Poética política
El Gran Salto Adelante, la Larga Marcha, la Campaña de las Cien Flores; lo de Mao ha sido la poesía o, si se quiere, la poética-política.Si como aseguraba Pushkin, que Mao sólo conoció, según confesó, a sus sesenta y dos años, cuando ya estaba en la Ciudad Prohibida, «la muerte otorga a la obra social del individuo resistencia y sumisión», se puede decir que la muerte de Mao viene a darle a China, su obra, la «tensión del arco siempre preparado», y en un grado mayor, quizás, que el trabajo de su vida política, es decir, la Revolución Cultural. Mao deja intacta en China «la fuerza dialéctica de la historia»: generales, tecnócratas, campesinos y guardias rojos, en planos contrapuestos, pero todos dentro del tubo del calidoscopio, dispuestos a la «resistencia» y, a la vez, a la «sumisión» de su herencia. Hua Kuo-feng, que antes de ser primer ministro estuvo, simultáneamente, en las filas de los denostadores y de los denostados del 67, tiene hoy que mantenerse «aquí y allá» -como le gustaba insinuar a Mao- y al mismo tiempo fuera del escenario, no para dirigir a los actores sino más bien para «participar», y «ser participado». La revolución que no es permanente termina en contrarrevolución. La historia nos obliga a oponernos a la historia.
Sobre la tumba de Chu -aquel intento de hacer razonable a la historia- se escribió a principios de este año el último capítulo de la dialéctica viva de Mao. Luego la naturaleza escribió el suyo, no se sabe si a favor o en contra de los «enemigos del pueblo». Pero ya, Mao había empezado a morir, y la partida quedó en tablas. Ahora, sobre la tumba de Mao, el juego, seguramente dramático, difícilmente trágico, continuará. ¿Comuna o comunismo? En todo caso, el motor de la historia frente al motor diesel.
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