La mujer no puede ser sacerdote católico
El Vaticano hizo público ayer un documento en el que se da un no formal y definitivo a las pretensiones surgidas de sectores de la Iglesia acerca de la posibilidad de incorporar mujeres al sacerdocio.Según el documento, redactado por la Congregación para la Doctrina de la Fe, se apoya, en su postura, en la tradición de la Iglesia al respecto, recordando que, aunque el mismo Jesucristo proclamó la igualdad de todos los hombres, al margen de sexo, raza o condición, «no llamó a ninguna mujer a formar parte de los doce», y ni siquiera la Vigen María, «asociada tan estrechamente al misterio de su hijo», fue investida del ministerio sacerdotal.
Recuerda, además, que sólo la Iglesia, «a través de la voz de su magisterio, asegura el discernimiento entre lo que puede cambiar y lo que debe permanecer inmutable». «Cuando ella cree -sigue transcribiendo Efe- que no puede aceptar ciertos cambios, es porque se siente vinculada por el modo de obrar de Cristo».
En un documento adjunto se promete el estudio del problema de las diaconissas -que sí tienen tradición en la Iglesia Católica-, problema que «debe ser estudiado sin ideas preconcebidas», aunque se resuelva, seguramente, a largo plazo.
El Padre Rober Ticci, S.J., director de Radio Vaticano, comentó ayer que esta reafirmación en la tradición de la Iglesia no dificultaría el proceso ecuménico, pues en las otras confesiones cristianas existen divergencias y dudas serias sobre el tema.
La declaración del Vaticano tiene una extensión de dieciocho folios. Al final de ella se dice: »el sacerdocio no forma parte de los derechos de la persona, sino que depende del misterio de Cristo y de la Iglesia. El sacerdote no puede convertirse en término de una promoción social».
Por último, dice el texto: «La Iglesia hace votos para que las mujeres cristianas tomen plena conciencia de la grandeza de su misión: su papel es capital hoy día tanto para la renovación y humanización de la sociedad como para descubrir de nuevo, por parte de los creyentes, el verdadero rostro de la Iglesia».
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