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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Viaje alrededor de Sender

Escrita a cuarenta y tantos años de distancia de Imán —que hace poco comprobé que seguía asombrosamente fresca— novela de Ramón J. Sender Arlene y la gaya ciencia, escrita desde el otro cabo cronológico de su mester de novelista, demuestra la vastedad y el punzante interés de su oficio narrativo cuando funciona ya, por decirlo así, con sus intereses y réditos.

Iman podría descubrir hoy, cum laude, a un nuevo novelista, mientras que la novela presente, fechada en San Diego de California en 1975, sirve como ejemplo admirable de cómo se puede escribir una novela dejada a sus azares naturales, a los vientos favorables, a los temas y cavilaciones que aparecen ante los ojos o en la mente del escritor. Pero el resultado no implica desaliño, desigualdad ni descuido, porque una formidable intuición, una mano narrativa como no hay par en la novela española desde Baroja conduce de modo infalible dentro del variado mundo senderiano.

Arlene y la gaya ciencia

Ramón J

Sender

Ediciones Destino Barcelona, 1916

Madrid, 1976.

Leyendo Arlene y la gaya ciencia se recuerda ciertamente al Baroja de las últimas décadas, inmerso en su mundo narrativo. Pero sucede que Sender posee un mundo más rico en aventura humana y en horizontes y puede traer a sus novelaciones el punto de vista del profesor exiliado y reflejar en la narración el mundo de la sociedad universitaria norteamericana como lo ha hecho ya en algunas de sus no velas, como las que se desarrollan desde La tesis de Nancy y lo vuelve a hacer. Con su narrativa fluida, con su descripción al pasar de personajes presentados cada uno con su raíz, su aura social y humana en un breve repaso a sus rasgos distintivos, se desarrolla como de manera casual y casi artificiosa a primera vista, una intriga bastante complicada e intensa de amores, de celos, de soplonerías y mezquindades trágicas en el ambiente un tanto cerrado del campus.

De la narrativa de Sender brota en estas condiciones un humor vital e intelectual un tanto escéptico que deja a los personajes como esterilizados y desvitalizados por estar entre el lector y ellos no ya el mundo de Sender, sino su manera distanciadora de contado para ver a sus criaturas desde la, en cierto modo, contrafigura del autor que es Abel —aunque sólo sea por poner en su boca su amplia, paradójica erudición— a través de la lente de su enorme personalidad. Las novelas de Sender hacen una higa el objetivismo de Robbe-Grillet y sus congéneres porque lo que se encuentra en ellas, y más ahora en su manierismo desmesurado de escritor que deja correr su talento con la seguridad de andar por la novela como Pedro por su casa gracias al piloto automático de un instinto que no falla, es a Sender.

¿Cómo veremos un trecho de sociedad moderna con sus temas distintivos, sexo, política, ambición, inseguridad través de un chorro de personalidad? La objetivación de su versión está enormemente personalizada y todo en ella es Sender, haciendo senderianas las criaturas que toca, sendenianos sus problemas, y más senderianas sus aficiones, estudios, distracciones y erudiciones. Y senderiana, sobre todo, la cristalización del mundo de su novela como un acuario de observaciones del autor que no cesa de describirlo en sus pormenores y movimientos desde su propia luz, desde su propio humor. Todo en Arlene y la gaya ciencia parte de Sender y se mueve en torno de Sender y esto es bastante para su interés definitivo.

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