada por el erario municipal y que, por tanto, no compite con las realizadas por las comisiones populares- había sido algo neutro, siempre aparentemente descomprometido: la Torre inclinada de Pisa, un extraño coloso que cayó espectacularmente durante la cremá, la Torre Eiffel... Este año, por el contrario, el cartón hacía referencia a la sopa de letras política nacional con leyendas tan celebradas como «Congreso de Diputados» o «Partido Social Conservador» de tono satírico. Otra falla, la de Bailén-Játiva, presentaba al presidente Suárez al frente de una locomotora de vapor. De hecho, el ninot Suárez fue «amnistiado» la noche del 19 y entregado a su hija Sonsoles-, fallera mayor infantil. Era algo que se saltaba las normas (sólo puede haber un ninot indultat, que no amnistiat) y demuestra hasta qué punto las fiestas estuvieron con el oficialismo.

Sin embargo, la nota dominante fue el anticatalanismo. «Somos españoles, después valencianos, nunca catalanes», era la expresión preferida por los dirigentes de los casals (punto de reunión de todos los falleros). Según ellos, el anticatalanismo es espontáneo en el pueblo valenciano, y el que por lo menos cien fallas tuvieran este «toque anticatalán» era pura casualidad. Según los escasos «contestatarios» efectivos de las Fallas de este año se trató de algo teledirigido desde la Junta Central -o centralista, como la llaman sus detractores- Fallera a través de cartas y circulares a las comisiones.

Contestación marginal

Para la oposición democrática valenciana, por tanto, la cosa fue complicada. Durante varios años se intentó entrar en las comisiones y «hacer política» desde dentro de ellas, pero el búnker de la Junta Central, que tiene amplias ramificaciones, cortaba el camino allá donde podía. Y enfrentar abiertamente el peso político de una sigla en un momento electoral contra los 300.000 «falleras» y «falleros» convictos y confesos que se pueden calcular por encima sobre una población de algo más de un millón de habitantes contando los pueblos vecinos a la capital, es arriesgar demasiado. «La otra salida -nos comentaba un militante del PSP valenciano- es marginarse. Que el que pueda se vaya a la playa a descansar y el que no, se olvide del asunto en su casa». Demasiado difícil para la mayoría de la población.

Contestación hubo. Reducida y marginal, pero que en algunos momentos conectó muy bien con ese pueblo teóricamente despolitizado y anticatalán que nos quiere presentar la Junta Central. Como durante la cremá de la «falla popular-democrática» -cuatro tablas y cartoncillos de esos que sirven de bandejas para huevos crudos- en la tarde de San José. Los doscientos «falleros» demócratas fueron el punto de atención de la gente -mucha- que entonces, pasaba por la plaza de la Virgen para ver la «ofrenda». Se bailó, se cantó, se agitaron banderas sin el controvertido azul cruzado que les pone el Ayuntamiento.

La plaza de la Virgen fue durante toda la semana el centro de reunión de los contestatarios. Hubo vanas cargas de la policía. En una de ellas, un estudiante de Ingeniería perdería el ojo izquierdo a consecuencia del impacto de una bola de goma. Se ha hecho cargo de su defensa el abogado Del Hierro, del PSV-PSOE.

Como nos dijo uno de los habituales de la plaza, «lo que pasa en Valencia es que no hay fuerza. Aquí aparecen tres policías y en un abrir y cerrar de ojos se esfuman los trescientos manifestantes teóricos que tenemos». El hombre, aficionado a las fiestas populares, quería comparar las Fallas con los Sanfermines del año pasado, sin ver que ni el grado de politización de los valencianos ni el nivel de democracia en los Sanfermines y en las Fallas son ni remotamente parecidos. La Junta Central tiene muy bien amarrados los cabos.

Otra parte de la contestación está en el Club -El Micalet. Allí se reúne la pléyade de gays valencianos y las gentes de izquierda a pasar su «noche loca, loca, loca» entre canciones de Celia Gámez, Los Rolling Stones, Los Bravos, Los Brincos y espectáculos sobre cómo era el «Rey Conqueridor», el Cid o los mozárabes. Los que quieren pasárselo bien, pero de manera muy distinta de los falleros oficiales.

Lo de siempre

En definitiva, todavía no hay «fallas democráticas». Este año, el grado de politización ha aumentado, pero la tenaz derecha valenciana se adelantó a los tímidos intentos de la oposición y preparó una fiesta, a su gusto, con Sonsoles -«Sí, sí, sí, Sonsoles a Madrid», se gritaba los primeros días-, «sopa de siglas» y anticatalanismo. Sin embargo, también hay que comprender al sufrido fallero «de base». Un hombre que desembolso muchas veces 15.000 ó 20.000 duros de sus menguados ingresos anuales para la festa, que anda como loco vendiendo lotería por todas partes -es su fuente fundamental de financiación- y que no entiende de políticas ni anticatalanismos. Que quiere su fiesta por encima de todas las cosas.

Como nos dijo uno de ellos «ser fallero es estar con los brazos abiertos al forastero. Yo mañana seré comunista, anarquista, conservador o monárquico, pero en estos cuatro días, este uniforme negro que no me lo quite nadie».

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