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El triple desfile de la Sala Cadarso

La Sala Cadarso es, hoy por hoy, nuestro primer banco de pruebas teatral. Condicionada, modesta, impetuosa y batalladora, la sala continúa adelante con su I Muestra de Teatro Independiente. Los grupos desfilan, como por una pasarela a un ritmo rápido y nervioso, presentando trabajos desiguales, hechos con pasión y voluntad.

La problemática de los teatros «independientes» es muy variada. Algunos grupos representan una simple —y creadora— reacción contra la carencia teatral del lugar en que habitan o contra la eventual y rutinaria programación de la sala comercial de turno. Tienen, en este caso, un valor supletorio. Son aquellos grupos que encaran una programación desdeñada por el circuito comercializado.

Por ejemplo: las gentes de la «Tarasca» ibicenca, con su versión de «El fichero», deTadeusz Rosewiez. Escenografía escueta, pequeños acentos, fuerte apoyatura en las vivencias personales de los actores, que toman partido contra la coartada de las grandes palabras.

Otros grupos, mas cercanos a la eventual profesionalización experimentan desde supuestos «vocacionales», buscando un lenguaje propio, como paso previo a esa futura vida profesional. Por ejemplo:Tiempo, de Madrid, y La extraña tarde del doctor Burke, de Smrocek. Salvo el dato singular de la inserción de una murga, el grupo respeta el texto del autor checo pero profundiza, muy bien, en los problemas de la interpretación. La suya es una idea casi pirandelliana. Cinco enfrentamientos. Un loco «no loco». Y una indagación: Trabajo de orientación similar al de Trup 69, de Barcelona, con un montaje colectivo —El caracol desnudo—, sobre textos de lonesco. Las gentes del grupo procede del campo mímico.

El tercer apartado incluye a los grupos que han utilizado su lenguaje propio para levantar un espectáculo completo. Son los estrenos. Arriesgado ejercicio. Quienes más necesitarían compañeros expertos se lanzan a trabajos de creación total. En contrapartida, esta situación posibilita la experiencia plena y libertadora. Por ejemplo: Viva el duque nuestro dueño, la primera obra de José Luis Alonso de Santos, director, además, del grupo madrileño Teatro Libre.

El grupo está entrenado en una insólita y espléndida atención a la dramaturgia joven española.

Alonso Jiménez Romero y Manuel Pérez Casaux —y Calderón de la Barca— ya precedieron a Alonso de Santos en el tratamiento de textos españoles. Por ejemplo, también el Pin, Pan, Pun de Mariano Anós, interpretado por las gentes del teatro de la Ribera zaragozana. Un ejemplo de teatro infantil. El caso más notable de comunicación con el público de cuantos han pasado últimamente por nuestros escenarios. El final de la obra es un verdadero happening colectivo. Sin entrar en el juicio de la «didáctica» hay que decir que la máquina dramatúrgica es perfecta. Por ejemplo, finalmente, el caso de los malageños de Teatro Nuevo, con la propuesta de Diego Guzmán: Los hijos de la Taragundia. Aquí el lenguaje, evidente resultado de una profunda identificación autor-actores, es de una libertad enormemente enriquecedora. El proyecto de Guzmán se convierte, visualmente, en una fiesta, en una burla de la galería de apuntes dramáticos que animan, a paso de carga, el escenario.

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