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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Contra la autocomplacencia

Al margen de una filiación ideológica determinada y sin una preocupación especial por el acontecimiento inmediato, Los cuadernos de la Gaya Ciencia, revista de cultura, ha publicado ya sus cuatro primeros números. Como era de suponer, una empresa intelectual con las características descritas de «independencia» e «intemporalidad» no ha obtenido demasiado eco en la crítica, especializada o no, de nuestro país, al parecer fascinada por todo aquello que pueda convincentemente presentarse como lo «último» y que, por desgracia, nunca parece serlo en verdad totalmente. Pues bien, esta falta de interés por una publicación semejante debe plantearnos, una vez más, no sólo una consideración en torno a su inoportunidad o inoperancia, lo que parece consecuencia viciada de una indiferencia previa, sino también la oportunidad y la operatividad de la crítica misma, interesada, generalmente, por lo que de antemano ha legalizado socialmente su interés, es decir, precisamente por lo convencional.Desde hace ya más de un siglo, aproximadamente desde cuando estallaron los últimos ecos del romanticismo más intransigente y se iniciaron las primeras corrientes de vanguardia, se viene repitiendo la misma censura ante cualquier movimiento de ruptura, entendiendo a ésta naturalmente como lo anti-convencional por excelencia: su carácter minoritario, críptico, narcisista, pequeño-burgués, etc... Esta censura siempre se amparó y se ampara todavía en el pretexto de la utilidad social que debe regir como fin último toda actividad cultural; y a este respecto conviene que no nos engañemos: por utilidad social aquí no hay que entender otra cosa que aquello que el «público», calificativo con el que se pretende encubrir el consumo anónimo, acepta y reconoce como suyo. ¿Cómo aceptará, pues, ese público, o los cancerberos de su imagen autosatisfecha, a quienes se empeñaron en demostrar que de hecho no puede aceptar nada por que nada posee? Del sueño de una sociedad poética o de una cultura transparente, socialmente, fiel reflejo de la plenitud con la que se acomoda en cada individuo, no queda ya casi nada o, en poder caso, la narración, llena de dignidad, eso sí, de una derrota. Y, sin embargo, la cuestión básica permanece viva: la cultura y el arte que se pretenden creativos se siguen resistiendo a entender su utilidad social en términos de manipulación y autocomplacencia.

Los cuadernos de la Gaya Ciencia

Ed. La Gaya Ciencia, Barcelona, 4 números, 1975-1976.

Inactualidad

Pero esta advertencia que nos hemos permitido hacer no tiene la pretensión de preparar, con la música adecuada, una nueva cabriola de heterodoxia, que así parecen querer venderse últimamente los productos culturales a los que no se les encuentra otro aliciente: Los cuadernos de la Gaya Ciencia es, por fondo y por forma, todo lo contrario -o si se quiere, su única heterodoxia posible consiste precisamente en su perfecta «inactividad» o, más correctamente, en su carácter intempestivo. Los componentes de su consejo de redacción -Félix de Azúa, J. Fernández de Castro, V. Gómez Pin, A. González Troyano, Ferrán Lobo, Rosa Regás, F. Savater y E. Trías- no ofrecen más cohesión ideológica que la apuesta amistosa en la creencia común de la bondad del proyecto-, la nómina de colaboradores, por su parte, que va, además de los ya citados, desde Juan Benet, M. Ballesteros, A. Escohotado, Victoria Camps. Xavier Rubert, E. Subirats, etc., hasta Agustín Garcia Calvo, incide también en ese tipo de relación sólo posible como aquella amistad que bellamente definiera Bataille como "separación fundamental a partir de la cual lo que separa se convierte en relación". Los temas tratados hasta el último número surgieron, por lo general, a modo de glosas de libros, comentarios de comentarios, que originan progresivamente una especie de complicación o de «conversación infinita» entre los diversos autores, de tal modo que no es extraño que la insistencia sobre determinado tema acabe perfilándose finalmente en una especie de monografía. Así, por ejemplo, una reflexión sobre la novela (F. de Azúa, El género neutro) se prolonga, con otro, aire y desde otros intereses, en sendas divagaciones sobre la narración (J. Benet, ¿Se sentó la duquesa a la derecha de don Quijote? o F. Savater, La evasión del narrador). De esta manera también una reflexión de Rubert sobre la ideología queda puntualizada posteriormente por otra de Trías sobre el mismo tema, y así, explícita o implícitamente, en otros muchos casos. Añádase indicativamente a estos nombres de autores españoles el de otros de fuera de nuestro país, como Cioran, Aubenque, Panofsky, Rykwert e incluso del romántico Novalis, del que se publica un texto poco conocido y bellísimo como Los discípulos de Sais.Me gustaría acabar afirmando, a fuerza de parecer ingenuo, que ciertamente unos temas y unos autores como los que apresuradamente he citado poseen un interés indudable. ¿Por qué, entonces, la indiferencia que denunciaba al principio? En cualquier caso, la ingenuidad no me lleva a suponer el que se pueda cambiar, con una recomendación, el curso de lo que parece irreparable, pero ello no impide tampoco dejar una pregunta en el aire: quienes condenaron en su día el gesto estrepitoso y desgarrado de ciertas aventuras de vanguardia, ¿no son o somos los mismos que ahora queremos ignorar, con la mueca del estrépito y del desgarro, aquellas nuevas iniciativas, comprometidas ahora, necesariamente fuera del espacio y el tiempo de la actualidad, con el pensamiento?

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