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La negociación puso fin al drama de Washington

Los doce pistoleros de la secta Hanafi, cuyo fanatismo religioso había sido comparado por el presidente Carter con la Inquisición española, se rindieron ayer a la policía, tras liberar a los 134 rehenes que mantenían en su poder desde el miércoles. Sin embargo, el dirigente de la secta, Hamaas Abdul Khaalis, fue puesto en libertad por un juez casi inmediatamente para respetar lo pactado en la negociación entre los asaltantes y las autoridades.

El final feliz del incidente, después de cuarenta horas de terror, fue posible gracias a la mediación de tres embajadores de países musulmanes, los de Irán, Pakistán y Egipto, que negociaron durante tres horas con los miembros de la secta Hanafi, e incluso llegaron a leerles versículos del Corán para hacerles deponer su actitud.Los familiares de los rehenes, así como los representantes de los medios informativos y una gran multitud de curiosos siguieron, en un clima de gran tensión, el lento proceso negociador que se mantenía en el vestíbulo del edificio de la liga judía B'nai Trith, uno de los ocupados por los terroristas, a sólo seis manzas de la Casa Blanca.

Cuando, por fin, se llegó a un acuerdo y los siete hanafis que había en dicho edificio se rindieron a la policía y los 105 rehenes que tenían en su poder fueron trasladados, en varios autobuses municipales, a un hospital cercano, las bocinas de los automóviles comenzaron a sonar, las campanas de algunas iglesias a tañer y el público prorrumpió en vítores y aplausos. La liberación se produjo hacia las dos de la madrugada del viernes, hora local, ocho de la mañana del mismo día en Madrid. En total, los secuestradores habían mantenido en su poder a los rehenes durante 39 horas.

Una vez rendidos los asaltantes del edificio de la liga judía, entre los que se encontraba el propio Khaalis, lo hicieron los tres pistoleros que ocupaban el centro nacional islámico, de donde fueron liberados nueve rehenes, así como los dos hanafis que habían ocupado el Ayuntamiento de Washington, donde tenían diez rehenes.

El presidente Carter expresó su satisfacción por la feliz resolución del incidente y agradeció a los tres embajadores musulmanes la colaboración prestada. Horas antes de producirse la liberación de los rehenes, Carter había cenado en la Casa Blanca con el primer ministro británico, James Callaghan, y calificado de «deplorable» el que la fe religiosa pudiera llevar a cometer actos de violencia.

«Es deplorable que una profunda creencia religiosa pueda conducir a la violencia. Por supuesto, esto ha sido históricamente cierto. Por ejemplo, en España con la Inquisición. Y no es único», afirmó Carter.

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Khaalis, que había amenazado con «cortar las cabezas» de los rehenes si no se accedía a sus peticiones, entre ellas las de entregarle a los asesinos de su familia, negoció su propia libertad, y dijo haber sentido compasión por los rehenes que «son también creyentes en Dios y no sería bueno que sufrieran».

Mientras que Khaalis era puesto en libertad sin fianza por un juez, pese a las acusaciones que existen contra él de secuestro armado, los once restantes miembros del grupo activista fueron encarcelados, bajo idéntico cargo. Algunos de los asaltantes que tomaron el edificio del Ayuntamiento de Washington tendrán que hacer frente, sin embargo, a una acusación de asesinato por la muerte del periodista Maurice Williams.

Poesía y versículos del Corán

El juez que ordenó la puesta en libertad de Khaalis reconoció que las autoridades se habían puesto en contacto con él para pedirle que otorgara tal beneficio al líder de los secuestradores, y dijo que accedió para «garantizar la seguridad de los rehenes». Pese a ello, el magistrado impuso cinco condiciones al detenido, entre ellas la prohibición de abandonar la ciudad, la de hacer declaraciones sobre los sucesos y la de devolver su pasaporte. Una acusación de secuestro armado, según las leyes del distrito de Columbia, puede suponer una condena de cadena perpetua.

El alcalde de la capital, Walter Washington, calificó dé «maravillosa» la actuación de los tres embajadores musulmanes, que antes de entrar en el edificio de la organización judía B'nai B'rith habían conversado por teléfono con Khaalis. Según el alcalde, los tres diplomáticos discutieron de poesía y leyeron fragmentos del Corán al líder de la secta Hanafi, que se proclama defensor de la ortodoxia de la fe islámica. El embajador de Egipto definió a Khaalis como «racional», y dijo que escuchó con atención sus argumentos y reconoció que había actuado emocionalmente, guiado por el deseo de venganza contra los autores del brutal asesinato de siete miembros de su familia en 1973.

Una vez finalizado el drama, que durante dos días convirtió la capital federal en una ciudad casi en estado de guerra, los medios periodísticos especulan con el futuro de las acciones terroristas, y reconocen que el relieve dado a estos hechos por los medios de comunicación y muy especialmente por la televisión puede llegar a incitar a algunos desequilibrados, ansiosos de popularidad, a cometer actos similares.

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