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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La exposión antologica

Aguayo. Salas de la Dirección del Patrimonio Artistico y Cultural. Paseo de Calvo Sotelo, 20.En un recodo de la sala del fondo, hay un cuadro de reducidas proporciones (el más insignificante, sin duda, de toda la exposición), entonado todo él, en grises azulados, en alarmantes grises azulados, inquietante y quieto, abierto, como un ojo en duermevela, al paso insensible del aire. Un cuadro aterido, en cuya atmósfera ha posado su vuelo un pájaro. Atmósfera, pura atmósfera, tiempo petrificado, densidad coagulada en pájaro («todo en el aire es pájaro», que cantó Jorge Guillén).Es una de las últimas creaciones de Fermín Aguayo, obra de plenitud, límite o clave, a juicio mío, para el sano entendimiento de toda la exposición del buen pintor aragonés. Universo y vida, generalidad envolvente y presencia inmóvil, sola estantía de un ser concreto, de un pájaro concreto, gozoso y asustado, casi transparente o, tal vez, «ebrio de hallarse entre la espuma desconocida y el cielo», que apuntó Mallarmé.

Digo que este cuadro -es clave a la hora de aproximarnos a la actividad creadora de Aguayo, o de querer interpretarla para entendimiento de los demás. Clave, en cuanto a los significantes y a los significados: consecuencia o síntesis de toda una muy singular actividad antecedente, y síntoma de un límite, de una frontera vital a la que, no sin asombro, parece haber llegado el pintor. Obra de plenitud o de perfección, índice sereno de que todo está consumado o a punto de consumarse.

Fermín Aguayo ha desplegado el curso de su acción creadora entre los extremos, por recurrir a términos consagrados, de abstracción y figuración. En ello coincide, ciertamente, con otros muchos pintores de nuestro tiempo (con todos, casi sin excepción, que hayan probado la experiencia no-representativa, o abstracta). La diferencia capital, y en favor suyo, radica en que el proceder de los demás tomó como punto de partida la figuración, y la abstracción como punto de llegada, en tanto corresponde a nuestro Aguayo el camino inverso.

Mondrian, por ejemplo, despoja progresivamente al objeto de todas su notas individuales, hasta reducirlo a un color simple, a una línea, a una interdistancia.... hasta hacerlo desaparecer. En tal sentido, es el suyo un arte logrado mediante una verdadera abstracción (más que aristotélica). Para Mondrian la vida es pura actividad interna. De espaldas a toda realidad objetiva, la vida es, en su pensamiento y en su obra, verdad interior, íntima conciencia.

La total abstracción

Todo lo que no se vea circunscrito por ella es ajeno a la vida verdadera y, como tal, indigno de mención o, si se quiere, exento de auténtica realidad. De ahí, precisamente, la necesidad imperiosa de destruir los objetos. Sólo así, el arte puede acercarse al hondo de la conciencia, alma de la vida. Unicamente a través de la total abstracción, el objeto desaparece, engullido por la vida del espíritu, y viene a identificarse con él, con la vida misma.

¿No se nos revela (al margen de todo fondo doctrinal), el quehacer, empírico b histórico, de Piet Mondrian como proceso abstractivo, en sentido estricto? El pintor va eludiendo paulatinamente las notas individuales de los objetos hasta reducirlos a formas genéricas y universales, esto es, va procediendo, paso a paso, de la concreción a la abstracción, sin eludir una sola etapa; sin dar de lado un solo eslabón de la cadena, camina desde lo particular a lo universal.

Mondrian comienza siendo un pintor naturalista, para, a continuación, hacer suyo, en pro de una mayor simplicidad reductiva, el art nouveau, acepta, luego, el influjo universalista de Van Gogh, y, posteriormente, la reconsideración general de la naturaleza a la manera fauve, y, más tarde todavía, el ejercicio geometrizante, genérico, unificador del cubismo, hasta que, a la postre, irá a dar irremediablemente y sin saltarse un solo peldaño, al más absoluto y terminante abstraccionismo.

Valga, y no sin razón, el ejemplo de Piet Mondrian para en él englobar el proceder histórico y empírico de los más y mejores entre todos los pintores abstraccionistas. Sirva, incluso, para definir (de espaldas a las, peculiares intenciones de cada uno de los artistas, incluidas las suyas propias) lo que es un proceso auténticamente reductivo (de lo particular a lo universal), o el curso gradual, sin intermitencias ni fisuras, de una abstracción, como antes dije, más que aristotélica.

¿Es imaginable la senda antagónica? Si usted desconoce el curriculum de Fermín Aguayo acuda a esta aleccionadora exposición, recién inaugurada en Madríd; que su lectura gradual, lógica y cronológica, se encargará de hacérselo evidente. Sí, el camino exactamente inverso (de la abstracción colmada a la aquilatada concreción), y sin omitir tampoco eslabón alguno, grado o etapa de un proceso rectilíneo, indeclinable, absolutamente ejemplar.

Fermín Aguayo (considerado historicamente como pintor) inició su carrera con la propuesta de un arte explícitamente abstracto. Fundador, en 1948 del grupo Pórtico (junto con Lagunas, Laguardia, Antón y Vera), da el primer serio aldabonazo en el desconcierto postbélico (aquellas lamentables estampas ajenas, caducas, mortecinas, a lo Campigli o Marini o a semejanza de un Moore en miniatura... con pujos de modernidad), y lo da por vía de adhesión a un arte no-figurativo, esencialmente reacio a toda idea de representación.

La atenta lectura de lo que hoy nos ofrece («¡por primera vez en España»!, hemos de traer una vez más a cuento el ignominiso o trágico-circense reclamo publicitario) entraña todo un curso de creación y asentamiento de cosas que antes no eran y ahora son en el suelo de las cosas. Sus cuadros de los años cincuenta tienen, en efecto, algo de fértil cantera, en cuya veta anidan mil posibilidades de existencia, o de gran nebulosa a punto de abrirse y alumbrar figuraciones y configuraciones.

El espíritu del artista es cantera propicia a la extracción, y también nebulosa presta a la configuración cosmológica. Pero la vena de aquella cantera y el caudal de esta nebulosa han sido formados, acrecidos y decantados en la contemplación de la naturaleza, en la atenta captación de sus leyes, en la asidua presencia ante el ser que lo es todo, y nada hay antes de él, ni más allá de sus fronteras: sólo secretos mensajes, emitidos con el acento de la generalidad.

No poco tienen de cantera o estratificación muchas de sus obras de los años cincuenta, sin que les cuadre mal el nombre de nebulosa a los inmediatamente posteriores, en el umbral de la década siguiente. Y en aquella cantera ha de allanarse el suelo para que sus nacientes criaturas posen su asombrado existir. Y de esta nebulosa han de surgir los climas, las temperaturas que embargarán su pálpito (el pálpito de un pájaro aterido o ebrio en la plenitud del aire).

Tal es, a mi entender, el caso de Fermín Aguayo, y no otra la diferencia para con los más de los pintores de estirpe abstraccionista. Abstracción, la suya, absoluta y redonda, que, sin pausa ni sobresalto, se va paulatinamente convirtiendo en aquilatada concreción figurativa. Abstracción tajante y absoluta, pero meditada y urdida en Ia atenta contemplación de la naturaleza, en la esmerada escucha de sus secretos, en la rendida aceptación de sus leyes.

Fértil cantera y nebulosa estremecida, presta a alumbrar, cuando llegue el día (entre los años sesenta y los días que corren) la faz de las cosas, y el alma, el sexo y el susto de las humanas criaturas. Primero, Aguayo dispuso el suelo (duro y abundante como cantera o yacimiento), luego contempló la ambigüedad del aire, la extrañeza del clima, el raro ir y retomar de las estaciones (como la génesis de una nebulosa); y de lo informe y abstracto concluyó por traer lo concreto y conformado.

Y entre el suelo firme y la liviandad embargante del aire, dejó lo más concentrado y emocionado de su propio aliento y sentimiento: el instante de un pájaro en la extensa redondez de un gran asombro («ebrio de hallarse entre la espuma desconocida y el cielo»), a las puertas, quizá, de un límite en que la falta de acontecer sustenta todo acontecimiento y lo eleva a perfección o a conciencia y creencia de que todo está consumado o a punto de consumarse...

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