Cuestiones mal planteadas
Adelantaré mi convicción de que rara vez es posible resolver los problemas rurales, es decir, que dejen de ser problemas. La estructura de la realidad es conflictiva, los recursos son limitados, innumerables elementos heterogéneos se entrelazan en cualquier tema concreto, los derechos suelen interferir, y si uno queda íntegramente a salvo, otro queda herido; las voluntades, finalmente, se afirman sin acabar de tener en cuenta las de los demás y tropiezan con ellas. Creer otra cosa es idealismo, utopismo o simple gana de engañarse.Por eso es necesaria la política, sin la cual podían pasarse sociedades sumamente sencillas o dominadas por un consenso tan compacto, que imponía una configuración acatada con unanimidad práctica. Como hoy estamos lejos de ese tipo de situaciones, la política es condición esencial para plantear bien los problemas, sin pretender resolverlos a rajatabla, para disminuir las fricciones, encontrar fórmulas que concilien las antinomias hacia arriba, quiero decir haciéndolas converger hacia algo superior, más amplio y abarcador. Lo inquietante es que, la política vuelva la espalda al pensamiento y se dedique a confundir las cosas, hasta dejarlas sin solución posible, lo cual desemboca en la discordia o la desesperación. Por eso me preocupa la pobreza de lo que podría llamarse dignamente pensamiento político en el mundo actual.
La ordenación regional de España es una cuestión decisiva, porque es uno de los elementos capitales de su constitución -con minúscula, todavía más importante que su consagración legal en una Constitución con mayúscula. No ahora, sino hace veintidós años, y en un libro estrictamente científico, La estructura social, me enfrenté con ese tema. En su primer capítulo hay un apartado con el título «Regiones, naciones, Europa». Permítaseme citar aquí algunos párrafos de ese texto de 1955, por dos razones: 1) porque su concisión nos va a ahorrar muchas explicaciones; 2) porque su fecha y su lugar, muestran que no se trata de ningún oportunismo, sino al contrario.
«La región es algo bien distinto del Estado medieval, aunque sus límites coincidan. La región es una sociedad insuficiente; quiero decir que está definida por un repertorio de vigencias comunes, peroparciales y débiles, es decir, que dejan fuera zonas decisivas y que además ejercen presión comparativamente ligeras. Podríamos decir que los usos regionales tienden a convertirse en meras costumbres... Hasta tal punto es así, que las actitudes re gionalistas pres entan tres carácteres sumamente revelado res: 1.º Son voluntarias, esto es, no se es regionalista sin más, sino que se quiere ser regionalista; mientras es frecuente que un hombre se sienta «irremediablemente» español o alemán, incluso a pesar suyo y con despego, el. regionalismo tiene siempre la forma del «apego» de la voluntaria adhesión y aun del cultivo de la pertenencia regional. 2.º Son ritos de la vida, se nutren de pasado afirmando como presente y «conservado»; por eso todos los regionalistas de todos los países son « tradicionalistas » y en el fon do «reaccionarios» aun en los ea sos en que tácticamente adoptan forman políticas extremistas. 3.º Proceden de un movimiento de retracción, esto es, vienen de la sociedad general, retrayéndose de ella; ninguna actitud regiona lista es regionalista sin más, o sea primaria e ingenuamente regionalista, sino que se apoya en la nación y desde ella se repliega sobre la región -de ahí el hecho, tan interesante de la seudomorfosis nacional de los regionalismos, de su enmascaramiento como «nacionalismos», prueba de su carácter esencialmente derivado.» «Pero no se confunda el regionalismo con la condición regional; ésta es plenamente actual, como forma de sociedad secuñdaría. No digamos sociedad abstracta, porque se trata de cosa bien distinta: no se es catalán, navarro, borgoñón o s uabo como se es médico, radical-socialista o anglicano; la región es lo que podríamos llamar una sociedad «insertiva»: funciona como componente parcial, pero no abstraído, ni por tanto abstracto, de la sociedad nacional; y esto es una forma muy precisa: la inserción de los individuos en ella. En otros términos, el individuo -al menos en muchos países y largos períodos de la historia modernano es directamente nacional, sino que a su modo de pertenencia a la nación es regional. Ser andaluz, vasco, o gallego es, según los casos, el modo de ser español, y del mismo modo el ser bávaro o westfaliano, el ser bretón o provenzal son las formas concretas de ser alemán o francés. »
«Por esto, regionalismo y antirregionalismo. son dos formas de abstracción: el primero sustantiva la región, finge que es una sociedad plenaria y suficiente, la desliga de la totalidad de la que es ingrediente y en la cual alcanza su realidad, y por eso la deja exangüe; el segundo prescinde del es trato intermedio que se interpone entre el individuo y la nación, de la placenta regional mediante la cual se realiza la inserción cuafificada y orgánica del individuo en el todo nacional, y con ello impone una violenta uniformidad esquemática; que empobrece la realidad y al mismo tiempo -aunque el antirregionalismo no lo sospeche debilita la pertenencia de los individuos a la nación, puesto que corta las vías naturales -quiero decir, claro es, históricas- de inserción y radicación en la sociedad general. Son dos formas de desarraigo: el regionalismo corta las raíces de la. región.en la sociedad nacional, y convierte a la región en una planta de maceta, artificial, su jugo y casi siempre maniática; la actitud antirregional -no antirregionalista- desarraiga a los indivudos de su suelo inmediato -la región- y con ello desvirtúa y destruye la estructura interna de la nación, su constitución u organización viviente. »
¿Qué podría agregarse a estas palabras de 1955? Diez años después compuse Nuestra Andalucía, poco después Consideración de Cataluña, en 1976, en La España real, dediqué varios capítulos alos problemas regionales españoles. La «violenta uniformidad esquemática» que se ha intentado imponer al cuerpo social de España encuentra resistencias, insuperables; y a ella deberían resistirse sobre, todo los interesados en la unidad, y coherencia de nuestro país. La aceptación de las regiones, de las «sociedades insertivas» como los miembros reales de ese cuerpo, es ya, por fortuna, irreversible.
Pero hay el peligro del particularismo, es decir, la consideración intrarnegional como la única válida. Quisiera explicarme claramente. Una fracción de una nación puede sentirse no perteneciente a ella, y pretender segregarse; esto es lo que se llama «separatismo». Esta actitud puede ser más o menos justificada, pero es coherente: la parte en cuestión no se considera vinculada a una unidad más amplia, y por sí y ante si, quiere desligarse y desprenderse. Es su voluntad particular la que afirma, la que, intenta hacer valer.
Ahora bien, si. esa, parte o región se considera perteneciente a la nación en su. conjunto, si pretende permanecer dentro de ella y vivir en conexión con sus demás partes integrantes, tiene que contar con el conjunto, ha de proponer fórmulas que sean aceptables -y políticamente aceptadas- por la totalidad de España. Tan necesario es esto como que las normas generales sean aceptables a cada una de las regiones. Lo antidemocrático es imponer a cada región una decisión central tomada sin contar con ella; o exigir desde una región estructuras generales que otras regiones o la nación en su conjunto pueden rechazar.
Ambas posturas destruyen la democracia y la hacen imposible. A los muchos descontentos que han padecido los españoles durante los últimos cuarenta años hay que sumar los descontentos regionales que han gravitado con mayor pesadumbre sobre algunas regiones. Cabe la tentaciónde utilizar subversivamente . ese descontento para impedir el establecimiento de la democracia. Existe en algunas regiones un resentimiento de grupos minoritarios que, prefieren asegurar una fácil importancia local, mejor que concurrir con los demás en el «mercado general» de la sociedad española en su conjunto. A veces se intenta conseguir ven tajas particulares mediante presiones, coacciones o amenazas, que le ejercen y coartan su libertad. Y no se olvide otro peligroso factor: el mimetismo que lleva a adoptar actitudes imitativas en regiones donde la situación lingüistica o política no las justificaría, pero que se quieren unir al coro general de discrepantes y extraer algunas ventajas particulares; hay que ser muy miope para no ver el riesgo de un juego de «nacionalismos» generalizados.
El resultado de esto, es decir, del plantea miento erróneo de una cuestión legítima y urgente, sería la quiebra de toda democracia por el camino seguro de los reinos de taifas -vieja tentación española, de España y de cada una de sus partes-. Ya sabemos cuál fue la suerte que tuvieron en la Edad Media los reinos de taifas: la férrea, tosca, elemental opresión de los almorávides. Y siempre hay algunos almorávides disponibles, que sólo aguardan un pretexto.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.