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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un nuevo viento poético

En unas declaraciones para este diario me confesaba Mahmud Sobh, poeta palestino ya español por escribir directamente en nuestra lengua estas kasidas, que él es creador porque no quiere morir. «El hombre -decía textualmente-, para triunfar sobre la muerte, desea ser eterno a través de su descendencia y el arte». La idea se remonta a la filosofía griega y actualiza el concepto unamuniano de la inmortalidad.El libro se divide en tres partes: tierra, amor, muerte. Con las tres iniciales de estas palabras compuso un poema, no incluido aquí, cuyo estribillo es «tam, tam, tam», como si los tres conceptos fueran el triángulo básico de la problemática existencial. La insistencia se convierte en un indicio y se estructura simbólicamente. Habrá que analizarlo.

Mahmud Sobh:

Libro de las kasidas de Abu Tárek.Colección Alamo, Salamanca, 1976.

Tierra y amor

Con la tierra, el amor: la madre y la mujer. Perder ese ámbito es caer en el del miedo, a los pies de la muerte. Tierra y mujer coinciden en su entraña maternal. Y ninguna madre rechaza a su hijo. De ahí que no existan fronteras, sino, horizonte abierto, mancomunitario. Cualquier lugar es hogareño, «Toda tierra es amada / y todo lugar es Safad». Este es el primer significado del símbolo tierra. El poeta dialoga en el destierro con la naturaleza buscando un hogar, el mundo, en cuanto hijo pródigo ausente de la casa paterna, Palestina, a la que emocional e históricamente se siente ligado. El desraizamiento apareja despersonalización. Si en Toledo, Cuenca y otras ciudades halla, de acuerdo con el planteamiento general, cobijo, en la Mezquita de Córdoba, al recordar, mendiga: «Sereno, ábreme la puerta: / mi casa ya no es mi casa, / ni yo soy yo». El drama palestino adquiere en esta poesía dimensiones de tragedia humana. Se impone la opción, el buscar soluciones existenciales. Ante Castilla define, en posesión mental de nuestra entidad lingüística, las coordenadas fundamentales del existir: «Fundirme en tí es mi ser/ y sentirme embrión en tus entrañas es mi estar». Ser y estar, fusión y germen.La mujer es síntesis de aquel deseo integrador y de la receptibilidad de la tierra. Pero también, al parecer, una mujer poetizada. No habla Mahmud Sobh de amores concretos, sino de aquello que lo mantiene: el deseo, la ilusión, el arrebato de los cuerpos como una música bélica que sobrepasa sus individualidades. Es el amor la interna luminaria que enciende nuestro contorno. Fue Neruda quien vio en la mujer atributos terrestres. Persiste aquí esa visión, pero retocada, idealizada de forma aparentemente romántica y, sin embargo, oriental. La mujer crea en el hombre, mediante el amor, su imagen más femenina. Es ura proyección suya.

La muerte sin utopías

La muerte se abre con un poema antológico a la desaparición de la abuela del poeta, cifra de una generación diseminada. Incluye inconscientes fuerzas sanguíneas y, cómo no, añoranza de patria impedida en su trayectoria de irradiación humana. Ante la muerte no caben utopías. El poeta la vence mediante un acto de afirmación vital. Mahmud Sobh participa de la vida en todo momento. «En el barro que amasan / los poetas, la muerte jamás tendrá cabida. / El mar rechaza al muerto». Tocamos aquí la pulpa de la creación y con ella el tiempo. Pasado y futuro son sueño. Presente es actividad, formalización constante. «Pensar es soñar. / Soñar en algo por nacer, / en algo que ha dejado de existir, / y darle a todo forma nueva». Vuelve el símbolo, cifrado ahora en la inmutable imagen del girasol. El acto de existencia, el hoy, sucede inexorablemente. La vida es despliegue germinativo y mientras dura rechaza todas muerte. Más allá del vivir está la inexistencia: «Cuando desaparezca de este mundo no seré ».Creo que éstas son las claves fundamentales. A mi juicio, falta en la dialéctica integradora de la primera parte -la tierra- el planteamiento ético de la distorsión, de la evidente ruptura entre el ser y su patria terrenal. La praxis acota cada día más la innata intuición de la tierra como lar universal. Y en el apartado de la muerte echo también de menos una justificación concreta del hoy como verdad absoluta. Mahmud Sobh ha intuido esencias, pero todavía no ha analizado partes.

Con este libro su autor entra de lleno en el panorama de nuestra lírica. Trae un viento que nuestras veletas añoraban: la reflexión poética. Sintetiza la imagen oriental y el concepto occidental. Se le ha objetado como defecto el arrastrar los inconvenientes de una traducción más o menos velada. El libro está escrito directamente en español y esas posibles minucias no afectan al conjunto de la obra.

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