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Reportaje:

Quedan cuatrocientas "corralas" por salvar

La aparición de las primeras casas de corredores o de vecindad, llamadas corralas, se sitúa en la primera mitad del siglo XVII y coincide con el movimiento migratorio que se desencadenó en dirección a Madrid cuando esta ciudad se convirtió definitivamente en capital del Imperio y sede de la Corte, en 1606.Las corralas surgen como espontánea respuesta a la necesidad de vivienda de la población recién llegada, atraída por las migajas del pastel que se repartía a la sombra del aparato estatal.

La masiva afluencia de habitantes a la ciudad, que no estaba ni remotamente preparada para acogerlos, creó importantes problemas derivados de la escasez de espacio y de viviendas: hacinamiento, especulación, encarecimiento de solares, etc.

Estos problemas estuvieron agudizados por la doble limitación que sufrió la expansión de Madrid. La cerca que mandó construir Felipe IV en torno a la ciudad bloqueó su crecimiento en superficie, y la Regalía de alojamiento (impuesto que gravaba los edificios de más de un piso) frenó la conquista de alturas en detrimento de la capacidad y aprovechamiento de las viviendas.

Al sesgo del crecimiento desmesurado y artificial que experimentó Madrid en las primeras décadas del siglo XVII, a base de una población procedente de depauperados pueblos castellanos y andaluces, se desarrolló un lumpen proletariado castizo -chisperos, jornaleros, vendedores ambulantes, prostitutas, vagos y maleantes-; fauna heterogénea y característica de los hábitats creados en torno a las corralas. Estos personajes anónimos, que inspiraron posteriormente las diferentes versiones esterotipadas del Madrid folklórico, fueron los habitantes típicos de las corralas que se levantaban en los barrios de Lavapiés, Rastro, Maravillas, San Idelfonso, etcétera.

Unica muestra de arquitectura popular madrileña

Sin lugar a dudas, la corrala es la creación más genuina de la arquitectura madrileña. Su tipología, inspirada en la de las casas hidalgas castellanas, de la que adopta el balcón corrido de estructura adintelada y el amplio patio interior, ofrecía a sus ocupantes unas condiciones de convivencia similares a las existentes en los medios rurales de donde procedían. Por otra parte, la corrala madrileña representa un primer modelo de vivienda plurifamiliar, insólita hasta entonces en los centros urbanos.Con el tiempo, sus características primitivas experimentaron una serie de modificaciones que alteraron negativamente la validez de su propuesta arquitectónica. Los patios centrales reducen progresivamente sus dimensiones hasta verse convertidos en simples corredores, se rompe el equilibrio entre la superficie edificada y la superficie libre exenta, espacio vital de expansión, y a partir del siglo XIX el número de plantas se incrementa desde tres o cuatro hasta seis, siete o más.

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La utilización de nuevos materiales constructivos -el hierro sustituye a la madera en las estructuras- no supone un mejoramiento de las infraestructuras y servicios, que siguen ofreciendo todo lujo de incomodidades. Incluso la calidad de la construcción disminuye, y así, las corralas del siglo XIX reflejan más el deterioro producido por el tiempo que otras de mayor antigüedad.

Dimensión social de la cuestión

La realidad actual de las corralas permanece prácticamente ignorada tras viejas fachadas que pasan inadvertidas para los ojos no expertos, pues no ofrecen especial signo de identificación. Pero los buscadores de corralas podrían descubrir hasta 440, y en su interior un submundo muy distinto a lo que las imágenes de tipiquismo folklorista, que ha proliferado en torno a ellas, podría hacer suponer.Al penetrar en esta dimensión inédita de las corralas se nos revela la existencia de la grave problemática que afecta a sus habitantes, que subsisten en precarias condiciones bajo la constante amenaza de un expediente de derribo que puede dejarlos en la calle.

Esta problemática incide especialmente sobre los que las ocupan en régimen de alquiler (el 70% de las corralas existentes están alquiladas): jubilados, pensionistas y estudiantes, que coinciden en lo exiguo de sus ingresos económicos.

La gran diferencia que se aprecia en el estado de conservación de las corralas, según estén en régimen de propiedad o alquiler, es una prueba evidente de la inferioridad de los ocupantes/inquilinos con respecto a los ocupantes/propietarios.

Estos últimos, organizados a veces en comunidades de vecinos, se han preocupado del mantenimiento de sus corralas realizando mejoras más o menos superficiales y llegando a instalar servicios y agua corriente en muchas viviendas.

Sin embargo, las corralas en régimen de alquiler sufren, en general, el total abandono de sus propietarios, que, escudándose en las bajas rentas que cobran, se resisten, incluso, a emprender las reparaciones más urgentes y no quieren ni oír hablar de posibles reformas. Algunos propietarios, ansiosos de los beneficios que piensan obtener de la venta del solar, llegan hasta acelerar el proceso de deterioro del edificio para que se declare cuanto antes en estado de ruinas.

Los comentarios de los vecinos ilustran la actitud de estos propietarios: «El casero no quiere saber nada de reparaciones. Lo único que busca es la declaración de ruina para echarnos a la calle.»

Si es cierto que las rentas que pagan los inquilinos son bajas -200 ó 300 pesetas las más antiguas, y hasta 2.000 las de los últimos contratos firmados-, también lo es que las ínfimas condiciones de habitabilidad de la mayoría de las viviendas no permiten exigir más.

Infrahumanas condiciones de habítabilidad: vivir en la Edad Media

En las viviendas de las corralas, cubículos de unos 30 metros cuadrados, se llegan a hacinar hasta tres o cuatro personas. El exiguo espacio se divide en dos o tres habitaciones, mal ventiladas y desprovistas de agua corriente y servicios sanitarios.Aproximadamente la mitad de estas viviendas carecen de retrete, y un tercio, de agua corriente. Así que, tanto el retrete comunal -verdadera arqueología escatológica-, que se levanta en el centro del patio, como la fuente, que a veces es todavía pozo, no son sólo vestigios de pasadas épocas de penuria, pues siguen siendo utilizados por los vecinos.

El deterioro del medio físico -grietas, inesperados y peligrosos hundimientos, etc-, debido a la acción del tiempo, agrava la deplorable inhabitabilidad de las viviendas. Por otra parte, el infrahumano régimen de vida que éstas imponen contrasta cada día más con el relativo confort que la civilización industrial y consumista ha puesto al alcance de las clases más modestas.

La degradación de las relaciones humanas en el ámbito interno de las corralas es el otro aspecto de la misma cuestión.

Los vecinos de toda la vida, viejos retirados que practican el arte del recuerdo como único placer, disfrutan evocando el ambiente que reinaba hace años en las corralas, los festejos que se organizaban en las fiestas del patrón del barrio.

«Entonces, cualquier motivo era bueno para celebrar una fiesta: bodas, bautizos, hasta los entierros nos reunían a todos. Eramos como una gran familia para bien y para mal. Ahora es completamente distinto. Cada uno hace su vida, va a lo suyo y nada más.»

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