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Tribuna:DIARIO DE UN SNOB
Tribuna
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Eurovisión

Después del cerco internacional, la retirada de embajadores y el trigo de Perón, de pronto se hizo un rayo de luz en la noche de los tiempos: Eurovisión.El Mercado Común, al fin y al cabo, era una cosa de tenderos y aduaneros, y la OTAN era una cosa de manneros en tierra. Eurovisión, en cambio, suponía la concentración de las esencias, la Europa de las patrias, el general De Gaulle y aquella cantante inglesa de los pies descalzos. Ahí sí que nos desquitamos de la conjura internacional. Un año era Massiel, la moza lozana y fermosa de la calle de Leganitos, otro año era Salomé, tan europea que hasta le dijo a Gironella que no creía en Dios, al contrario de los cipreses, y el último año fueron Sergio y Estíbaliz, que apertas si subieron al marcador, pero no por eso dejaron de poner en la Europa su impronta mariana de novios formales y montañeros de domingo entre las nieves de la castidad. Este año va Micki.

Qué triste se ha quedado el festival de Eurovisión, qué hortera, qué de televisión aburrida de sanatorio ahora que nuestros embajadores y nuestros ministros -por no hablar de nuestra Oposición- cantan el Lalalá de la democracia en las cancillerías con té de las cinco. La batalla de San Quintín, el gol de Marcelino y la canción de Karina -ninfa del Madrid hortera han sido los tres momentos más europeos de España en varios siglos de conjura judeomasónica, cerco internacional y rojos al paredón. Ahora va Micki a Eurovisión; Micki, ese adolescente de cuarenta años, otro sobrino apócrifo de Kennedy, porque Micki alumbró cuando la yeyemanía de los felices sesenta: cantaba y hablaba en una discoteca llamada Parnaso, por él barrio de Zurbano, una hoguera de twist entre palacios y embajadas. Demasiadó tarde, Micki.

-A mí me gustaría que el chico chupase premio- dice el quiosquero.

A mí también, sobre todo por él, porque a los españoles ya no se les contenta con premios comprados por el mundo o ganados en Eurovisión. Recuerdo aquella noche, cantando bajo la lluvia, cuando fuimos todos, toda la yeyemanla madrileña, con nuestros pasadores de cuello para el cuello redondo y la corbata gorda, haciendo sonar las bocinas de los coches en Luchana, a ver en el Palafox una película con guión de Joaquín Parejo, y Micki a la cabeza, el niño de goma, campeón de los modernosos que queríamos ser europeos y escapar del secarral mediante la música y el ligue.

¿Te acuerdas tú, Micki? Bueno, pues todo era un engano, macho. Una mentira de microsurco y botas femeninas por medio muslo para olvidarnos de la mazmorra nacional, un sueño colectivo que tú protagonizabas, tío; una nostalgia generacional de otra cosa. Volviendo a mi tema, al tema de Patrick, te diré que éramos solamente los sobrinos pobres de Kennedy, los sobrinos ribereños, tercermundistas y olvidados de un sueño americano e imperial. Ahora, Micki, vas a Eurovisión demasiado tarde, aunque te deseo mucho éxito, porque Eurovisión ya no importa nada, y hemos despertado de aquel sueño adolescente de música y sicodelia. Cuando vino el campeón unisexo de Congratulations a Oliver, parecía -¿verdad, querido Jorge Fíestas?- que Europa ya era cosa nuestra. Que estaba en el bote.

Pero nada, tío. Aquello pasó y no había congratulations para los yeyes madrileños ni para los obreritos andaluces que se iban a Europa sin otro recuerdo de la patria mía que el Lalalá de Massiel o las recopal del Real Madrid. Eurovisión, hoy, nos parece un cachondeo marinero, porque estamos ya -sépanlo mis queridos mexicanos y mis queridos caraqueños, que se han empeñado en- leerme-, estamos ya, digo, queriendo volver y volviendo a Europa, por encima de esos Pirineos ideológicos que ahora levanta Alianza Popular. Suerte en Eurovisión, Micki, tío, pero de verdad, de verdad; te prometo (como dirías tú) que aquí nos da.igual y nos trae flojos. Ya hemos aprendido a distinguir la democracia del Lalalá.

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