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Dos orejas falsas, remate de una feria desastrosa

En la última corrida fallera, celebrada el domingo, se lidiaron cinco toros de Martínez Benavides y un sobrero de Pío Tabernero, para Paquirri (aplausos y vuelta al ruedo), Manzanares (silencio y bronca) y Niño de la Capea (vuelta y dos orejas) Hubo un lleno total.

Las corridas falleras han terminado sin un triunfador y sin nada. Para decirlo de una vez: han sido un desastre. Porque las dos orejas que cortó, el domingo, el Niño de la Capea son mentira, fueron dos orejas triunfalistas, fruto de las ganas que tenía el público de aplaudir a algo y a alguien.El Niño de la Capea estuvo peor que mal, pues con su oficio y con los dos toros de embestida sensacional que le correspondieron, no tiene justificación que toreara retorcido hasta la caricatura, a tirones, a unas velocidades de locura. Todos los cites los hizo mediante el truco de la patadita al suelo y con el pico, que utilizó a mansalva; en los remates la muleta salía no ya tropezada, sino por los aires o hecho un rebuño con los pitones. Banderazo tras banderazo y otro banderazo más, y bajonazos, fue la suma de las dos faenas del Niño de la Capea, quien a juzgar por lo que hizo esta tarde, no se ha detenido en la pendiente de la decadencia.

Cómo estaría el Niño de la Capea que Paquirri, a su lado -y con otro toro excepcional-, parecía el Papa Negro. Entendámonos: no llegó más allá de lo que en él es habitual, no había arte en su labor, pero los muletazos que dio, sobre todo con la derecha, tuvieron reposo; adelantaba la tela, en la que prendía la embestida de dulce, y el remate de la suerte era limpio. A una figura del toreo (y debe serlo Paquirri, ya que le dan puestos en todas las ferias) debe exigírsele más, bastante más, pero el panorama está así.

Y esto fue la corrida: tres toros espléndidos para armar el alboroto de verdad, para volver tarumbas a los aficionados y a la galería y lanzar de nuevo hacia arriba la fiesta, que prácticamente se quedaron sin torear. Pues los otros tres resultaron de risa, si no fuera porque su absoluta falta de fuerzas estuvo a punto de provocar un conflicto de orden público. El primero de Paquirri caía pesadamente. a la arena y para levantarlo había que hacerlo a tracción, tirando del rabo. El segundo de la tarde, lo mismo, y el presidente no lo devolvió al corral hasta después de picado, y cuando la indignación de la masa llegó a tales extremos que estuvo a punto de producirse un incidente muy gordo. El sobrero, otro animalito sin fuelle, embestía como un borrego, bobalicón borrego, y Manzanares le dio pases y pases, estirado como una vela, y todos permanecimos a la espera, con santa paciencia, de que alguno resultara medianamente bueno. El quinto también rodaba por los suelos y la reacción dé la gente fue dar palmas de tango, y ponerse a cantar, y la rechifla, en tanto que Manzanares, otra vez estirado como una vela, daba pases y pases y todos seguíamos a la espera, con santa paciencia, de que alguno resultara medianamente bueno. Pero la paciencia se agotó y Manzanares, estirado como una vela y todo, se llevó al hotel una bronca monumental.

No descalifica a Manzanares que estuviera mal, ni por supuesto insinuarnos que no sepa hacer el toreo, para el que indudablemente tiene un don especial, demostrado en varias ocasiones, que aquí han sido oportunamente subrayadas. Le descalifica su falta de torería, un mal grave, éste, que aqueja no ya a Manzanares, sino a casi todo el escalafón actual. Cuando hay torería no se puede hacer el ridículo intentando dar cien pases a un borrego medio muerto por si alguno llega al tendido, provoca el olé y se endereza la faenita hasta rebañar una oreja. Porque eso no es torear: es mendigar.

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