¡Dios salve a España!
De la automoribundía ramonesca, hurdida entre la coacción y la componenda, se salva la dignidad de un puñado de procuradores. Ellos solos, con su gesto, son quienes dan valor a lo que, indudablemente, el Gobierno se apunta como victoria.Aprobada la ley que ha de ser sometida a referéndum, queda en manos del pueblo español la decisión última de su vigencia. No se llame nadie a engaño. En pura lógica electoral, la ley será refrendada mayoritariamente.
La clase política alzada hasta la cumbre por la escala institucional del Régimen de Franco, cambia ahora de cordada. La lección que ofrece una larga experiencia histórica, tan antigua como la propia humanidad, es que el traidor no es necesario cuando la traición está hecha. Quienes ahora se ufanan de ser parteros de la democracia liberal, que homologará el sistema con el espejo europeo, podrán ver pronto en la bruñida superficie en donde se miran, el verdadero rostro de las cosas.
España necesita, ciertamente, de profundas reformas. Pero en nombre de la reforma política, el pueblo español contemplará irritado el escamoteo de las urgentes transformaciones económicas y sociales. Una vez más, los diletantes de la política hurtan a los españoles una ocasión histórica para enmendar yerros y corregir derroteros.
Quisiéramos equivocarnos. Pero desde hoy, el pueblo español va a tener que saturarse de las más grandilocuentes promesas de libertad, en tanto qué, parejamente, irá comprobando en su propio entorno familiar, como se le merman aquellas libertades concretas conquistadas, con sacrificio y esfuerzo, sí, pero con ilusión, durante los siete lustros de la paz de Franco.
En el Parlamento español renace de nuevo la democracia liberal. ¡Dios salve a España!
19 noviembre
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