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Tribuna
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¿Es posible el gordillismo?

«Tomar en serio sus adefesios significa caer en la trampa que nos tienden. El juicio, entre despectivo y temeroso, que Herbert Read emitiera acerca del recién nacido pop inglés, cobra, recién fenecido y transfigurado, un alcance esencialmente antagónico, o se aviene a una acepción claramente positiva. Específicamente referido a cualquiera de las composiciones (o dos composiciones) de Luis Gordillo (suya es, sin duda, la más profunda de las metamorfosis tras la muerte o de entre el escombro del pop art y alrededores), llega a la identidad del retrato.Muy en serio nos tomamos hoy los adefesios de Gordillo y, no sin temor, caemos en la trampa que nos tienden. Sin temor, aunque con plena conciencia y dé buen grado. Adefesios o monstruos, rara raza loca, nacida de su propia contempladón ante un espejo. Rara y loca progenie, venida al mundo de las cosas por asidua autoprospección (no a merced de fantasía), por autoidentificación implacable, cara a cara de sí mismo, por descarnado autoretrato de quien dio en desencadenarla. Caer en su trampa es aceptar, de buen grado, la que a diario se abre a nuestros pies.

Los adefesios de Gordillo son fidelísimos autoretratos. Fidelísimos, esto es, que recogen e incorporan el amplio espectro, no ya de la faz, del enigma de dentro: tumores y humores, eyaculaciones y electricidades, sustos, tales cuales soterradas vergüenzas, ridiculeces, muecas, aspavientos, traiciones, el pálpito cordial, la articulación del húmero, el arcano de aquella mala digestión, humedades, aguas negras, el intersticio de la inseguridad, el tic-tac de un artefacto... y el cordón umbilical que nos une con lo que da miedo o suscita la naúsea.

Roquentin, el peregrino personaje de Sartre, llega a la náusea por sola y asidua contemplación ante el espejo. La naúsea viene, ciertamente, de dentro (de dentro del dentro), pero a instancias de un elemental y arriesgado contemplam (entre guiño inconfesable y vergonzante mueca) ante la faz de un espejo: ese espejo desverganzadamente multiplicado y desagradecido, macabramente cubista, espejo de probador de sastre, en cuyo ámbito el caballero comprueba la esencial ridiculez de desabrocharse, ajustarse y volverse a abrochar la ropa de caballero.

No hay en el insensato protagonista de la novela de Sartre transcendencia alguna que infunda temor. El aristotélico admirarse, origen del filosofar, para allí en solo y escueto mirarse y convertirse, tras ello, en injustificable autoretrato. No de otra suerte, el obsesivo personaje de Gordillo, el propio Gordillo, se mira, se autoretrata, y nos advierte, sin más, de la compleja urdimbre interior, de la ignorada máquina que nos sustenta y mueve, y que nosotros llamamos, vanamente, nuestra personalidad. Se hace en fin, Gordillo, conejo de Indias de su propia experiencia.

Señoritas de Avignon

«¿Dónde hallar, a la hora del gran experimento, en torno al semblante humano, un rostro más afín, próximo, familiar, hermano gemelo de sí mismo, que en el rostro imperturbable del espejo?» Tal pregunta, formulada por mí en torno a la empresa picassiana de Las señoritas de Avignon, cobra paridad o clara concomitancia ante las criaturas de Gordillo, auténticas señoritas de Avignon de nuestro tiempo. Y sin alegorías. Al igual que las terribles demoiselles traducen, a juicio mío, verdaderos autoretratos de Picasso, autoretratos son, y fidelísimos, los tipos de Gordillo.

Si el contemplador agudiza su mirada ante el espectáculo de Las señoritas de Avignon, descubrirá en su semblante (en el de aquélla, especialmente, que preside frontalmente la escena) la faz, entre asombrada y sardónica, de su hacedor.Y si extraño le resulta al lector que el rostro de unas tan descalabradas señoritas reproduzcan la faz de quien las alumbró, no le parezca menos rara la expresión de la cara y el alma (de la que aquélla, según el dicho, es espejo) de Gordillo, en el espejo de cada figura-máquina, mirada-máquina, intestino-máquina, vergüenza-máquina, aspaviento-máquina, carcajada-máquina, eyaculación-máquina..., de cada uno de sus fidelísimos -esperpentos y adefesios, 1 extraídos de su íntima autoprospección, y convertidos, bajo apariencia tan grotesca y zumbona, en bonancibles autoretratos.

Elijo el ejemplo de Picasso (no sería tampoco inadecuado el de Bacon) para, aparte de ennoblecer en el parangón, y de justicia, la altura de la empresa de Gordillo, mostrar la consanguineidad, más en el proceso que en el resultado, de unas apariencias humanas, contagiadas (hasta la verosimilitud del retrato) de la experiencia de quien, respectivamente, acertó a alumbrarles e incluirlas en el asombro de las cosas. Y también para dejar muy en claro la vana actitud-, de tantos y tantos émulos (plagiarios, a veces) como le han salido a nuestro artista.

¿Es posible un gordillismo? No. Tajantemente, no, si por tal se entiende la constitución, a partir de él y en torno a él, de una escuela de estricto carácter formalista. Gordillo parte de su sola experiencia, de una llana y arriesgada introspección, traduciendo, cuanto vio y experimentó, en la traza enigmática de un perpetuo autoretrato. Si los presuntos gordillistas siguieron una senda parecida, lejos de reproducir, como ocurre, la faz del maestro, dejarían traducir la suya propia. ¿Es acaso posible reproducir como propia la experiencia de otro?

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