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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

México, cuarenta años después

HAY YA suficientes indicios para pronosticar que la reanudación de las plenas relaciones entre México y España no se hará esperar mucho. La incorporación a nuestra vida política de los republicanos exiliados librará al Gobierno mexicano de sus compromisos con el residuo institucional de la II República; y el inminente acceso a la Presidencia de José López Portillo hará desaparecer las reticencias despertadas en nuestro país por la posición adoptada por Luis Echeverría el año pasado.Pese a su distanciamiento oficial durante casi cuarenta años México y España ha seguido comunicados, al margen o incluso en contra de sus políticas gubernamentales. Y es de justicia reconocer que durante ese dilatado paréntesis los mexicanos dieron una ejemplar lección de solidaridad con aquellos compatriotas nuestros que se vieron obligados a tomar el amargo camino del exilio tras la guerra civil. Son muchos los políticos y estadistas hispanoamericanos cuya memoria es recordada en calles y monumentos de nuestras ciudades; pero seguramente son pocos los que aventajan en méritos para la gratitud a una figura oficialmente desconocida: el general Lázaro Cárdenas, bajo cuya presidencia muchos miles de españolesencontraron en México lugar de residencia, puestos de trabajo y carta de ciudadanía.

durante estas cuatro décadas la inexistencia de relaciones diplomáticas ha dificultado los intercambios comerciales y turísticos entre los dos países. Han sido sobre todo, las manifestaciones culturales en su más amplio sentido las que han mantenido vivas, a lo largo de los años, la presencia española en México y la presencia mexicana en España. Los mexicanos incorporaron a sus Universidades a profesores y científicos del exilio, han leido y estudiado los libros editado en nuestro país; y los españoles, que comenzamos a liberarnos de las tinieblas de la postguerra mediante las traducciones de una editorial mexicana de propiedad estatal (el Fondo de Cultura Ecocómica), hemos seguido en contacto con México.

Paradójicamente, la reanudación de las relaciones entre México. El deseo de equilibrar su balanza comercial ha llevado a las autoridades méxicanas a reducir drásticamente la entrada del libro español a su país y a condicionar el otorgamiento de unas cuotas de importación, a que las empresas españolas impriman una parte de su producción en México. El objetivo es no sólo aliviar el deficit exterior en el renglón editorial sino compensarlo con productos de igual naturaleza. Si la Administración española hiciera suyas esas premisas los mexicanos se verían obligados a realizar costosas inverisiones en España para recibir como premio la disminución de sus propias exportaciones.

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Pero el libro, además de una mercancía, es un bien de cultura, cuya libre circulación se halla garantizada por acuerdos internacionales aceptados por México. A ningún pueblo se le debe privar, por razones de política comercial, del derecho a trasmitir y recibir los productos e la creación y el pensamiento, máxime sí éstos pertenecen a una misma comunidad idiomática. Sería triste que la solemne apertura de las embajadas en las capitales de los dos países tuviera como única celebración ese simbólico holocausto de libros que toda medida restrictiva a su exportación e importación implica; cabe esperar, por eso, que el presidente López Portillo sabrá impedir que la inauguración de las relaciones entre los Estados vaya acompañada del cercenamiento de los nexos culturales que durante muchos años mantuvieron comunican a los dos pueblos.

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