A gritos
A la vista de la crítica tan loable que escribió Enrique Llovet -que poco menos aplaudió de pié, en blanco y negro-, sobre la obra de teatro Los hijos de Kennedy, fui a verla.El diálogo es, efectivamente, «soberbio». No creo que haya nadie que pueda negar la profundidad y la identificación que debe sentir cada espectador en cuanto a las «verdades» allí expuestas. Mi crítica se refiere al tratamiento que los actores han dado a ese diálogo. En el teatro español parece que hay una verdadera confusión entre el grito y la buena actuación. Por ejemp'lo, el papel de la hippy es, sin duda, el más conmovedor, pero a fuerza de gritar, la emoción acaba dando paso a una sensación de desasosiego incluso fisico (y, desde luego, no buscado). ¿Será que se siente la necesidad de gritar para expresar emoción?
No es ésta la única obra en que esto sucede. Lo he visto también en otras como por ejemplo: «La Casa de Bernarda Alba», «El Adefesio» (no, María Casares), y «Divinas palabras» (donde, por cierto, a fuerza de gritos y cabriolas no se oye el texto). Y cuanto más grita el actor, más aplaude el público. Pensándolo bien, no he visto ninguna obra dramática en la que el grito no haya sido fundamental en la actuación.
Estoy hablando, claro está, desde el punto de vista de una extranjera, sin embargo, a mí me da la impresión de que el teatro español ha creado un culto al grito y lo ha llevado al extremo de la exageración.
Aunque norteamericana, llevo ocho años viviendo en países de habla hispaná y también sé lo que es un esperpento. Pero, ¿por qué .dar un tratamiento esperpenticio a cualquier obra de teatro?
¿Alguien me puede explicar esta manía del grito por el grito en el teatro español de nuestros días?
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