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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El viaje de Brejnev

NOVIEMBRE HA sido para la Unión Soviética un mes dedicado casi exclusivamente a fortalecer y mejorar sus relaciones con el resto de las denominadas democracias populares. Es ésta una ofensiva diplomática como no se conocía desde los ajetreados años que siguieron al XX Congreso del Partido Comunista de la URSS, en el que se presentó a puerta cerrada el Informe sobre el culto a la personalidad, iniciándose la campaña de desestalinización.La cohesión euro-oriental buscada por Brejnev en sus desplazamientos a Yugoslavia y Rumania, y las conversaciones mantenidas en Moscú a primeros de mes con Gierek, primer secretario del PC, polaco y su colega checoslovaco Husak, responden a dos necesidades: Lade resolver la crisis económica, a la que no son inmunes los respuesta internacional a Ios problemas que se plantee y debatan en la conferencia de Belgrado (Helsinki 2) el año próximo.

Dadas las dificultades económicas de la URSS, a pesar de los enunciados optimistas de la reunión del Soviet Supremo el pasado mes de octubre no sorprende que los soviéticos intenten por todos los medios «unificar» la política de integración en el Comecon (Mercado Común del Este). Ya insistieron en ello en la XXX Asamblea de este organismo el pasado mes de julio.

Ahora bien, una política de integración económica implicaría un estrechamiento en las relaciones entre todos los países, miembros y una situación interna de cada cual no sometida a previsibles desajustes o sobresaltos políticos.

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Este último punto es el que reviste mayor interés para la Unión Soviética y por ello Brejnev no ha estalinizado energías para -conocer el estado de solidez en que se encuentra la política del partido único en Polonia, donde lareivindícación obrera ha generado desde junio enormes presiones a favor de liberalizar el sistema; en Checoslovaquia, cuyo proceso de normalización no ha ahogado el movimiento democrático pro-Dubcek; en Rumania, donde los últimos reajustes ministeriales y la ley sobre parasitismo social, aprobada la semana . pasada, evidencian las dificultades del sistema para el control social; en Yugoslavia, en fin, que espera la desaparición de Tito en un clima que pudiera provocar separatismos opuestos al centralismo político (caso de Eslovenia).

Ante esta situación, la URSS estaría dispuesta a hacer concesiones ideológicas y préstamos económicos, dentro de sus posibilidades, que redundasen en un fortalecimiento del Partido Comunista en ' todos estos países. Pero de todas formas, el arreglo sería parcial. Si la Europa oriental consigue dar un impulso a sus economías, incrementando el nivel de vida de los ciudadanos, el problema político se plantearía inmediatamente después. En los países europeos de clase media, a un desarrollo -del consumo individual corresponde siempre un deseo urgente de elección política y de organización pluralista. El ejemplo de España es revelador al respecto. Y la acomodación de los sistemas colectivistas a esta exigencia haría renacer sin duda el fantasma de la soberanía limitada esgrimida por Brejnev cuando puso fin al proceso de «socialismo de rostro humano» checoslovaco en el verano de 1968. Es dudoso por eso que el viaje de Brejnev tenga finalmente, más consecuencias que las ya visibles: una distensión de las relaciones con sus vecinos sin un cambio significativo del status quo actual.

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