La nueva temporada
Inauguración de la temporada teatral. Rápida, nerviosamente, el mismísimo primero de septiembre, sin desperdiciar un día de los llamados «oficiales». La compañía Morgan estrena Mientras la gallina duerme y abre lo que, según cree, va a ser un otoño teatral caliente. Insisto en lo «precipitado» de este estreno porque es un dato, el primer dato, de lo que nos espera ya: una revisión crítica de las experiencias, vías y valores de estos últimos cuarenta años, desde el punto de vista de la creación dramática.¿No es curioso el planteamiento? ¿No es atractivo? ¿No es «inevitable»? Si mis noticias son correctas, en este mes, en estos días, en un corto y muy breve lapso de tiempo, se abrirán los locales de Madrid y la cartelera desplegará un abanico representativo de la peripecia teatral, tal como hoy la valoramos. Tendremos en nuestros escenarios un par de textos de Valle-Inclán, más vivo que nunca; la «generación del 27» -es decir, Lorca y Alberti- será representada con grandes honores-, después, Buero; Jaime Salom y Ana Diosdado enlazarán con los más jóvenes; Nieva y Martínez Mediero saldrán, definitivamente, de las catacumbas, para abordar su gran papel de insolencia y ruptura. Si en este cuadro encajasen, en algún momento de la temporada, Fernando Arrabal y Alfonso Sastre, este sería el gran repaso de nuestra situación. Es muy necesario.
«Mientras la gallina duerme»,
de Manuel Martínez Mediero,Dirección: Angel García Moreno. Escenografía: Sigfrido Burman. Intérpretes: Aurora Redondo, Elisenda Ribas, Antonio Vico, Julio Arroyo, Javier Magariño, Antonio Acebal, José Sazatornil «Saza» y Miguel Juan Caiceo. Teatro Martín.
Por eso es tan curioso, desde esta perspectiva, que se abra el «curso» con este texto de Martínez Mediero. Una comedia anticuada, tierna, a ratos de humor negro y a ratos de muy dulce humor, comedia de enormes imperfecciones y posible garra popular, comedia muy española, muy agridulce, clásica comedia.
Mientras la gallina duerme es un texto muy directo y tiene, en efecto, como dice el director en su nota programática, un aire de familia con La señorita de Trévelez, inolvidable comedia «de costumbres» del aún más inolvidable Arniches. (Vamos bien, vamos muy bien, si son Valle-Inclán y Arniches los modelos para un teatro vivo, riguroso y popular). Se trata, en ambos casos, de la broma cruel que unos aburridos pueblerinos ensayan contra un ánima intranquila, soñadora y sufriente. La pobre señorita, en el caso de Arniches y el cura honesto y torturado, en el caso de Martínez Mediero. Ahí termina el parentesco. Yo diría que el dibujo del pueblo es, en Arniches, de una finura observadora que Mediero no tiene. También debo decir que, hoy por hoy, me interesa mucho el cura y nada la señorita. Por eso el «desnivel» favorece a Mediero. Los primeros veinte minutos de su comedia son, realmente, lamentables. Mediero arrastra ese tremendo tópico «justificativo» de muchas de nuestras gentes de teatro y se empeña en «cuadrar» los elementos que han de permitir la broma. Vano, lento y, por supuesto, innecesario empeño. Sin tema ni planteamiento, Mediero avanza -en el tiempo y no en la acción- confiado, casi exclusivamente, a la palabra, que unas veces es feliz y otras busca banal e infantilmente, la pura frase. Hay que soportar ese arranque -aunque no estaría nada mal que un bravo y profundo «peinado» amenguase la caída de ese planteamiento tan vacilante- para encontrarse, al fin, con el cura don Pepito. Es un problema tan viejo como el teatro -planteamiento, nudo, desenlace, que dicen las preceptivas- y tiene solución.
Después de ese «bache» inicial la comedia afronta el tema, haciendo un quiebro. Mediero deja de interesarse por los bromistas para inclinarse sobre el embromado. Es quien nos importa. A partir de ese instante cobra Mientras la gallina duerme una dimensión más rigurosa y apasionante. El tema del celibato es un oran tema y el autor se acerca a él con voluntad de entendimiento. Tragicomedia llamaba muchas veces Arniches a esas idas y venidas de lo grotesco a lo dramático, a esas farsas que, de repente, se hielan en un súbito ademán patético. Es lo que hace Mediero, lo que representa Sazatornil, insuperablemente, y lo que el director ha marcado con plena lucidez. Siempre se habló de «unidad» y no de «uniformidad» de estilo. (Es el riesgo mayor de las representaciones confiadas casi exclusivamente a la expresión corporal: se uniforman los espectáculos). Ese riesgo lo salva Mediero por el hecho claro de que su buen cura es un personaje, existe, vive, sufre, se lastima, sueña y cae. Bien. El «existir» de un personaje es uno de los más nobles datos de la creación teatral. (No se olvide la formidable inclinación teatral de los existencialistas). Ese personaje progresa, además, en su existir. Mientras la gallina duerme podría haber sido una discreta comedia con estos datos. Es algo más, una buena, antigua y vieja comedia, porque el antagonista real de ese protagonista desdichado, no son los bromistas: es la mujer. Otro verdadero personaje que centre la compleja entidad en que el pobre don Pepito pretende ingresar tan precipitadamente. Estuvo muy bien la actriz, no permitiéndose el menor ternurismo en su conexión con don Pepito. El doble impacto del ingenuo cura, al salir de su vida in vitro y encarar la realidad, levanta formidablemente el alza eón que tira el autor. Don Pepito se queda sin «terreno». No tiene salida. La comedia, tampoco. Mediero es piadoso y busca un final acorde con la nota más pobre de su inocente protagonista: la resignación.
Un aura triste, casi melancólica, envuelve a los personajes, sostiene la atmósfera general, matiza el clima de las soledades y los aislamientos. La comedia no es «divertidísima» como anunciaba la publicidad. La comedia es lúcida, sonriente, con muy buenos hallazgos de buen humor popular y con una insólita profundidad. Es una obra que no se evapora así como así.
Ha sido milagrosamente organizada en torno a un espacio escénico reducido al que la asombrosa maestría de Burman ha dado profundidades y casi misterio. Está dirigida con vistas a clarificar, las riquísimas Venas de vario comportamiento del protagonista. Angel García Moreno, un admirable luchador por la renovación de nuestro teatro, ha estudiado el texto de Mediero sin pretender crear «otra» obra. Su análisis de este texto es impecable. Su dirección de actores tiende a exteriorizar los comportamientos más que a organizar movimientos espectaculares. Esta concepción es justa. Lo que de verdad nos interesa es don Pepito. Actor de grandes recursos, de maneras clásicas, de efectos infalibles, Sazatornil desplegó una eficaz progresión reveladora de las complejidades de su personaje. Al no perder jamás la tesitura humorística su «grotesco» fue completo. Explicitó muy bien sus represiones pero logró conmovernos con su sufrimiento. Gran actor. Le ayudó, muy bien Aurora Redondo.
Y también vi una actriz de primera categoría: Elisenda Ribas. Tuvo que hacer su personaje al aire, sin el menor apoyo, sin otras posibilidades de definición que las vivencias propias.
Dígase en descargo de su torpeza que la estructura del espacio los confinó en un terreno realmente imposible.
Así se ha abierto la temporada. Bastante bien. Entre grandes ovaciones, merecidos saludos y justos premios. Va a ser interesante contemplar, contemplarnos, en este espejo que se está iluminando.
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