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Tribuna:Clásica
Tribuna
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Centenario de Facundo de la Viña, otro olvidado

Cuando hablamos o escribimos sobre el sinfonismo español contemporáneo citamos siempre entre sus creadores a Facundo de la Viña. Sin embargo, pocos hombres de mérito han sufrido un tan permanente olvido como el compositor asturiano, nacido hace un siglo en Gijón y muerto en Madrid el año 1952. No pocos diccionarios y enciclopedias, incluido el completo y autorizado Groves, desconocen el nombre de De la Viña o le dedican unas pocas líneas tan imprecisas como generalizadoras.Al margen de todo juicio partidista en lo que a estética se refiere, don Facundo fue un sinfonista de cuerpo entero y un notable autor teatral. Formado en España, y posteriormente en Suiza y Francia, tuvo por maestro, quien lo fuera de Falla y Rodrigo: Paul Dukas, cuya obra ha sufrido en Francia, hasta fechas recientes, de no pocos olvidos y desatenciones. Triste destino de todo transicional.

Antes siquiera que el sinfonismo de Falla pudiera figurar en los programas de Bretón, Pérez Casas o Arbós, estaba presente en sus programas el de Facundo de la Viña. Sinfonismo sólido y bien trabado, tocado de evidentes halos románticos y fruto de un aliento creador generoso y auténtico. Quien esto escribe no pudo escuchar otra obra del maestro sino Sierra de Gredos. Pienso que los que tienen menos de medio siglo no han alcanzado ni siquiera tal privilegio.

La raíz nacional -no nacionalista- de la música de De la Viña es evidente, y sus procedimientos, ambiciosos en lo formal como en lo sonoro, eficaces y directos en lo expresivo, no pueden ser tachados de reaccionarios por la sola razón de no seguir la vía entonces más renovadora: el impresionismo y sus diversas derivaciones. En cierto modo, queda situada la obra de don Facundo en nuestro panorama en un lugar análogo al de la de su maestro, Dukas, en Francia.

¿Podemos permitirnos el lujo de mantener desplazada de nuestro repertorio una contribución como la del que fuera compositor y,profesor prestigiado? La respuesta surge clara y terminante: No. Y acaso la circunstancia del centenario puede servir de pretexto no a una reparación sentimental, sino a una verdadera reincorporación. Sin ella -como sin otras- la explicación de la historia de la música española se hará siempre a saltos o, discurrirá por una equívoca sucesión de relieves y vanos. Desde aquí, pues, invito a nuestras orquestas para acometer esta «salvación» posible, debida y obligada. Creo, incluso, que la mejor conmemoración de Falla habría sido la de programar la música de sus colegas mayores, contemporáneos y menores. Tal era su gesto habitual cuando le hablaban de homenajes a él únicamente dedicados. Actitud que prolongó hasta los últimos conciertos que dirigiera en la Argentina. Con todas las dificultades del momento -el mundo encendido y escindido en la mayor guerra conocida-, don Manuel llevó a los atriles páginas de Victoria y Pedrell, Pahissa, Rodrigo y Halffier. Con Facundo de la Viña tuvo Falla entrañable amistad, como revela la correspondencia cruzada entre los dos maestros. Ambos pensaron en y trabajaron por una España musical en la que todos cabían, cualquiera que fuese su gusto y sus tendencias. En la Sociedad Nacional de Música, en la Junta Nacional de Música y Teatros Líricos (antecedente de la actal Comisaría) lucharon, uno y otro, en pro de toda la música española.

En cuanto al respeto y la confianza que De la Viña despertaba como catedrático de nuestro Real Conservatorio es algo no sólo conocido por tradición escrita. He llegado a comprobarlo en vivo a través de tantos alumnos que recibían de su profesor lecciones de música y de bondad. También ejemplo constante de humildad.

Poema de la vida

Desde principios de siglo, los estrenos de Facundo de la Viña se sucedieron, lo mismo que los premios y distinciones. Aparte su larga contribución a Jos géneros de cámara o a la música religiosa, hay que destacar una serie de páginas sinfónicas, de carácter poemático, que unas vecces partían de una anécdota literaria y otras reflejaban las impresiones causadas por un ambiente o un paisaje. Así, Hero y Leandro (Premio Nacional de Música), Judith, C-ovadonga o Sierra de Gredos.

En el campo teatral han de citarse las óperas Almas muertas, premíada por la.Academia de San Fernando, o La espigadora, distinguida en el primer concurso organizado por el teatro del Liceo, de Barcelona. El coliseo de las Ramblas estrenó no sólo dicha obra, sino también Laprimeraflor déroble. Sin estrenar permanece aún La montaraza de Grandes.

Otros paisajes atendió la inspiración de De la Viña: los de su propia intimidad, a través de pentagramas, efusivos y situables en la línea de tantos postrománticos: Sibelius, o nuestro Conrado del Campo. El poema Juventud y su última partitura, Poema de la Vida, podrían resumir la actitud. Sobre el Poema, el hijo del compositor, José Luis de la Viña, informó, no hace mucho tiempo, de cómo estuvo previsto su estreno parcial por la Orquesta Nacional, utilización no aceptada, tras la cual, la partitura permanece dormida en los archivos. He aquí el título indicado para la conmemoración centenaria, por su intencionalidad, lógica madurez, carácter humanístico y casi autobiográfico. Simbolícese, con el tardío estreno, el comienzo de una amnistía cultural urgente: la que debe concederse a los olvidados.

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