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La doctrina de Mao, en la Universidad

Mis obligaciones en la Universidad en que sirvo me han impuesto la de leer un trabajo de cuyo tema sabía muy poco. En Alemania, todavía, para ganar el derecho a enseñar en una Universidad el doctor tiene que habilitarse, presentando un trabajo de materia determinada, sobre el cual informan varios profesores, y dando luego ante el claustro de la Facultad una conferencia de esa especialidad. Esta es la tramitación para la concesión, a propuesta de la Universidad y por el Ministerio correspondiente, de la que se llama venia para enseñar.Como lingüista formé parte de una comisión que había de juzgar, dando cuenta en informes a la Facultad de la personal opinión, el trabajo en que un doctor solicitaba la venia en sinología tratando de la introducción de la terminología marxista en la lengua china.

Para mí, lego en la materia, ha sido la lectura sumamente instructiva, pues en un mundo que desconozco, encuentro planteado el mismo problema que tuvieron los romanos para apropiarse la filosofía y la ciencia griega, o el de los cristianos Ulfila o Notker para expresar en sus lenguas germánicas el pensamiento bíblico y grecolatino.

El caso del chino es mucho más complicado por tratarse sin duda de la cultura más exótica que, comparada con la occidental, ha existido en el planeta. Con la guerra del opio (1842) empieza la apertura de China a la cultura moderna. El autor de este trabajo examina los diccionarios chino-ingleses a partir de aquella época para ver cómo el pensamiento moderno se va introduciendo, más que con neologismos, con desplazamientos en el sentido de las viejas voces. También se producen híbridos con elementos exóticos y chinos combinados.

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Aún es más complicado el problema de la entrada del pensamiento europeo en la lengua china porque el hecho de que el Japón decidiera modernizarse rápidamente colocó a este país en situación privilegiada. El examen que mi estudioso hace de los diccionarios japoneses muestra semejantes tanteos, pero la marcha es más rápida, y pronto a los intentos de parafrasear suceden los de buscar en el léxico japonés traducciones precisas, lo que generalmente era muy difícil y exigía un largo ejercicio de equiparación y confrontación.

Este ejercicio fue el que hicieron traductores japoneses como Wakamura y Nishi, que al poner en su lengua a Stuart Mill o a Rudolf lhering creaban una lengua capaz de expresar otro espíritu. Estos nombres desconocidos para mí pueden compararse a los de un Cicerón o un Séneca o un Boecio, que conseguían hacer hablar en latín a Platón o a los estoicos. El estudioso alemán nos hace ver lo que era intentar decir en una lengua del Extremo Oriente «percepción», «conciencia» o «imaginación».

Ahora bien, cuando los chinos, derrotados contundentemente por el Japón en 1895, se convencieron de que no había más remedio o que europeizarse, intensificaron con treinta años de desventaja su europeización, y además encontraron que el esfuerzo que los japoneses habían hecho para apropiarse de la cultura occidental podía facilitarles la tarea. Citaremos con nuestra fuente el nombre de un traductor chino, Liang, que creó una lengua capaz de expresar la cultura moderna. Como, según es sabido, los japoneses escriben con las letras ideográficas chinas, los neologismos creados en el Japón pudieron ser admitidos por los chinos, sin más que leerlos en su lengua y con su pronunciación. El profano no puede medir bien los sutiles problemas que envuelve este complicado proceso.

El mismo camino, es decir, a través del Japón, hubo de seguir el estudio y la difusión del marxismo en China, y fue la terminología japonesa la que ayudó a crear conceptos nuevos, ya que «sociedad», «clase» y «plusvalía» no habían sido pensadas en el Extremo Oriente hasta entonces.

Se comprende cómo en esta difícil adaptación del pensamiento occidental a la cultura china estaba en germen la posibilidad de una originalidad grande para Mao y quienes han creado la República Popular.

En las misiones católicas en América sabemos que después del Concilio de Trento la Iglesia pensó que había que recelar de las traducciones a lengua indígena del nombre de Dios. Antes del Concilio como vemos en lenguas de México o en el tupí-guaraní de Brasil y Paraguay, se adaptó para el nombre del Dios predicado por los misioneros el de alguna divinidad suprema o al menos principal de los panteones indígenas. Pero en el nombre podían ir peligrosos recuerdos de la antigüedad pagana, y así resultaba que Tupá podía acaso en las almas de los guaraníes seguir siendo el genio del trueno en sus selvas.

Después de Trento, Dios se dijo en castellano o en latín (y ahora los indigenistas escriben en quechúa, donde no hay d. Theos, como si les hubiera llegado en griego), y así, volviendo a China, cuando los jesuitas tenían en el siglo XVIII ya casi convertido al Emperador, éste exigió como condición para adoptar la nueva fe que el Dios que le habían predicado y cuya superioridad le habían demostrado con predecir exactamente un eclipse, pudiera llamarse y escribirse en chino tao, con la inefable palabra de maravilloso sentido. Cuando de Roma llegó aviso de que no era posible tal transigencia, el Emperador decidió no aceptar con su pueblo la religión extranjera.

Y bajando ahora de las alturas teológicas, algo de eso comprendemos que ha ocurrido con la doctrina traducida en manos de Mao y los suyos. La palabra que correspondía a «transformación» denota en chino desde comienzos de este siglo lo que llamamos «revolución». pero es una palabra que ya se usaba en la literatura clásica china, y sin duda algo de su vicio Y menos radical sentido se ha instalado en esa revolución menos ortodoxa, en la que hasta la «burguesía» tiene su puesto, según parece.

La «Revolución» de Inglaterra, de los Estados Unidos, de Francia fue aceptada con la misma palabra en todas las lenguas occidentales. Hasta el alemán, que tal capacidad ha demostrado siempre para acuñar con raíces propias palabras para «bautizar» y para «concepto».

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La doctrina de Mao, en la Universidad

Viene de la página 6dice Revolución, y en ruso tampoco se acudió para este neologismo al fondo eslavo, sino que se dijo revoliútsiya, rusificada la misma palabra con que la designaran Marx y Engels.

Esta investigación es no sólo instructiva para el lingüista que se ocupa de los mecanismos de la transmisión de la cultura y de la relación entre la lengua y el pensamiento, llevándonos al límite de las posibilidades, en la apropiación de un pensamiento exótico de raíces lejanas, sino que se presta a reflexiones sobre los matices que la lengua y el transfondo cultural que ésta representa imprimen en todo pensamiento humano, por internacional que haya sido planeado.

Y para terminar este comentario, una reflexión sobre nuestra educación pública. En medio de todo, después de tantos años de saber que no se podía proponer sensatamente nada en ese campo, como parece que se va a poder tener alguna esperanza, quisiera aprovechar esta ocasión para recordar qué en español, y también en portugués, se escribieron las primeras gramáticas de la lengua de chinos y japoneses y las primeras descripciones e historias occidentales sobre aquellos países. Sería hora de que en una cultura y lengua de dimensión universal, como debe ser la nuestra, se pensara en que en alguna Universidad nuestra se estudiara esa parte del mundo tan importante que se llama el Extremo Oriente.

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