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Tribuna
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Ante el año de la verdad

El Rey acaba de regresar a su observatorio de La Zarzuela. Viene de unas vacaciones profundas, necesarias tras el desgaste excepcional de la primera transición; pero hábilmente entreveradas, acaso más de lo que se supone, con diversas calas en la opinión del país real y con algunos viajes a Madrid, quizá para mantener la debida presión en sus altas relaciones políticas. Ni una indiscreción en su contacto permanente con el Conde de Barcelona, gran reserva de credibilidad dinástica; con quien el Rey no solamente ha compartido el atraque sino el horizonte. Por ahí todo va bien, porque ahí sólo interesa España. Si las anunciadas elecciones resultan serias parece que Don Juan renunciaría inmediatamente después.El retorno de los Reyes, con fecha determinada, seguramente, por la iniciación del curso escolar, como en tantas otras familias, ha coincidido con el arranque a fondo del curso político. Todo hace pensar que nuestro difícil camino hacia la democracia cerró ya, con la crisis de julio, su período de jardín de infancia. Y que ya en la cuneta los juguetes rotos, a veces ensangrentados, del curso anterior, entramos, a tientas pero no a ciegas, en el año de la verdad. Con dos garantías esenciales: una Corona afianzada, apta no sólo para concluir su propio engarce institucional, sino para enmarcar la reordenación democrática de las Españas; y un pueblo que, en medio de su confusión, sabe bien lo que quiere y lo que no quiere.

Entre la novatada y el acierto

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No hay tiempo, hoy, para recreamos en la anécdota conocida, ni en la pequeña historia oculta del verano. Conviene acompasar el comentario al renovado incremento de la velocidad política y de la preocupación popular. Para la iniciación del curso se han conjugado tres hechos políticos enmarcados en dos líneas de ambiente. Permítanos el lector una exposición casi telegráfica de tal esquema.

Primer hecho político: la convergencia de la oposición, o de las oposiciones, en unos contactos que cristalizan, al fin, en un comunicado y un principio serio de metodología política, con posibilidades de configurar una alternativa. El contenido de los comunicados, el forcejeo de las reuniones, los disparates lingüísticos y todos los demás matices que se quiera o no enturbian el hecho principal. La oposición está ahí, con notorios avances en su coherencia, en su decisión y en su realismo. El curso político comenzó con la reunión del Eurobuilding.

Segundo hecho político: la iniciativa del Gobierno con su proyecto de reforma. El presidente Suárez ha trabajado a fondo durante el verano. Y ha trabajado bien. Metió la pata -dicho sea con todo respeto- en sus declaraciones a París-Match. Mal elegida la revista, en pura decadencia; el entrevistador, de segunda división; la intencionalidad, sumida en idilios kennedianos; y sobre todo el contenido, enrarecido. Pero no desorbitemos las cosas. El desliz sobre las lenguas regionales resultó lamentable. Pero no reflejaba sólo un fallo cultural del presidente, sino una oquedad cultural de los españoles como conjunto; precisamente porqué muchos ignoran que son un conjunto. El episodio no fue una catástrofe sino una novatada.

Un segundo error de presentación lastró, en los primeros momentos, la reacción positiva ante la gran jugada con que Suárez ha recuperado la iniciativa política. El discurso del presidente en televisión -sin la comunicación inmediata del proyecto- no era más que una declaración de principios. Captada, por el tono y la actitud del presidente -que fue un discutible director general de RTVE, pero es un formidable dominador político de las posibilidades personales ofrecidas por el medio- la atención y el interés del público, se debió leer inmediatamente el decreto, y no retrasarlo; o por lo menos se debió anunciar inmediatamente -no unas horas después- su lectura para el día siguiente. Otra novatada, que acarreó una lluvia de comentarios negativos inútiles e innecesarios, el de este cronista entre ellos.

Pero, conocido ya el proyecto, y releído el mensaje presidencial como prólogo -un poco largo- del articulado, los comentarios deben girar 180 grados. Cierto que en el texto hay lagunas y anidan sospechas. El articulito, que endilga a la Corona la responsabilidad de designar un presidente de las Cortes a dedo -sólo falta decir que su nombre comienza por esa letrita- tendría que modificarse. La responsabilidad del Gobierno actual ante las Cortes Constituyentes no queda prefijada; pero eso será asunto de aquellas Cortes, una vez supuesta la voluntad democratizadora del Gobierno, en la que hemos empezado a creer colectivamente. La habilidad del presidente y de su equipo político en evitar los escollos en que se hundió la reforma Arias-Fraga, por ejemplo el referéndum como obsesión, la implicación sucesoria de la Corona, etcétera, ha sido admirable. La inauguración de la democracia, en España pasa, ante los ojos de los españoles y los observadores occidentales, por unas elecciones; y el presidente nos ha señalado un camino convincente hacia las elecciones. Ha persuadido, además, al país, de que quiere con sinceridad la democracia; y de que posee probablemente los medios para conducirnos a ella. Debe de haber dedicado montones de horas a desmochar, junto a los accesos del bunker, más de una autocrática rebaba. Regatearle este reconocimiento -y el apoyo que cada cual pueda prestarle desde su puesto en la sociedad y en la política- sería, adernás de rastrero, estúpido.

Nace un gran partido . conservador

Cuando arreciaban los inevitables rumores sobre disensiones en el Gobierno -rumores fundados, disensiones comprobadas- el señor Suárez acertó otra vez. Prescindió de los rumores, y yuguló las disensiones después de llamar enérgicamente a capítulo ministerial. Ha sabido defender las mediaciones de sus ministros de la Gobernación y de Sindicatos bastante mejor que su predecesor, no muy amigo de tales respaldos. La convocatoria a los altos jefes militares para exponerles su proyecto de avance, más que de reforma, fue un gesto arriesgadísimo que le salió redondo. Tras esta doble llamada se acentuó el inevitable ascenso de don Rodolfo Martín Villa, responsable de una de las decisiones más importantes de todo, el período que ya es preconstituyente: la eliminación política -he escrito política-, del coronel don Federico Quintero, jefe superior de Policía de Madrid. Si consigue concluir honorablemente -como el personaje se merece- el otro proyecto similar y complementario habrá que redoblar la atención especial a los movimientos de don Rodolfo.

Apuntemos, mientras tanto, el tercer hecho político para la iniciación del año de la verdad; la tremenda conversión de frente decidida y prácticamente realizada ya, fría e irrevocablemente, por don Manuel Fraga Iribarne.

El comentarista político de El Alcázar -que ha convertido su columna en un oasis de moderación dentro del aguerrido diario- debió de ceder a un excepcional acceso de sueño cuando me presentó como adversario de la teoría del Fraga incombustible y me hizo decir que Fraga no tiene nada que hacer. ¡Qué disparate! Este cronista es el inventor de la incombustibilidad de Fraga (Ultima Hora, Palma, 16 de agosto) y reitera hoy su archiconocido pronóstico, repetido, con noble cita personal, por el señor Romay en el homenaje biográfico a Fraga en Galicia, en el sentido (como dice la agencia Efe),de que el futuro político de Espáña. es inconcebible sin Fraga.

Y el presente, no faltaba más. La actual operación Fraga me parece una convulsión de todo el magma político; y, como acabo de indicar, una conversión de frente en toda regla. Desplazado violentamente por la crisis Suárez, desgastado como hombre de centro por la hostilidad de la izquierda y por sus propias intemperancias en la tremenda tensión de sus meses de Gobierno, Fraga ha abandonado sus pretensiones de centro y hasta su teoría del centro para ponerse al frente de la desarbolada derecha franquista. Para ello ha utilizado, a la vez, el cinismo y el sentido político de supervivencia. En estos momentos ha pactado ya no sólo una alianza electoral, sino la organización de un gran partido conservador (la izquierda caerá inevitablemente en la tentación fútil de llamarlo neofascista) con los grandes del franquismo histórico más o menos presentable. Con ello logra, evidentemente, un resultado positivo: desplaza a la derecha de la extrema derecha fascistoide; aunque la inclusión de don Gonzalo Fernández de la Mora en la operación es para echarse a meditar. Buena parte de la gran constelación bancaria -con excepciones como el Banco de Bilbao, regido con menos inercia política y mucho mayor sentido de futuro- ha puesto a disposición del señor Fraga, según informes llegados a esta máquina, una generosa financiación de 2.000 millones de pesetas como entrada y 1.000 más cada año, con la finalidad principal, según parece, de alejar todo peligro de nacionalización. El señor Fraga, que ya no tendrá por la derecha más competidores que los señores Piñar y Girón, busca con ahínco una especie de pseudo-izquierda legitimadora; para lo que encuentra durísimas resistencias. En tan espectacular giro -aunque él dice que está donde siem pre- perderá, desde luego, a los hombres más progresistas de Reforma Democrática; pero esto es un riesgo calculado. El señor Fraga parece seguro -a juzgar por sus conversaciones en Barcelona, de ganar las próximas elecciones; y no carece de fundamento para tal suposición, por múltiples motivos. Pero don Manuel no parece haber calculado bien la reacción del centro ante su maniobra; quizás, porque piensa que, sin él, el centro será imposible. Si esto es así, se equivoca de medio a medio. Quizá sea ahora más posible que nunca ese centro sin el que tenderán a chocar, fatalmente, los dos grandes bloques de la izquierda y de la derecha.

He aquí, pues, a otro líder político con plena recuperación de iniciativa; tras un gesto -frío y desesperado a la vez- típicamente fraguista. Un gesto cuyas consecuencias para el centro y para la izquierda serán decisivas. Volveremos pronto sobre el tema; en principio todo queda mucho más claro. Esta vez Cánovas, desengañado, no tratará de inventarse a Sagasta, sino de anularle.

Un marco regional convulso

Todo este concreto despliegue político se enmarca en una doble línea de hechos regionales vistos desde el centro; nacionales, vistos desde sus epicentros en la periferia. Sin que despreciemos, ni por asomo, las demás presiones latentes de la problemática regional -sobre todo la más grave de ellas, en Canarias, que suele tratarse desde los medios políticos de la Península, derechas e izquierdas, con suicida propensión al olvido- los problemas concretos de la convulsión nacional entre nacionalidades, regiones y centralismos surgen hoy de Cataluña y del País Vasco. Baste ahora, para abrir la nueva serie de análisis, una alusión; porque relegar el tratamiento al final de un artículo comportaría absurda falta de respeto. Cataluña parece, desde aquí, sumida en un proceso de reconcentración; enormemente difícil de analizar, incluso para quienes pretendemos comprenderlo. En espera de mayores clarificaciones conviene solamente apuntar ahora que las grandes rupturas de nuestra historia contemporánea se han originado siempre en Cataluña, excepto la guerra civil de 1.936; la regla y la excepción son importantísimas. Y también que el pueblo de Cataluña es quizás, entre todos los de España, el primero que ha llegado históricamente a la adquisición de un sentido político pleno como tal pueblo.

La situación del País Vasco parece más inmediatamente dramática, porque nadie parece capaz de aprovechar políticamente las perspectivas favorables cuando aparecen, como a principios del pasado verano, mientras aquí jugábamos a la crisis; porque cada etapa se resuelve en una vuelta más del torcedor doblemente trágico: la muerte y la incomunicación.

Tan grave conjunto de problemas se inscribe, además, en una crisis económica recrudecida, para la que el Gobierno sigue sin comunicar atisbos de solución comparables a los que ha conseguido en el plano político. La crisis económica es la crisis social; el paro, el hambre -que vuelve a refluir desde la historia que creíamos archivada- la alienación de las masas ante el proceso político" el divorcio -que ya se siente- entre el público y el pueblo, -mientras la clase política podría verse reducida al cubileteo bizantino. Menos mal que el horizonte exterior -en su hemisferio occidental- parece más favorable que nunca, y cree en los nuevos caminos de España. Ahora, ante un otoño que no va a ser sólo caliente, sino angustioso, haría falta que los propios españoles creyésemos también en esos caminos.

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