Malraux, el penúltimo gigante
La desaparición de André Malraux pone de relieve un fenómeno trivializado a fuerza de repeticiones: esta época produce líderes eficaces y grises. Ya no hay gigantes.Malraux era, ahora se ve, uno de los supervivientes de una última jornada de seres gigantescos. Pocos meses antes que él murió en China otro de los forjadores del siglo.
¿Qué es un gigante? Desde luego algo distinto a «un gran hombre». España ha producido desde 1900 algunos hombres universales, en la ciencia, en el arte, ninguno en la política. ¿Pero algún gigante? Con la excepción de Picasso -sesenta años fuera de su patria- es posible que no.
Un gigante es algo así como el símbolo viviente de un tiempo histórico. Son seres que aparecen en medio de las crisis. para conducirlas o para explicarlas. La lucidez. o más bien el fuego interior de los iluminados, suele ser su nota diferencial. Una penetración capaz de romper los valores heredados y cambiar el curso de las cosas. Y condición final, el carácter legendario, la vertiente mítica hacia el que se vuelven las gentes en espera de una señal. Esa proyección multitudinaria es connatural a los ejemplares únicos como Malraux.
En él se dan todos esos caracteres del genio desmesurado: una obra que desmonta supuestos anteriores, una vida quemada en la acción, un perfil en que el superviviente no es sino la memoria de sí mismo... El siglo produjo algunos tipos de esa raza. Así su contrapunto, el general De Gaulle, cuya desmesura empezaba en la talla física: o Winston Churchill, alcohólico profundo, Chaplin, Picasso. Mao, o el propio Proust, ahogado por el asma, escribiendo a toda prisa, contra el reloj de la muerte, las últimas páginas del tiempo recobrado.
Como todos los gigantes. Malraux mantuvo hasta sus días finales un cierto silencio sobre algunas cosas. No se trataba de la indiferencia olímpica: no hay que ignorar el esfuerzo de los seres superiores por romper su soledad y acortar a diario la distancia que les separa de los demás hombres. El silencio de los gigantes acaba también. como el de casi todos los hombres. en el sentido último de toda esta broma. «Lo único que me importa -dice uno de los personajes de Malraux- es aquello que pueda resistir a la fascinación de la nada.»
Por eso los seres creados por él -y él mismo era su primer personaje- se lanzan a la acción: la tensión creadora. el arte. la lucha contra la opresión, no son en Malraux sino una guerra, al final perdida, contra la nada.
Cuenta el escritor cómo en una negociación bélica el general De Gaulle discutía con Stalin: «Al final vencerán ellos y ustedes perderán esta partida.» «Se equivoca usted -replicó el antiguo campesino georgiano- al final, la única que vence es la muerte.» .
¿Ultimo, penúltimo gigante? No hay ya personajes como Malraux. Y la verdad es que el siglo resultaba menos vulgar, más soportable, cuando todavía quedaban en sus silenciosos retiros aquellos signos de referencia.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.