Los hijos de la carne
Las mujeres juristas, reunidas en Madrid, se han ocupado de ese tema tan español y tan folklórico que son los llamados hijos de la carne, o sea, los hijos de nadie, los hijos sin padre, los hijos naturales, como si los otros fueran de lata. Me parece bien que estas señoras, como mujeres y como juristas, se preocupen de reivindicar al hijo natural, pero sus reivindicaciones se quedan un poco kitsch, porque andan por ahí por las calles las otras mujeres, las que piden libertad de divorcio, de adulterio, de aborto, hijos sin padre y más cosas, y que han sido denunciadas por Blas Piñar con su vibración habitual. Tomás Cruz me pone unas letras para invitarme al fallo del premio Sésamo de novela, y recuerdo que, hace unos años, todos los hijos de tal nos reuníamos en las cuevas de Tomás para hablar de Sartre y hacer existencialismo castizo a la madrileña.
Para el Régimen y sus portavoces y soplones éramos hijos de la carne, hijos del arroyo, hijos naturales, hijos de perra asilvestrada todos los que leíamos a Camus (que resultó tan de derechas que hasta quería a su madre). Y si no que lo diga María Casares, que ahí está, a la vuelta de Sésamo, en el teatro Beatriz, y no me dejará mentir. También ella fue una hija del arroyo para los increpadores del sistema, porque lo suyo era peor que no tener padre: había tenido un padre republicano.
De verdad llegaron a convencernos de que aquellos chicos eran hijos de la carne, mientras nosotros, los demás, los legales, éramos algo así como hijos del espíritu, de Tomás de Kempis -o de un ángel pintado por Gregorio Prieto. Nosotros de carne nada, que para eso éramos niños de derechas.
Iba yo a comprar el pan y me encontré a la duquesa de Alba:
-Te ruego, Umbral, que no me metas en tus crónicas.
Cayetana de Alba, claro, es hija de una larga estirpe, pero todos los que no hemos nacido a la sombra de semejante árbol genealógico quedábamos en entredicho ante el Régimen y ante el señor del empadronamiento, sólo por haber nacido en zona republicana y por ha bernos sorprendido el Alzamiento en la cuna.
Me lo preguntan a veces los periodistas:
- ¿Y a usted dónde le sorprendió el Alzamiento? -En la teta de mamá. Hasta hace poco, si eras hijo de la carne no podías hacer unas oposiciones ni presentarte en una venta nilla ni, casi, casi, sacar unas entra das de cine. En todas partes te lo echaban en cara. Después de la guerra se decidió tácitamente que, más o menos, eran hijos de la carne, del arroyo, de la vida y del pecado todos los españoles sin certificado de adhesión a la cosa.
Ahora, como la sociedad va siempre por delante de sus legisla dores, el tema que han planteado las mujeres juristas ya no preocupa a nadie, porque Concha Velasco, Terele Pávez, Rosanna Yanni y otras muchas famosas decidieron tener un hijo de la carne, y los tuvieron muy hermosos, que la carne da hijos más robustos que el Código Civil, el Libro de Familia o la cartilla del Seguro.
El otro día me encontré en una cafetería a Terele, menor de las Penella (y quizá la de más talento y temperamento):
-Que cómo te va, macho.
-Pues ya lo ves, amore.
Y por allí andaba revoloteando un hijo suyo, que yo no sé si es de la carne, del pecado, del matrimonio o de un señor, ni me importa, pero que en todo caso era un hermoso niño, prueba contundente de que en la sociedad española ya no hace falta ser tonta y tener la pierna quebrada para parir un chico, sino que hasta las mujeres con talento, como Terele, puede parirlo. Es frecuente que, a la hora de las ojeras y las manos sucias, una famosa te confiese:
-Estoy pensando que me gustaría tener un hijo.
Lo del posible padre ni se lo plantean. Bárbara Rey dice en Mundo: «Me gusta Paco Umbral? Espero que no venga buscando un hijo de la carne. Porque a mí, ya, carne me queda poca.
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