Teoría de la cola
Ya conocen ustedes mi afición a las colas. Me viene de la postguerra, claro, de la cola del aceite. Yo soy un sociólogo de cola. Nadiuska también conoce -y padece- mi afición a las colas. Yo no la llevo al cine ni a la discoteca. Sólo la llevo a las colas.-A ver cuándo me llevas al cine a ver una de Nadiuska- me dice Nadiuska.
Amalia Sánchez-Sampedro, periodista joven y muy lista, me lo decía ayer:
-Tú serías feliz en Moscú.
-Ya empezamos.
Pero lo dice porque ella ha estado allí de vacaciones, estas navidades y, según parece, Moscú es el paraíso de los colistas. En Rusia se hace cola para todo. En Rusia, la cola no se ha hecho para, el hombre, sino el hombre para la cola.
-Los moscovitas, en cuanto ven una cola de un kilómetro, se ponen a la cola, piden la vez, a pesar del frío y sin saber qué es lo que se vende. Saben que algo bueno y difícil de encontrar habrá al final de la cola.
O sea, al principio. Como rusos y españoles seguimos siendo en cierto modo pueblos paralelos, aquí tenemos ya la primera gran cola del año, que es una que se ha montado para solicitar viviendas sociales en la oficina correspondiente, instalada en las Escuelas Aguirre, a la sombra del neo-neomudéjar de dichas escuelas (amenazado por la especulación y la piqueta, como todo). He ido a esta hermosa cola tercermundista, he madrugado, me he tirado de la cama como un curado de Lourdes, me he puesto a la cola provisto de una manta contra el relente y una bola de periódicos para contribuir a la hoguera que hacen los colistas para defenderse del frío.
-¿Y quién dice usted que da estas casas?
-El Ministerio de la Vivienda.
-¿A usted ya le ha tocado?
-Me falta el certificado de residencia.
Cuarenta años de justicia social no consiguieron resolver el problema de la vivienda. Ahora mismo hay en Madrid una urbanización llena de pintadas de los vecinos contra la empresa que, según dicen los graffiti, hajugado con su dinero. Con el dinero de los compradores. En otra urbanización, los vecinos dan vino y tortilla a los posibles compradores para persuadirles de que aquello es una estafa y que no caigan en la misma trampa que cayeron ellos.
-O sea que estamos como en Moscú- dice el abrecoches.
El abrecoches de mi barrio hace tertulia últimamente con el quiosquero y el parado. El abrecoches está, como casi todos los abrecoches, entre último de Filipinas y protagonista de Hiroshima, mon amour. Su atuendo es una antología del barrio. Todo lo que le dan: gorro de orejas, clavel en el pelo, zapatillas de béisbol, cazadora USA, pantalones de banderillero y una muleta para la pierna que le falta. En verano se pinta la muleta de blanco o de rosa.-
-Sólo que en Moscú hacía menos frío que en Madrid- me dice Amalia.
Torcuato Luca de Tena me ha enviado su nueva novela, Señor ex ministro, y en la dedicatoria me pone Umbral con hache. Gracias por la hache y gracias por la novela, Torcuato. A usted le gustará saber que en Moscú van de cráneo con eso de las colas. Ramón Pedrós, corresponsal suyo en Moscú y amigo mío desde que era así, ha sido amonestado por los soviéticos, y eso que aún no ha hecho la crónica de la cola. Yo, en cambio, corresponsal de Madrid en Madrid, escribo mi crónica-denuncia de la cola, que para eso estamos en un país libre, predemocrático, postfascista, ultracapitalista, paleocristiano y neomudéjar, como las Escuelas Aguirre, que el señor Oreja ha hablado de acercarse este año a los pueblos árabes. Una lamentable cola de postguerra, la de las Escuelas Aguirre.
-Si en lo político nos estamos transformando -explica el abrecoches-, en lo económico seguimos siendo una estructura feudal, patriarcalista, arcaica y fascistoide.
Cuando me fuí de la cola, la gente quemaba ya hasta el carnet de identidad, para calentarse.
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