Cataluña y su voluntad de autonomía
No es un hecho reciente. Cataluña conservó una autonomía institucional hasta 1714. Dice González Casanova -citando a Pierre Vilar- que, hasta el siglo XVIII, las clases dirigentes catalanas añoraron la época de su preponderancia, y las clases populares no dejaron de mantener, de modo más impreciso, pero a veces con mayor violencia, un sentido de «grupo».Por otra parte, Maravall afirma que el sistema político de la Monarquía no fue, en aquella época, un Estado en el sentido puro, sino más bien un superestado. Más tarde, en 1760, se iniciaron las protestas públicas: ocho diputados pertenecientes a los antiguos países de la corona de Aragón presentaron en las Cortes convocadas por Carlos III sus quejas contra la política unitaria y plantean la necesidad de una Administración autóctona. La guerra del Rosellón, primero, y la de la Independencia, más tarde, produjeron en Cataluña situaciones autonómicas «de hecho», que hicieron revivir un patriotismo particularista. Más tarde, Marx veía con sorpresa el hecho de que, en España, a pesar de la Monarquía absoluta, no haya conseguido echar raíces la centralización y, refiriéndose al comienzo del siglo XIX, dijo que «España siguió siendo un conglomerado de repúblicas mal regidas por un soberano nominal al frente ».
Comenzado el siglo XIX, apareció una fuerza nueva: la «Renaixença», el renacimiento del uso normal en la literatura y la cultura de la lengua catalana. Los recelos anticatalanes, que muchos consideran provocados por el «catalanismo» político, fueron muy anteriores a su aparición. Las actitudes liberales y constitucionalistas y los primeros alzamientos sociales en Cataluña -la primera huelga, general de 1846- provocan ya acusaciones de «separatismo»... Más tarde, aquel «catalanismo» político fue tomando forma. Y su propósito, de un modo u otro, siempre fue a parar a lo mismo: la obtención de una «autonomía». ¡De ello hace casi exactamente un siglo!
Los que somos viejos -y aun otros que no lo son tanto- hemos podido ver ese ideal modestamente realizado. Luego, hemos tenido que vivir cerca de cuarenta años, no sólo sin él, sino privados de hablar de él, y siendo con frecuencia perseguidos y en todo casi limitadísimas aun nuestras más elementales posibilidades lingüísticas y culturales. Pero, en silencio, el ideal, no sólo ha persistido, sino que a pesar de todas las dificultades ha avanzado. Y quien conoce a Cataluña no puede menos que darse cuenta de ello.
Estamos en un momento en que toman forma los partidos políticos; ya no de un modo más o menos clandestino, sino tomando posiciones para una probable y aún próxima lucha electoral. En Cataluña, casi todos los partidos que aparecen son autóctonos, como son las uniones que entre ellos se van produciendo. Pero, sea como sea, y salvo en algún caso excepcional -que suele coincidir con alguno de los pocos intentos de «sucursalismo» de ciertos partidos españoles-, todos los partidos catalanes, de cualquier color, en el momento en que se dirigen a los futuros electores, ponen en lugar más o menos preferente en sus programas la voluntad de obtener .la autonomía para Cataluña.-
Lo hacen, claro está, abiertamente. Los partidos formados por hombres que, al lado de sus distintas ideologías -liberales, democristianos, socialistas, o lo que fueren-, mantuvieron en la clandestinidad su finalidad autonomista. Y también aquellos otros que, aunque cuanto sucedió en 1936 les llevara al silencio, cuando éste ha terminado vuelven a aspirar a la autonomía que antes defendieron. Pero no son los únicos. También ciertos nuevos partidos, cuyos hombres proceden del régimen inmovilista -el que combatió como un mal absoluto la aspiración a la autonomía-, presentan programas que contienen alicientes particularistas, y propósitos más o menos atenuados, pero bien destacados, que ofrecen posibilidades más o menos autonómicas. Aun la comisión formada gubernamentalmente para estudiar el futuro régimen de Cataluña ofrece soluciones en el sentido autonómico que, con toda su modesación, quizá hubieran podido caer, hace poco más de un año, bajo la jurisdicción de los tribunales...
Y el motivo de estos hechos es evidente. Defienden la franca solución autonómica los que siempre han creído en ella. Pero junto a ellos, y aunque sea atenuándola más o menos, la proponen cualquiera otros partidos que piensan en obtener votos en Cataluña. Y -con mayor o menor sinceridad-, lo hacen todos ellos porque, hoy, el ambiente catalán es tal que hace entender a quien lo vive que sólo hablando de autonomía puede confiar en interesar a la inmensa mayoría de los electores.
Quizá habrá lectores que se sorprendan, o que no lo acepten. Yo sólo puedo decirles que la realidad es ésta. Que no se trata de una opinión mía, sino de un hecho. Y que la actitud de ciertos grupos políticos, que hasta poco más lejos de ayer no habían hablado nunca de «autonomía» y hoy, más o menos tímidamente, la ofrecen a los posibles electores, es una demostración de tal hecho.
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