Las deslumbrantes fábulas del vino y el tocino
Puede ser que el último texto de Miguel Romero Esteo, las Fiestas gordas del vino y el tocino, que han publicado las Ediciones Júcar, constituya de todas cuantas se han ensayado la más completa y eficaz respuesta a la retórica inflada, la palabra petulante y vacía, el asalto verbal de todos los días la triste manipulación del verbo para la opresión del hombre, la perfección de esa recién descubierta y recién comprobada posibilidad: no ha mejorado el hombre; lo que sucede es que se ha enriquecido su imagen literaria. Puede ser que todo eso lo cuestione. maravillosamente, este río verbal, esta retórica sensual, fuerte, irritada, burlona poética y arrasadora de Romero Esteo.El parecido con Valle-Inclán comienza, probablemente, con cierto visible desdén por las posibilidades de representación. El texto es de inusual extensión y sus formidables peticiones de reparto lo eliminan, en cierta manera o por cierto tiempo, de los montajes comerciales al uso. Romero Esteo confiesa haber escrito para cumplir el encargo de un amigo que proyectaba un teatro de calles y plazas. Romero sirvió a esta idea planteándose la programación de una enorme fiesta popular concebida en su primera parte como el asalto a v arios lugares de una población y, después reunido el público, con el desarrollo y desenlace de la historia en un gran espacio abierto plaza. ágora o carretera.
Ninguna novedad especial hay en este planteamiento. Hace veinticinco años que el género anda rondando a casi todos los realizadores de teatro. especialmente en América y en Italia. Es la revitalización de las grandes fórmulas medievalistas y aun de su concresión barroca. Y ahí sí que entra un ingrediente de fuerte. fortísima coloración española. Romero Esteo sabe muy bien de qué va la cosa. Su espléndido texto es ni más ni menos que esto: una propuesta de teatro barroco -como Nieva. por ejemplo-, tratado litúrgica y ceremonialmente -como un auto de Calderón-, escrito en un lenguaje deformante y bellísimo -y ahí está la sombra de Valle-, para desarrollar en grandes secuencias funerarias -en que asoma Ghelderode- una formidable y grotesca crítica apuntalada por la potencia verbal andaluza -desde Góngora a Rafael Pérez Estrada y la imaginería teatral del Sur.
Estas referencias no son cualquier cosa. Pero es que Romero Esteo no es un autor cualquiera. Su propuesta, sin duda, abrumará a los directores que la estudien. Deben leerla con atención porque no se trata de un texto cerrado, El autor dice lo que quiere, no renuncia a expresarse con plena libertad, pero tiene los pies en la tierra y está ya esperando que sus magníficos materiales sean utilizados, recortadamente, en un montaje Final. Es la libertad del poeta, libertad utilizada como un enloquecido torrente de grandes impulsos, atronadores remolinos, sirtes y revueltas sorptendentes y anarquistas.
La idea nuclear de las Fiestas gordas del vino Y el tocino es la destrucción del mundo por los especuladores. Una princesilla rubeniana defiende su territorio del asalto que lo arrasará. Colérico, Romero, Esteo despliega un antifonario, un responsorio, una catarata de clausulas rimadas letanías deslumbrantes de crueldad y cólera hermosísimos juegos verbales, latigazos masoquistas artillería, en fín inútil porque la princesa morirá. Pero no sin que antes, Miguel Romero Esteo haya escrito el más lúcido. violento y justo de los requiem al mayor dolor de la naturaleza herida y al mayor vilipendio de todas las urbanizaciones destructoras de los países indefensos.Gran texto. Gran autor. Y unas íntenciones que no se quedan en piedras del infierno simplemente porque encuentran su pura forma de expresión.
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