Por una política musical española
Ante la disolución de la Orquesta de Bilbao
Comentaristas bilbaínos han tratado el grave asunto desde perspectivas laborales y locales. Me interesa llamar la atención sobre lo que supone el hecho como consecuencia de una ausencia de «política musical». Y ello porque si la causa de este mal reside en semejante y larga carencia será facil prever para el año próximo una situación análoga a la actual, en el caso de Bilbao, con la posibilidad de que el ejemplo cunda y la ya de por sí parva nómina de agrupaciones sinfónicas nacionales acabe por reducirse a las tres o cuatro principales que reciben subvención de la administración central o municipal en grado suficiente. En menos palabras: aparte Madrid y Barcelona, pocas orquestas españolas van a poder subsistir si las cosas siguen como hasta ahora.En mis veinticinco años de crítica quizá el tema de la política -o no política- musical ha ocupado buena parte de mis preocupaciones y dedicaciones y hasta me ha preocupado algún disgusto o quebranto que no voy a magnificar ahora pero que revela la ceguera o pobreza de nuestras instituciones musicales rectoras. Si, por temporadas, hasta caía mal la utilización del mismo término -política musical- en los escritos, la verdad de su razón vendría a reconocerla la Comisaría de la Música no hace mucho tiempo al convocar un seminario sobre la «Problemática de las orquestas no estatales», cuyas discusiones y conclusiones fueron posteriormente publicadas. Lo grave es que el citado organismo, por las razones o sinrazones que sean, en lugar de tener en su mano la solución de los problemas haya debido limitarse a estudiarlos en coloquios y ponencias para, al final, redactar una serie de conclusiones sin otra utilidad que la de cerrar las páginas de un libro cargado de valor testimonial por cuanto supone de «confesión de parte». Se me dirá que entre molestarse por la alusión a los problemas y analizarlos detenidamente hay gran diferencia, al menos como actitud. Cierto. Pero no lo es menos que tan agudos debates sin posteriores medidas prácticas sirven para poco. No basta tener conciencia de los problemas; hay que resolverlos.
Durante decenios, el presubu biLuauiuii». rntenui io que se me quería hacer ver. Más o menos esto: en un contexto amplísimo cargado de problemas pendientes, ¿cómo iba a ser posible resolver satisfactoriamente los de una sola, y no la mayor, parcela?
Después, la Comisaría tuvo un cierto presupuesto. Hablamos ya' de una época relativamente reciente. Pero no vale engañarse. Bastaría una ojeada a las consignaciones de Francia -por citar los países más musicalizados de Europa- para que las cifras españolas produzcan risa. Con todo, algo pudo intentarse. Para mi, ese «algo» debió ser, de entrada, el abordaje de la vida musical española en sus estructuras y no en sus actividades más brillantes.
Planificación
Planificar el cuerpo musical español no debe suponer cargar sobre las espaldas del Estado todos y cada uno de los gastos. La sociedad no puede ni debe inhibirse. Lo que se debió y debe hacer el Estado es sentar las bases de una planificación a fin de que las colaboraciones no estatales -desde las provinciales a las privadas- se produzcan. Si el Estado dirige todo, se hace responsable de todo, programa todo, la sociedad permanecerá activa, en actitud receptora, como público, dispuesto a apludir o criticar aquello que se le ofrece. Es evidente que los conceptos «público» y «sociedad» son radicalmente diferentes. En música también resulta valedero el
2_,. la lengua colo(
)or toda España. Parte de este maerial se presentará en un programa le televisión titulado Lengua viva. cCon estos trabajos pretendo abrir ina enorme brecha en toda la acualidad de losestudiosdel español
los análisis de la lengua actual. )ienso extender este proyecto a krnérica.»
«No se puede llegar -añade- a ina comprensión de la verdadera engua viva, de la lengua real, si no e recogen los documentos de la engua espontánea, tal y como se la en la vida, cotidiana, con el emconsejo tantas veces dictado por Julián Marías al hablar de política: «No nos preguntemos qué va a pasar sino qué vamos a hacer». Lo que presupone un convencimiento previo: que aquello que vamos a hacer, que debemos hacer, nos va a ser posible hacerlo. Esta es plataforma condicional que el Estado debe disponer y abrir a la sociedad, sus entidades, grupos e individuos. Sin ella, los más decididos propósitos de hacer se convierten en una suerte de voluntarismo platónico conduncentes al desvío y la desesperanza.
Difícil y largo resultaría enumerar tan solo los principios fundamentales que deben informar la política musical que urge España, sobre todo si se tiene en cuenta que, de alguna manera, cualquier política sectorial está implicada y depende de la política general y ésta se encuentra en claro proceso transformatorio. Sin embargo me parecen inamovibles algunos supuestos básicos: incremento de la asignación global a la música, planificación generalizada de la vida musical española a partir de sus mismas estructuras y teniendo en cuenta los distintos núcleos políticos y sociales, estatales, provinciales, locales o privados desde los que la actividad musical se estimula o genera; voluntad de superación de lo musical como algo elitista; descentralizac - protagonismo de los profesion -¡es; disposiciones favorables, desde el punto de vista económico, a las entidades privadas que emprender con seriedad, rigor y continuidad tareas musicales; convocatoria de todos los estamentos interesados a la hora de imaginar soluciones, de trazar proyectos y pL, iticar estructuras.
No hará falta subrayar que cuando se habla de «vida, musical» no se quiere decir sólo «vida de conciertos». Me refiero a todos los niveles de la existencia musical propios de un país culto y medianamente desarrollado desde la educación a las orquestas, desde la musicología a la radio-televisión; desde los compositores a los intérpretes; desde la promoción nacional a la internacional; desde la discografia a las ediciones. Para todo y en todo, la administración y la sociedad han de colaborar a fin de que la música tenga la vitalidad necesaria, imprescindible en una colectividad adulta históricamente. Al Estado le corresponde no una función dirigente y asumidora, sino planificadora, estimulante, incitadora. En una palabra: política.
Babelia
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