_
_
_
_
Reportaje:

"Fanny Hill: memorias de una mujer galante"

-Pregunta (del fiscal Quel). -Canónigo, ¿ha leído usted, Memorias de una mujer galante?

Respuesta.-Sí, señor. La leí anoche con cierto detalle, Y como resultado de ello he modificado un tanto mis puntos de vista; es decir, no encontré en ella lo que yo esperaba encontrar, pero la del anoche hasta las cuatro de la mañana.

Pregunta.-¿Tiene usted una opinión sobre si el libro responde en general a las normas de la comunidad? Responda únicamente sí o no.

Respuesta-Sí.

Después seguiría un turbulento encuentro entre el juez, el abogado defensor y el fiscal. El primer y más importante testigo de la acusación había fallado estrepitosamente. El reverendo canónigo Van Meter fue interrogado por el abogado Rembar:

-Doctor Van Meter, acaba usted de afirmar que, después de leer el libro, su opinión sobre él cambió un tanto. ¿Tendría usted la bondad de ampliar su declaración al respecto?

-Pues bien, yo había ojeado el libro en forma por demás apresurada. Llegó a mis manos ayer a las 10.15 de la mañana..., yo esperaba encontrar una obra un tanto diferente... una cosa excitante o algo por el estilo, y examiné aquellos pasajes que a primera vista parecían ser bastante escandalosos. Entonces leí la obra en su totalidad, y al final me formé una opinión totalmente diferente.

Qué opinión se formó después de leer la novela?

-Me formé la opinión de que ésta era una obra seria, que en ella había cierta consideración seria de trama y desarrollo de personajes; que encerraba cierta importancia sociológica para todo aquel que se interese por este período histórico.

En un intento a la desesperada el fiscal Quel hizo una última pregunta al reverendo.

-Bien, pero en lo que respecta a nuestra época, ¿qué opinión tiene usted del libro?

-Pienso que en lo cualitativo no varía mucho de una buena parte de la literatura que actualmente se encuentra en venta.

El intento del fiscal para que Fanny Hill fuera declarada dama de bajo linaje y «notoriamente ofensiva a las normas vigentes de moralidad» no dio ningún resultado. Así, en 1963, en la ciudad de Nueva York, se absolvió a la editorial G. P. Putnam's Sons y se aprobó la publicación de Fany Hill: Memorias de una mujer galante. El juez Klein declaró:

«Si las normas de la comunidad han de ser medidas por lo que se permite leer en sus periódicos, entonces las experiencias de Fanny Hill sostienen muy poco que aventaje lo que la comunidad ha encontrado ya en las primeras planas de muchos de sus diarios al informar sobre el reciente asunto Profumo y otros casos sensacionales en que el sexo jugó un papel preponderante.» (Hoy podríamos hablar del escándalo sexual del Capitotolio.)

«Si las normas han de medirse de acuerdo con lo que al público se le ha permitido ver últimamente en las llamadas películas artísticas del extranjero y también, a qué dudarlo, en no pocos de nuestros propios productos fílmicos, entonces podrá apreciarse con idéntica claridad que las Memorias no violentan en lo más mínimo dichas normas...»

«Si bien es cierto que la historia de Fanny Hill indudablemente jamás reemplazará a La Caperucita Roja como cuento infantil, también es igualmente posible que si Fanny fuese trasladada de su ambiente georgiano de mediados del siglo XVIII a nuestra actual sociedad, es de concebir que bien podría encontrarse con muchas cosas que la harían enrojecer.»

Y con este juicio al que habían sido citados como testigos -«paladines de la bella acusada»- media docena de las más importantes personalidades literarias, Fanny Hill pasó a ser una legítima dama literaria.

Escrita en una cárcel para deudores

La escandalosa trayectoria de Fanny -alta y pelirroja moza de Liverpool de altos pechos y atrayentes tobillos- comenzó en 1749, cuando la corona inglesa extendió, a instancias de los obispos de la localidad, una orden oficial de arresto contra todos aquellos que estuvieran relacionados con el libro. Inmediatamente, su autor, John Cleland -excéntrico literato y vagabundo de parentescos aristocráticos, que concibió la novela en 1748 en una cárcel para deudores y la arrojó al mundo por treinta guineas-, envió una carta a la oficina del secretario de Estado para intentar escapar de la acción legal negando ser el padre legítimo de Fanny. «El plan de la primera parte me fue dado por un joven caballero... hace más de dieciocho años, en una ocasión que no viene al caso detallar en esta oportunidad. Jamás soné en preparar dicho material con fines de darlo a la imprenta, hasta mucho tiempo después, en que, encontrándome en la flota de Su Majestad, en mis horas de ocio, lo modifiqué, lo enriquecí, le añadí, cambié pasajes y, en una palabra, lo volví a moldear.»

A los obispos que habían lanzado la primera piedra contra Fanny, Cleland les respondía con la siguiente pregunta: «¿Cómo había podido escapar tanto tiempo a la vigilancia de los Guardianes de las Costumbres, cuando lo más cierto era que los mismos clérigos la compraban más, en proporción, que los miembros de cualquier otra ocupación o profesión?» Con esta misma vena humorística, Cleland continuaba diciendo que el episodio de la flagelación que aparece en la segunda parte, en el cual se relata cómo Fanny fue obligada a azotar con un látigo a un viejo y agotado libertino para contrarrestar su impotencia, «a quien busqué y cacé en la vida real, utilicé un personaje de lego en sustitución de un divino de la Iglesia de Inglaterra, de quien el hecho referido representa, con muy leves variaciones, la verdad sagrada, como podrá, en caso de duda verificarse mediante una investigación poco agotadora».

Por un posible escándalo en las altas esferas o por los argumentos que esgrimió Cleland, lo cierto es que no se dictaron más medidas persecutorias. «No podrán dar un solo paso encaminado a castigar al autor, que no contribuya poderosamente a la notoriedad de la obra», manifestó el escritor.

La ira del obispo de Londres

Pese a ello el obispo de Londres no sólo enrojeció, sino que ardió en llamas de ira y envió una airada carta al secretario de Estado, exigiéndole tomar medidas inmediatamente en contra de «este libro, que es un abierto insulto a la religión y a las buenas costumbres, y un reproche al honor del Gobierno y a la ley de la nación». Una vez más se emitieron órdenes de arresto. pero una vez más el caso quedó sin llegar a los tribunales, quizá por las relaciones familiares que poseía a John Cleland con el poderoso lord Granville, del Consejo Privado. Cleland no sólo quedó impune por segunda vez, sino que fue generosamente castigado a recibir una pensión de cien libras anuales a cambio de la promesa de comportarse con corrección y no volver a engendrar a ningún sucesor o sucesora de su querida y galante Fanny.

Cleland intenta conseguir con Fanny Hill: Memorias de una mujer galante -a la que los editores hicieron aparecer en nuevas ediciones, a veces añadiendo ilustraciones atrevidas e incluso cambiando el texto original, ya de por sí lujurioso- un estilo «templado con el buen gusto», evitando toda «expresión gruesa, burda y vulgar», por una parte, y «metáforas remilgadas y circunloquios afectados», por otra, Fanny demuestra cómo la trayectoria de una ramera puede conducir a la felicidad.

Cleland siguió siendo un escritor a sueldo -a Fanny la lanzó a conocer «la vida» para poder salir de la cárcel- por el resto de su larga existencia para terminar sus días en Westminster -cuando ya la fama de Fanny se había extendido por toda Europa- como un literato retirado de modestos recursos. Sus fervientes admiradores se cuentan por millares, como el enciclopedista francés Diderot, cuyas ideas contribuyeron a preparar el camino tanto para la Revolución francesa como para la norteamericana. Por ejemplo, la edición de las Memorias que hoy se encuentra en la Biblioteca Pública de Nueva York, perteneció en su tiempo a Samuel J. Tilden, destacado gobernador reformista y candidato a la Presidencia por el Partido Demócrata en 1876. Fanny viajó en la mochila de cuantos soldados iban al frente y con sus amorosas cartas muchos editores del mundo se hicieron ricos. En francés, Fanny se convirtió en La fille de joie; en alemán, en Das Frauenzimmer von Vergniigen; en italiano, en La Meretrice Inglese.

Ediciones clandestinas en castellano

La primera traducción en castellano de las memorias de la libertina Fanny tiene como pie de imprenta: Madrid, Editorial Escorial, s. f. (hacia 1966, según todos los datos). Esta edición clandestina carece de nombre de traductor y da como domicilio madrileño una dirección inexistente. Bibliográficamente puede decirse que fue impresa en un país latinoamericano, quizá México, y la traducción es bastante deficiente. La segunda impresión, Memorias de Fanny Hill, apareció publicada por la Editorial Epoca, de México, y en 1975 iba por la tercera edición. No tenía nombre de traductor y esta versión adolece de defectos sintácticos y sobre todo carece del sabor original neoclásico. Una tercera impresión, según fuentes bibliográficas, habría sido realizada por Editorial Grijalbo.

El 11 de mayo la editorial Akal presentaba a depósito previo seis ejemplares de Fanny Hill: Memorias de una mujer galante, en versión de Frank Lane, y pocos días más tarde, cuando la edición todavía no había sido tirada, es secuestrada por funcionarios policiales y es abierto expediente. El 8 de julio se procesa al editor Ramón Akal, exigiéndole medio millón de pesetas en concepto de fianza.

A las obras presentadas por el letrado Juan Aguirre, en el recurso contra el procesamiento -Carta de un cornudo a otro, El siglo del cuerno, Gracias y desgracias del ojo del culo, La Celestina- se podrían añadir otros ejemplos de las obras eróticas, por llamarlas de alguna manera, editadas y a la venta al público: Venus de las pieles, de Sánchez Masoch: Las amistades peligrosas, de Chaderlos de Laclos; La lozana andaluza, de Francisco Delicado; Justina, de Sade, Memorias de Casanova, Esplendor y miseria de las cortesanas, de Balzac..., y gran parte de las obras francesas del XIX.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_