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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

España Israel y los palestinos

EL VOTO de España en las Naciones Unidas a favor de la creación de un Estado palestino puede interpretarse como algo más que un piadoso apoyo para un proyecto imposible. El proyecto no es nuevo, como tampoco son nuevas las argumentaciones israelíes en contra de él. Pero cada día que pasa estas argumentaciones logran menos adeptos. Israel está muy mal acompañado en las palestras internacionales. Sólo una actitud de tolerancia podría mejorar su compañía y eso parece, hoy por hoy, impensable.Aceptar el proyecto de un Estado palestino significa, sobre todo, aceptar la existencia de un pueblo organizado, de una patria vulnerada y de una razón moral que la defiende.

Asimismo, reconocer la existencia del Estado de Israel, de su pueblo y de su realidad moral constituye una prueba de realismo acorde con los nuevos vientos, que, según dicen sus mentores, soplan en la cancillería española. El señor Oreja acaba de declarar que el establecimiento de relaciones diplomáticas entre nuestro país e Israel está al caer. No se sabe por qué extrañas razones semejante cosa no se ha producido todavía.

El señor Ygal Allon, ininistro de Asuntos Exieriores israelí, ha dicho, por su parte, recientemente a un grupo de periodistas españoles que su país no podía ir suplicando al Gobierno español que se establecieran relaciones cuanto antes y como sea.

Las declaraciones de ambas personalidades son complementarias, aunque puede descubrirse en las dos una pequeña contradicción. El voto espalol al Estado palestino independiente puede servir para desbloquear la vía de negociación con Israel. Y tal vez consumada esta ceremonia internacional de altos vuelos nuestro país se encuentre en condiciones para mandar un representante a Tel Aviv.

España, sin embargo, no puede zanjar esta enojosa cuestión con un voto en las Naciones Unidas. La política de nuestro país en los últimos años ha sido reconocer oficiosamente la existencia de un pueblo segregado y oprímido -el palestino-, aunque no sus instancias representativas legítimas -la OLP-. Los palestinos han obtenido aquí ayuda como estudiantes, pero su causa ha sido sistemátícamente ignorada a nivel oficial en tanto que sus representantes no eran reconocidos. Ambos pueblos -israelíes y palestinos- tenían, pese a todo, representantes oficiosos en Madrid, que ejercían actividades toleradas. Semejante situación resultaría un tanto cómica si no entrañara una buena dosis de dramatismo y de incongruencia. España mantiene relaciones diplomáticas con países cuyos sistemas son claramente antagónicos al nuestro. A algunos españoles no les gustará el papel histórico, político y estratégico que ha jugado y juega el Estado de Israel. La mayoría no podrá admitir tampoco muchas de las actividades de los palestinos expulsados de su tierra. Cualquier conciencia civilizada debe rechazar el terrorismo de los desesperados pero también la violencia institucionalizada de un Estado. Todas esas son cuestiones importantes para una valoración moral, pero importan poco a la hora dé las realidades diplomáticas. Cualquier política realista y justa debe ser compensatoria: reconocer a Israel sin reconocer ese germen de Estado que es la OLP podría ser interpretado torcidamente. Un Estado soberano debe ampliar sus relaciones, sin que ello signifique romper sus vínculos con sus viejos y sufridos amigos.

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