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Informática: un año más sin plan nacional

Por estas fechas, suele asomarse a la atención pública, todos los años, a palabra informática con un tono entre ferial, deslumbrante y triunfalista. La informática, como técnica para el tratamiento automático de la información, se ha convertido, en apenas una docena de años, en un instrumento de apariencia vital para las grandes empresas, las medianas, la Banca, la Administración, la Defensa Nacional, la investigación, la política tecnológica, encontrándose, cada día más, en la periferia de nuestra vida cotidiana. La informática ha llegado a convertirse en el quinto sector industrial de las economías de mercado. Un solo país, a través de sus multinacionales, abastece el 92% del consumo mundial de estos productos. El valor de compra de los 2.600 equipos -ordenadores- instalados en nuestro país -y sólo considerando aquellos cuyo precio unitario es superior a los cinco millones de pesetas- representa unos 72.000 millones de pesetas gastadas en importaciones.En 1976, tan solo, se contratarán equipos por valor de 11.000 millones de pesetas, importándose por el 94% de esa cantidad.

Se estima que en nuestro país existen unos 40.000 trabajadores en torno al servicio de estas máquinas, de los que un 50%, aproximadamente, se ocupan de los trabajos de perforación de fichas o grabaciones. de datos. En definitiva, algo más del 1,3% de nuestro PIB se dedica al consumo de estos materiales, sin contrapartida de una producción sensible.

La trascendencia económica, como factor multiplicador susceptible de incrementos -al menos teóricamente- la productividad y la eficacia empresarial, la importancia para el progreso tecnológico, el impacto social y político, han justificado que numerosos países intentaran un conjunto de medidas políticas encaminadas a disminuir la dependencia exterior e incrementar el desarrollo tecnológico propio. Uno de los casos más conocidos, es el del famoso «Plan Calcul" en Francia. Dentro de un contexto de medidas educativas, de investigación, de normalización de procedimientos contables y administrativos, de codificación homogénea de productos, servicios, sectores y actividades, se intentó desarrollar una industria francesa, con vocación europea, competitiva frente a los fabricados de. las multinacionales estadounidenses. La secuencialidad, el esquema político, condujo a que el esfuerzo francés en la fabricación de ordenadores se hiciera bajo la filosofía de demostrar al mundo -¡la «grandeur»!- que podrían fabricar los mismos productos que las empresas estadounidenses, compitiendo con ellos en mercado abierto, aunque se impusieran medidas proteccionistas con los contratos de la Administración.

Esta política de producción ha supuesto un sensible fracaso, como lo supuso para Alemania Federal y para Italia. El competir en el mercado creado por las multinacionales, con sus mismos productos, ha resultado suicida y, finalmente, la dominación americana se ha consolidado en su frente tradicional.

Tan sólo en sectores laterales, considerados como complementarios o secundarios (miniordenadores, microordenadores, terminales, etcétera) se han podido afirmar, incluso progresan algunas empresas de estos países. La razón es muy simple. Ese mercado está regido por la estrategia del innovacionismo comercial más que por las necesidades reales de la demanda. Y ese desgaste por la continua deferenciación comercial de productos, ha sido el suicidio para la competencia europea en el «rolo» del mercado convencional (ordenadores medios y grandes sistemas). La oferta de productos, sin oposición práctica, o reforzada, incluso, por esa oposición -que discute la marca, pero no los productos- ha creado, a su imagen, la demanda.

Se da como evidente que un país sería independiente -informáticamente hablando- si lograra producir los mismos materiales que importa. Y este es, en realidad, un gravísimo error. Una imperdonable falta de imaginación política. Es -el síntoma de una dependencia psicológica mucho más grave y difícil de combatir que la técnica o la de métodos. Solamente puede abordarse el problema cuando -se plantee-una pregunta previa: ¿qué fábricas y para quién?.

El mero hecho de la existencia de un monopolio de oferta seria suficiente para hacernos dudar de la adaptación de esos productos a las necesidades reales de una demanda indefensa. De hecho, las investigaciones estadísticas sobre utilización de estos materiales revelan una muy deficiente utilización de los mismos. Téngase en cuenta que la formación -hasta hoy- está monopolizada, directa o indirectamente, por esas mismas multinacionales. Esto demuestra que la lógica en vigor, la lógica de la oferta, la del mercado, no se adapta a la capacidad, a las necesidades objetivas de los usuarios.

De todos modos, si supiéramos que esos productos están desarrollados exactamente a la medida de los usuarios, de la Administración, estadounidense, las diferencias -por ejemplo, respecto a nuestro país- institucionales, socio-culturales, de estructura industrial, de normalización, etcétera, no quedaría más remedio que admitir que, dificilmente, esos productos pueden responder a las necesidades de las empresas españolas y a la capacidad de adaptación de nuestro esquema socio-cultural.

La única política posible es, como consecuencia, el desarrollo de productos ajenos a la línea de despilfarro del mercado convencional, s obre las necesidades y posibilidades de nuestra realidad concreta. Las políticas de. Inglaterra y el increible -y demostrativo- caso de Cuba son una orientación suficiente. Y para ella hay tres estrategias convergentes: a) racionalizar procedimientos y codificaciones generales; b) creación de una infraestructura para el uso económico de medios informáticos en régimen de servicio público o semipúblico, y c) desarrollo de productos basados en nuestras necesidades reales y no en las necesidades de las empresas o el gobierno de otro país muy diferente al nuestro.

Mientras, profesionales, técnicos y empresarios, continúan esperando, desde hace años, que el Gobierno, en lugar de medidas arbitrarias y aisladas, comience las consultas para elaborar un plan nacional de informática, que no debe ser incompatible con una cooperación internacional con países que, en condiciones semejantes al nuestro, sienten una preocupación por evitar el despilfarro allí donde se encuentre.

Cada año perdido hace más irreversible el proceso.

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