Max Weber y el desencanto de la burguesía
La jaula de hierro. Una interpretación histórica de Max Weber,de Arthur Mitzman.
Alianza Universidad.
Madrid, 1976.
En agosto de 1897 moría el padre de Max Weber; pocos días antes, a raíz del aniversario de bodas de sus padres, Weber le había expulsado de su casa con el fin de poder disfrutar, él y su madre, de su mutua compañía sin ser molestados. Era la primera y última vez que Weber expresaba el profundo resentimiento que tenía contra su padre, y también la última vez que habría de verlo vivo. Pocos meses después de su muerte, en el otoño de 1897, Weber, el genial sociólogo que habría de alterar radicalmente el rumbo de la ciencia social, caía postrado en una profunda depresión melancólica a consecuencia de la cual no pudo realizar ningún trabajo durante cinco años, y que le dejaría psíquicamente inválido el resto de su vida. A partir de este suceso crucial, A. Mitzinan, en un libro espléndido, creador, original y partiendo de un profundísimo conocimiento de la Alemania de Bismark y del Kaiser Guillermo II, reconstruye toda la trayectoria intelectual de la sociología weberiana. Mitzinan se ha lanzado a un trabajo osado: efectuar un psicoanálisis de la obra de Weber a partir de su problemática edípica. La empresa era aventurada y he de decir que comencé a leer el libro con profunda desconfianza. Las menciones iniciales a Norman Brown me hacían temer una confusión entre el contenido manifiesto de la sociología de Weber y su contenido latente. No hay tal cosa. Mitzman supera este obstáculo y sólo de modo marginal alude, a veces tácitamente, a la falta de objetividad de una obra tan preñada de subjetividad. Por ello Mitzinan, no sólo ha rescatado al sociólogo de la comprensión de su mito positivista, sino que nos muestra .también un nuevo modo de hacer una biografía intelectual. Pues si bien no puede lógicamente reconducirse la obra de un autor a su medio social, sí que puede reconducirse a su medio psíquico, y a través de él, al social. Captamos entonces no sólo lo que hoy dice una obra, sino lo que decía a quien la escribía, es decir, el sentido original de un discurso.Porque, efectivamente, lo que Mitzman consigue mostrar es que la mayoría de los temas y de los tratamientos de la sociología weberiana hay que entenderlos desde su situación familiar, y desde la situación familiar dentro de la cerrada sociedad alemana de fin de siglo. El avalorismo de Weber resulta así ser -además de otras cosas- su incapacidad para elegir entre la ética calvinista de su madre y el burocratismo (externo) y hedonismo (familiar) de su padre, es decir, entre una ética de convicciones y otra de responsabilidad. Que los trabajos del joven Weber (aun en la casa del padre) sobre el problema de los campesinos del Este del Elba son un ataque a la hegemonía de los Junquers, (a la generación de su padre) y una defensa del campesino desposeído por el Junquer y de la nación alemana, defensa en la que el tema del ansia de liberación del campesinado encubre la suya propia y la de su madre. Que La ética protestante y el espíritu del capitalismo es un ataque frontal a su propio ascetismo calvinista, heredado de su madre, ataque que iba a ser labor incompleta de toda su vida. Que sus análisis sobre el misticismo y el ascetismo, sobre la comunidad y la sociedad, sobre la racionalización del mundo y la desaparición del carisma son intentos desesperados de superar su propio problema edípico mediante la liberación de lo instintivo (del Eros) de la mano helada de la ética del trabajo. Y que, en definitiva, la visión pesimista de Weber sobre el occidente, su desencanto total con el orden burgués, su visión del burocratismo creciente, esa jaula de hierro que es también una coraza (¿del carácter?) fue ron hitos en el descubrimiento de que su problema no era tal.
El trabajo de Mitzinan nos muestra ese esfuerzo titánico de Weber para desmontar su superego victoriano como único modo de recobrar, no lo irracional -y por ello tiene poco que ver con el prenazismo de un Sombart-, sino su propio cuerpo: Weber nunca consumó su matrimonio, como nunca consumó su situación de catedrático o político. Rechazando todo orden formalizado -rechazando la sombra del padre omnipresente- sólo podía recobrar su cuerpo y reco brarse a si mismo más alla del de ber, y así pudo, desde 1911 hasta su muerte, mantener relaciones amorosas con una joven de Heidelberg y consumarse como pensador en los círculos intelectuales de Stefen George y Luckacs y como político independiente, siempre rechazado -y rechazando- los partidos. Era en las relaciones personales libres y, cara a cara donde podía entregarse -y encontrarse-, donde Weber dejaba de ser culpable por no defender a su madre frente al padre despótico, culpable de parricidio, una culpabilidad quecomo la de Orestes,le perseguía como destino mucho más alla de su propia responsabilidad, destino que no era suyo, sino colectivo.
La obra de un profeta
Que la obra de Weber, a quien la sociología ortodoxa presenta como modelo de trabajo neutral y aséptico, resulte ser la obra de un profeta en lucha constante con sus demonios; que el predicador de la objetividad posea una psique pasional que se muestra no sólo en los «ternas» sino en la formulación de toda su sociología, que, en definitiva, la máxima objetividad de la genial obra de Weber sea resultado de una desbordada subjetividad, sólo parecerá paradójico a quienes pretenden seguir creyendo -con mala fe- que la ciencia no tiene nada que ver con la dominación.
El libro de Mitzinan tiene, como todo lo humano, deficiencias. Así, y, sobre todo, el grave desconocimiento de la obra de Marx, que Mitzman pretende contraponer a la de Weber a propósito de un tema -el de la creciente separación del trabajador de sus medios de producción- en el que, precisamente éste, no hizo sino desarrollar los análisis de Marx (p. 167); o también el mal uso del término cosificación, que confunde con alienación (p. 157); y, sobre todo, la enorme cantidad de errores de imprenta, raros en esta cuidada colección. Pero tales deficiencias carecen de relevancia en relación con lo que el libro aporta. Cuando la burocracia se adueña de la Universidad y la fuerza a hablar su vacío lenguaje conceptual, esterilizando todo trabajo creador, obras como la de Mitzman exigen un repicar de campanas. Weber no era uno de ellos; este temperamento volcánico estaba a mil leguas de la asepsia de los laboratorios y su obra es otro ejemplo más, no sólo de la fuerza del análisis, sino, sobre todo, de la fuerza de la pasión.
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