_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Si nos pusiéramos a trabajar... con celo

Ya se sabe que la huelga de los controladores aéreos no es de brazos caídos. Al revés: es, según dicen, «de celo», de estricto cumplimiento. Los que durante esta última temporada han tenido que viajar en avión saben en carne propia a qué trastornantes demoras puede conducir un estricto cumplimiento.La huelga de celo de los controladores aéreos podría ser un espeluznante ejemplo de lo que en este país ocurriria si todos, absolutamente todos, nos pusiéramos a trabajar... con «celo». Es decir, con rigor, con minuciosidad. A trabajar sin más, vaya.

¿Querrá esto decir que estamos en una situación de ancestral «viva la virgen», donde todo marcha porque todo va «manga por hombro»? ¿Supone esto que la simple ejecución rigurosa de las normas legisladas nos abocaría a la catástrofe nacional? No es asunto baladí, aunque se le dé tratamiento de humorística caricatura.

Estamos llenos de leyes y de normas rigurosas que nadie cumple. Somos, en cambio, campeones de la trampa y la gatera. A pesar de los planes de desarrollo y de la evidente industrialización, no han cambiado tanto las cosas desde los tiempos en que D. Jorgito el inglés recorría España. Tener amiguetes influyentes sigue siendo aquí mucho más importante que tener razón. Y, por lo visto, obedecer las leyes puede traer malas consecuencias.

Trataba yo un día de llamar al orden circulatorio a un amigo que conducía a 100 por camino con clara señalización de limitación de velocidad a 60 cuando tuve que escuchar esta asombrosa reflexión ciudadana: «¡Si fuéramos a hacer caso de todas las indicaciones no llegaríamos nunca!» Que las normas de convivencia puedan llegar a hacer imposible la vida, sería muy grave. Pero no lo es menos que los supuestos «convivientes» anden por ahí convencidos de ello.

La leyenda -con cierta base real, como todas las leyendas- del anárquico carácter español ha condicionado la voluntad de los legisladores de forma bastante errada: han creído que amontonar normas y multiplicar leyes serviría para meter en vereda a los indígenas. Porque de leyes andamos bien servidos. Lo que pasa es que, en general, se ha conseguido lo contrario del fin apetecido: lejos de imponer un estable sistema normativo a base del infinito número de normas, lo que se ha logrado es que los españoles miremos las leyes como una enfermedad que necesita remedio. Y el remedio es la trampa.

Las leyes están ahí, primorosamente escritas y mágicamente ineficaces. Nos acostumbramos a vivir «con» ellas y terminamos creyendo que vivimos «según», ellas. Hasta que un día nos vemos constreñidos a cumplirlas con rigor. Y viene el caos. Como en el caso de los controladores.

Sólo hay una cosa peor que una sociedad sin ley: una sociedad con demasada ley. Cualquier pedagogía de manual enseña que para ser obedecido hay que saber mandar poco y bien. Lo justo. Quien manda mucho, manda mal.

Entre las inflaciones que padecemos habría que estudiar la inflación de normativa inútil. Poner ejemplos podría resultar prolijo y peligroso, Además, no hace falla: bastar ojear cualquiera de los infinitos boletines más o menos oficiales con que nos bombardean a diario.

Vuelvo al principio: ¿qué ocurriría en este país si todos, absolutamente todos, nos pusiéramos a cumplir estrictamente la selvática normativa supuestamente vigente? Pues que, entonces... quizá ya no hiciera falta ninguna norma: todo acabaría en un funeral.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_