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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cribar al crítico

Probablemente el destino de la crítica en una cultura anémica, como es costumbre predicar de la nuestra, se reduzca a la doble función de informar y de vapulear. Castellet, cuando menos, lleva años cumpliendo esta misión didáctica, mostrando dónde está la letra (la buena) e intentando que nos entre (con sangre) a los «letra-heridos». Siendo su autor más proclive a difundir ideas que a propinar palmetazos, al lector de esta doble silva de muy varia lección (siete, de los dieciséis textos que comprende la recopilación catalana, junto a tres más que no figuran en ésta, componen la recopilación castellana) le ofrece mayores oportunidades de enterarse y deleitarse que de presenciar la azotaina. Al oficiante de las letras, reacio por lo general al masoquismo, le coloca ante el espejo de la conciencia.

Qüestions de literatura, política i societat y Literatura, ideología y política, de José María Castellet

Edicions 62. Barcelona, 1975, y Editorial Anagrama, Barcelona, 1976, respectivamente.

El ensayo breve, más que su obra monográfica, denota los malos ratos que a Castellet le proporciona la cultura peninsular. No sería temerario apostar que Castellet daría por no escritos dos libros de Pla y algunos poemas de Espriu, a cambio de poder encontrar motivos de loa. De ahí su afán excavador, la obsesión colombina de rastrear novísimos, de erigir antologías y de probar a ver si echando una mano esto se arregla un poco. En ocasiones, Castellet, con su irritada angustia, parece del 98.

Por fortuna, Castellet ha encontrado lenitivos desdramatizadores en tierras foráneas y el mal de España conforma un estrato poco consistente de su pensamiento. Además, Castellet eligió vivir los años dictatoriales del analfabetismo y de la represión con la suficiente viveza y la energía bastante para no complacerse en las lamentaciones. En sentido estricto, únicamente el de siempre —el azar— ha impedido que Castellet fuese el pensador francés o anglosajón con veleidades de hispanista, que es, Pero, encima y porque las complicaciones suelen acumularse, Castellet es catalán. A saber, que a las catástrofes comunes deben añadirse una lengua materna oprimida y una cultura silenciada. Si se piensa qué ha supuesto ser durante estos últimos cuarenta años intelectual catalán, todo lo que rebase el hecho de la supervivencia debiera asombrar. Por lo pronto, el regalito catastrófico supuso para muchos la maldición del bilingüismo.

Ironía

Por algún misterio combinatorio de la «misteriosa trama de azar, destino y carácter» (que decía Ortega que decía Dilthey que es la vida), en vez de ese estructuralista o ese crítico new que le habría correspondido ser si las cosas funcionasen, a Castellet le ha tocado en suerte, asumiendo censura, catalanidad y cultureta, la tarea de no perder los nervios. Para ello ha elegido la ironía, ese correlato de la inteligencia, que la patentiza y la potencia.

Las calderas hirvientes de ideas, propuestas y análisis, que constituyen estas dos recopilaciones, han sido posibles porque su autor, además de leer a Marx, De Saussure o Barthes, ha rescatado, contra lo que cabría exigir de un catalán cincuentón, una visión lúdica, ene miga de la adusta solemnidad que por aquí se estima imprescindible en los asuntos del espíritu.

Leyendo Sartre y los intelectuales (un texto de 1974) o la hermosa frase de Sastre, que sirve de lema a Qüestions…, y aunque sólo fuese por el hecho de interesarse por Sartre a estas alturas (que son las de siempre), puede afirmarse sin temeridad que el existencialismo salvó de la aridez el pensamiento inicial de Castellet. Después de Sartre vendría el marxismo. Lévi-Strauss, Northrop Frye y don Pompeu Fabra. Pero quizá el maestro francés (al que nuestra sociología literaria, si es que contamos con tales modernidades, debe el estudio de su influencia) proporcionó al primer Castellet esa índole de agudizar la fecundidad que rezuman hoy sus escritos. Incluso cabe sospechar (y no lo sospecho sólo por rencor) que en la lectura castelletiana de las novelas, que son el patito feo de la obra sartiana, se originase ese gusto detestable de Castellet a la hora de leer la novela española contemporánea.

Pero son ganas de cribar al crítico estas pretensiones de buscarle las influencias. La obra de Castellet ni las oculta, ni las exhibe. Como producto de un pensamiento que se niega a disociar rigor de elegancia, se diría su obra consecuencia de una actitud que a la cotidianeidad aldeana prefiere los riesgos del conocimiento. Y aquí, hoy, a esa actitud sólo se llega mediante la pura lascivia por la libertad.

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